El sagrado “arte” de patear a un ciudadano en el piso
El sagrado “arte” de patear a un ciudadano en
el piso
Por: Luis Fernando Ávila Linzán.
Foto: El Universo.
Alguna
vez un compañero orate de la universidad -cuando digo orate, es textual, pues a
él luego le impidieron el ingreso al campus, pues se puso agresivo-, le
contestó en un examen a Hernán Salgado, profesor de la PUCE y ahora presidente
de la Corte Constitucional, que “el derecho era un arte”. Por supuesto, le puso
cero. Pasado el tiempo, pienso que no fue tan descabellado lo dicho por mi
compañero de aula. De alguna manera, el derecho produce un sinnúmero de
representaciones sociales del deber ser, que los ciudadanos pueden observar
como lo harían con una pintura o una escultura, admirándola o criticándola,
siempre de acuerdo a sus valores y estados de ánimo. Pero no sólo cuenta la
perspectiva del público en la valoración de estas representaciones, sino las
estructuras sociales que subyacen y condicionan el entendimiento del “arte del
derecho”. Así, lo que el Estado, productor de las normas, construye, a veces se
amolda a los sentimientos populares y, en otras circunstancias, impone, frontal
o simuladamente, la moral de las clases dominantes.
De esta manera, los hechos jurídicos aparecen
ante los ojos de los ciudadanos como en un lienzo. Una madre que deja la
custodia de sus hijos a su pareja aparece como una pintura de Munch, o varios
indígenas ejerciendo cargos públicos y teniendo éxito en empresas exportadoras
se vería como un Picasso en toda su irracionalidad mítica y surrealista. En
este sentido, me parece que un aporte importante de Guayasamín a la pintura
universal fue haber incorporado motivos reales de lo andino al arte, en toda su
expresión de autoritarismo, exclusión y pobreza; ritualidad, fiesta y esperanzas.
Tal vez es el mural de la Asamblea Nacional el que recoge su visión global de
la ética y la política andinas.
Pero más allá de los simbolismos, la pintura
jurídica del Ecuador es profundamente realista a un punto que nunca imaginó Coubert.
Nos muestra los hechos sociales con obscenidad y sin desparpajo alguno, puestos
al aplauso ciudadano. No obstante, el orden colonial y la cultura canónica que
está hegemonizada en nuestro país no nos permite ver esa realidad y los miedos
nos nublan la vista. Así, ese arte jurídico de la maldad es tolerado como
cultura oficial por las autoridades del Estado y los ciudadanos de a pie, sin
que se pueda ver que detrás del color que cae de la paleta y el acrílico de las
élites corren ríos de sangre y lágrimas de miles de seres criminalizados y excluidos
por ser pobres o diferentes. De esta manera, una mujer piropeada en las calles
es vista como una norma de cortesía; un campesino cargando un racimo de banano con
glifosato en la piel y los pulmones, ejemplo de trabajo y abnegación; un niño costeño
de la calle trabajando, “monito” emprendedor.
Tal vez por esto, ver a un ciudadano ser
pateado y esposado en el piso por un policía enardecido parece ser un acto artístico,
justificable y minimizable por las autoridades de policía y de gobierno, y adorable
por las masas deseosas de castigo ejemplar y tutelar, excepto cuando se dan cuenta
que este miserable ser es su padre, hermano, hijo o nieto.
Es el terrible riesgo que se corre cuando la delincuencia crece y la ciudadanía no encuentra acción del Estado. Pensando en tu artículo, la Vendetta pública resulta ser ese arte que en lo subjetivo pide sangre.
ResponderEliminarFelicitaciones amigo querido
Gracias. Exacto. La venganza y el castigo son los mecanismos que conocemos para formar gente en nuestro país. Es terrible
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