Ecuador: caos y orden




Ecuador: caos y orden

Por: Luis Fernando Ávila Linzán.
Foto: Diario El Comercio.
Fidel Castro en alguna ocasión habló de lo que él llamó “el péndulo de la historia”. De acuerdo con esto, unas veces es el conservadurismo y otras el progresismo quien gobierna a intervalos. Ahora, parece que el péndulo no está en favor de las izquierdas (o el progresismo) y todo parece regresar hacia la ortodoxia de los años noventa. Si somos hegelianos diríamos que este proceso dejó enseñanzas y ganancia civilizatoria: posiblemente quedó, como dicen algunos analistas, consciencia social y una ciudadanía menos dócil. Sin embargo, cuando vemos que el retroceso va incluso más atrás del neoliberalismo depredador de esa época y la gente se moviliza para apuntalar reformas imposibles en otros contextos, pareciera que existe un déficit político, un desaprendizaje, una dialéctica negativa al estilo de Adorno.
Ecuador es una suma de transiciones inconclusas. Y, parecido a lo que pasa en las relaciones personales que no se cierran, esto trae aparejada inestabilidad. Pero en el discurso oficial de la clase política ocurre una especie de alienación que presenta las transiciones como exitosas sobre el ideal del orden. Así, cada transición es un “borra y va de nuevo” y respecto de lo anterior, se sepulta en el perdón y el olvido. A otro nivel, en países donde estas transiciones han sido radicales y extremas como es el caso de las crudas dictaduras del Cono Sur o de Centro América de los años 70, este efecto es evidente. No obstante, es parecido, guardando las distancias, con las post guerras en Europa. Pareciera que hay un ideal cultural de lo civilizatorio.
Las sociedades modernas son binarias en todos los sentidos. Respeto del orden, esta matriz cultural y política ocurre entre dos extremos opuestos: barbarie y civilización. Esta línea fue marcada por Hegel y Weber en lo institucional, y en lo político por los contractualistas ingleses y franceses sobre la base del concepto de sociedad civil o política frente al estado de naturaleza. De esta manera, existe siempre un llamado culturalmente condicionado al “orden”. El orden es preferible y deseable a cualquier costo. Por esto, los proyectos subversores de ese orden son combatidos con todo tipo de violencia, desde el comunismo a la anarquía, desde el liberalismo radical al inmovilismo social, desde los procesos emancipatorios hasta las posturas políticas new age.
Así, en Ecuador como en todo proceso de retorno al orden, la clase política mira hacia otro lado respecto de las violaciones de los derechos humanos, del abuso del poder, la corrupción y de los escándalos previos, pues el orden es más cómodo y no pone en cuestión su hegemonía. Sin embargo, esto no es saludable y tarde o temprano revienta en crisis extremas, en el caos y en la negación de todo orden. Ocurrió en el 2000 y el 2005, cuando los ciudadanos dijeron: “que se vayan todos”. Ocurre hoy cuando la clase política finge demencia sobre la reciente transición fallida, y prefiere darle al corrupto Consejo de Participación Transitorio un carácter pontificio y casi místico, y cerrar la posibilidad de una revisión democrática de todo lo actuado, aunque eso signifique desnudar la pobreza de nuestras instituciones y liderazgos políticos. Cuidado el “gobierno de todos” termina siendo “de los mismos”, o lo que es peor, “de nadie”.

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