La Sociedad del Privilegio
La Sociedad del Privilegio
Por: Luis Fernando Ávila Linzán.
Foto: Ecured.
Uno
de los problemas de América Latina es la estructura social colonial. La hacienda
es el molde social por excelencia en nuestra Región. Y, el Estado que, si
seguimos a Foucault, no es el reducto exclusivo del poder -sino en todo lugar
donde exista alguien que decida por otro-, es uno de los espacios donde se
puede ver el funcionamiento de este modelo con claridad. Si vemos lo expresado
en su momento por Aníbal Quijano, esta hacienda es una sociedad de privilegios,
una red de favores y mutuas dependencias: “la colonialidad del poder”. ¿Qué de distinto
es esto a una sociedad moderna y racionalizada a lo Weber? Que las relaciones
sociales del poder se encuentran institucionalizadas, normadas y tienen controles
estandarizados, todos surgidos de procesos de una deliberación social amplia y
consensos más o menos legítimos.
Al
mismo tiempo, las relaciones económico-sociales en estos países se mueven por
la utilidad, el bien común y la mitigación del afecto en la estructuración del
poder. Así, mientras en Francia, un funcionario público de élite, con independencia
de su origen, debió pasar por la Escuela Nacional de Administración y una hoja
de vida marcada por los méritos institucionales y académicos; en las tierras de
Colón, juega un papel gravitante el apellido, la cercanía familiar o afectiva con
la autoridad, el origen regional y una interminable cadena de favores personales
que generan eso que llaman por aquí “lealtad” y “confianza”.
También,
puede verse la diferencia a nivel social, si se advierte que en Alemania, ser
panadero supone una alta estima social, lo cual asegura un estilo de vida
adecuado y los títulos académicos son un distintivo de la división social del
trabajo y no sirven necesariamente para ocupar cargos públicos o ser
considerado exitoso; por su parte, en nuestra América, es el título y determinadas
credenciales sociales las que catapultan a los postulantes a ostentar el poder,
sin que importe el trabajo real ni los méritos de ningún tipo. Estos títulos y las
credenciales se suman a la identificación de los individuos: “doctor”, “máster”,
“licenciado”, “hijo de tal o cual…”, “de tal o cual lugar…”, “soy mestizo o
blanco”, “tengo mucho dinero…”, “vengo de la familia tal…”, y ello asegura el
ascenso social y el acceso al poder. Entre más cerca se esté de los dueños de
la hacienda, más posibilidades se tiene de beneficiarse de las migajas que resbalan
del mantel.
Lo
más peligroso es que este modelo está naturalizado y funciona, si seguimos a Bourdieu,
como un campo político, gobernado por reglas de acceso, salida y supervivencia
interna. Por esta razón, a nadie llama la atención que una autoridad varonil ocupe
el lugar central de una mesa, use el ascensor con preferencia a los ciudadanos
que pagan su sueldo con los impuestos, utilice los bienes públicos para mandar
a bañar al perro pug de sus hijos, tenga a sus amantes en los roles de decisión
y a sus familiares en otras haciendas. Tampoco extraña en este estado de cosas
que un funcionario sea alejado del círculo del poder por un chisme sobre su “lealtad”
o su “traición”, que se reduce a hablar o desnudar la imbecilidad del dueño de
la hacienda. Peor llama la atención que se castigue la innovación, la honestidad
en el uso de los recursos públicos o la creatividad, puesto todo esto pone en
cuestión las debilidades de entendimiento de la autoridad: el mensaje es si no
se hace a través de la autoridad o en nombre de ella, no debe existir.
El
pueblo llano también reproduce este modelo en las familias y lugares de
encuentro de los ciudadanos. Se da en el estadio de fútbol cuando unos
desadaptados pasean un perro muerto o lanzan orina a los demás, en las escuelas
donde se le dice a un niño que no debe contradecir a su profesor o en el hornado
solidario del barrio que financiará realmente los gastos del organizador para
ir a comprar mercadería a Miami; cuando se le da a un funcionario “para las
colitas”, o se le dice a su hija que es mejor hacer trampa y buscar casarse con
alguien de buen apellido y que le dé un gran futuro económico.
Una
cuestión más peligrosa aún es que este sistema se reproduce así mismo, es autorreferente
-parecido a los sistemas de Luhmann-. ¿Es suficiente estar conscientes de este
régimen perverso? Necesitamos un giro decolonial y una elevación de la conciencia
social de la dirigencia política y la sociedad civil, que signifique la
deliberación de nuevos patrones sociales y culturales. Necesitamos una
verdadera revolución de las ideas y las consciencias, una verdadera “política de
la liberación” en palabras de Dusell. Por ahora, al mirar los escandalosos
privilegios sobre los que se levantan nuestra sociedad ecuatoriana, ese
horizonte resulta aún un camino tortuoso y lejano.
Este tema resulta por demás familiar en América Latina y las situaciones detalladas en la lectura normalizadas por una sociedad que se ha desarrollado en medio de este tipo de prácticas, de presentarse anteponiendo los títulos, o peor aún dando una breve biografía de sus supuestos logros, es común en nuestra sociedad el creer que porque pertenece a un determinado circulo social esto le avala para ocupar determinado cargo o peor aún si algún familiar le antecedió en alguna dignidad es ahi donde se confunde los méritos para estar ahí con los supuestos derechos a estar ahí, a creer que porque es indígena o mestizo o lo que sea le corresponde desempeñarse en determinado cargo por justicia, por derecho o por las razones que invente aún sin estar preparado, esto lo que acarrea son fracasos y aún así seguimos utilizando esta práctica perversa propia del colonialismo en pleno 2020.
ResponderEliminarEs necesario que racionalicemos el tema para poder evolucionar como sociedad, como estado, y entender que la base de toda sociedad es el respeto, que no se trata de una lucha de poderes o de resentimientos por un pasado, se trata de evolucionar y empezar a pensar en lo que esperamos, creemos y podemos, a prepararnos para ser entes utiles a la sociedad para aportar y lograr el cambio que todos anhelamos para vivir en una sociedad justa y equitativa.
Desde la conquista española gran parte de América Latina y principalmente Ecuador ha sufrido ese desaire de tener "patrones" y jefes de alta "estirpe"; bueno al inicio hasta hago comprensible que por lo menos eran de un linaje adecuado y barbados; más con el pasar de los años los patrones criollos haciendo ego de una buen carro "Audi" que Dios juzgue como lo consiguieron, creen ser los mas grandes pensadores y expeditos administradores del tesoro público, más parece que en nuestro medio nos gusta que nos representen modelos, cómicos, presentadoras de farándula y demás de su gaje; hay, pero si reclamamos algo!! somos forajidos, delincuentes, los ignorantes, cholos, la chusma que no sabe nada; es el momento de pensar diferente y arrimar el hombro si queremos que las cosas cambien y todos tengamos un trato igualitario como bien recoge nuestra Carta Madre.
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