El cura fue peor que la enfermedad



El cura fue peor que la enfermedad


Luis Fernando Ávila Linzán.Foto: Diario El Universo.

Uno de los triunfos de la modernidad fue la separación entre la iglesia y el Estado, por lo tanto, entre la moral y el derecho. El antes eran los juicios de Dios y las ordalías, donde se llevaba a la hoguera a las mujeres que aprendían a leer a escondidas, donde se toleraba payasadas como que los indios no tenían alma o se pontificaba a la sociedad desde el “malleus maleficarum” que documentó la cultura del castigo y el exterminio de las personas diferentes. No obstante, el después sólo floreció en los países del primer mundo. Así, en Francia, paradigma del laicismo, es impensable figuras y celebraciones religiosas en los establecimientos y oficinas estatales, incluso en los particulares sería un acto de mal gusto e impropio de la sobriedad existencial de los franceses.
Ocurrió, al mismo tiempo, una división del trabajo: el clero dedicado a la administración de las almas, los ciudadanos y la burocracia, a la Administración Pública. En el caso de Ecuador, esto se selló en 1937 con el acuerdo entre el Estado ecuatoriano y El Vaticano, el modus vivendi. Aquí no hubo una guerra civil ni verdaderas revoluciones, como sí ocurrió en otros países de la Región, donde el laicismo fue más fecundo. Uruguay y Chile son modelos de este tipo. Por eso se entiende que, mientras en Perú o Ecuador la llegada del Papa llevó a manifestaciones masivas de fe de varios millones, en Chile hubo marchas para protestar por la impunidad y el encubrimiento de la pederastia de los sacerdotes católicos por parte de las autoridades eclesiales y civiles.
En Ecuador, el laicismo es una caricatura para adornar los añejos libros de cívica y no es raro ver en los centros comerciales, hospitales y aeropuertos una capilla, y en las discusiones de derecho y la política, las cuestiones religiosas. Somos una sociedad medieval y nuestro derecho es inquisitivo y ritual. Por eso, más allá de las leyes, a nadie sorprende un curita-político, apologeta del odio contra la diversidad sexual, y con poses fascistoides y aspiraciones presidenciales. Tampoco extraña esa rara relación política con Rafael Correa. Parece que su plan fuese hacer lo mismo que muchos caudillos de los últimos tiempos: patear el tablero político para convertirse en outsider -apodo patológico de los mesías del siglo XXI-. Le falta un programa político, pero por sobre todas las cosas, sinapsis neuronales eficaces en coordinar con su lengua.
¿Será el “candidato” delfín para que Rafael se candidatice como vice? Yo creo que no, es sólo uno de los tantos globos de ensayo y distractores políticos. Si hemos tenido militares, enajenados, gamonales, cleptómanos, débiles mentales y tontos útiles gobernando, sin perjuicio del resultado del juicio político, ¿por qué un curita no podría ser candidato y hasta presidente? Por lo pronto, al mirar al nuevo y débil Consejo de Participación, frente a los escándalos del Consejo transitorio, a San Julio César Trujillo y su fallida transición política, el curita no es un “outsider”, sino sólo un “offsider”.

Comentarios

  1. Hay un deterioro total de los poderes del Estado es una lastima ah donde iremos ah parar

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