Lenin Moreno: del (des) gobierno al populismo cuántico
Lenin Moreno: del (des) gobierno al populismo
cuántico
Por: Luis Fernando Ávila Linzán.
Foto: El Montonero, Perú.
Al
inicio de su gobierno, algunos analistas comparaban al presidente Lenin con el
ex presidente ecuatoriano Clemente Yerovi Indaburu. Este personaje, electo de
facto, gobernó apenas 7 meses y asumió una transición política que ha sido
considerada exitosa. ¿Exitosa para quiénes? Eso es algo que no vamos a analizar
aquí. En todo caso, devolvió el país a la siempre constante y relativa tranquilidad
de nuestra política. Según los historiadores, fue honesto y sencillo, se
sometió a la ley escrupulosamente y entregó el mando con orden para el retorno
a la estabilidad. Luego de un poco más de dos años, se le atribuye a Lenin haber
enfrentado y desmantelado al Correísmo, lo cual, de acuerdo a algunos entendidos,
no es poco.
Sin embargo, ¿este logro es exitoso? Si vemos
a los cuadros retostados, apóstatas del anterior régimen y operadores de los gamonales
y caciques de siempre que participan de su gestión, y los pocos resultados en
lo que se refiere al enjuiciamiento y captura de los corruptos y la recuperación
de lo robado; si vemos además la entrega velada del poder a los grupos
políticos tradicionales y los reciclados (PSC, PRE, CREO-SUMA, facción disidente
de AP y otros grupos emergentes): desaparece todo optimismo inmediatamente. No sólo
que no se ha avanzado nada, sino que existe una mascarada que encubre a los
verdaderos dueños del poder, los mismos que se beneficiaron de los recursos
económicos de la última década a pesar de su discurso de hipócrita oposición.
Cuando, además, vemos que regresa el FMI y que
el desmantelamiento del Estado se realiza por goteo al estilo de los cultivos
israelitas, que se imponen en silencio reformas leoninas para “restaurar” la economía
y ya se comienzan a ver los negocios de un sector privado acostumbrado a
parasitar y a acomodarse a lo que ven como incentivo para emprendimiento si es
para ellos, o como paternalismo y ocio cuando es para los sectores sociales más
olvidados: comienza la zozobra y la desconfianza de que ese aparente
desgobierno no es neutral e inofensivo, sino un plan estratégico para cambiar
de manos el poder y dejar sobrevivir a las élites emergentes de la última década.
Es el “dejar hacer, dejar pasar” clásico al servicio de la coyuntura y las veladoras
de una burocracia público-privada colonial, indolente y vividora.
Por esto, no importa si Lenin llega a tener -90
% de popularidad y aceptación, puesto que tiene una función política que cumple
a cabalidad para sus dueños, por lo cual lo dejarán terminar su período y
buscarán que tome las decisiones popularmente fuertes para limpiar el camino de
paja para el siguiente gobierno, y le asegurarán todas las salvaguardias
judiciales y legales para él, su familia y su entorno de cara a un digno retiro.
No obstante, en las últimas semanas, luego de
que le arrebataran a su Ministra el caramelo de la política de seguridad desde
el Municipio de Guayaquil, ha decidido envalentonare y creer que puede ser
autónomo e incluso candidato para 2021. Nada más equivocado y más tardío, la clase
política lo mira casi con ternura, pero hay que darle su parte de dignidad para
que no se sienta un soldadito de plomo. Lenin le ha apostado a lo que podemos
llamar “populismo cuántico” que mezcla poses de Miguel Ángel Cornejo, alegorías
de Deepak Chopra y la filosofía de quiosco de Gloria Trevi y Paulo Coelho, y
por supuesto, el propio estilo del presidente.
Así, ha pedido que los militares hagan control
interno de seguridad, lo cual le abre dos frentes complejos. Los militares no
están contentos con esta labor que no les deja rédito alguno y para el cual no
están preparados. Una cosa es el viejo sueño de gobernar a los policías como en
Chile y otra cosa es hace su trabajo. Y, por otra parte, se abre la incógnita sobre
el rol en esta política de seguridad y la posibilidad de que se le salga de las
manos y existan graves violaciones de derechos humanos como ha ocurrido en
México y Centroamérica. Al mismo tiempo, hace un llamado a los jueces para que
no suelten a los delincuentes sin que importe la independencia judicial, y
apoya la presencia impropia de la Policía en los procesos penales. Como corolario,
extendió el estado de excepción a pesar de los resultados contradictorios y con
el silencio de la Corte Constitucional.
Luego, Lenin anunció graves sanciones y
control policial para quienes suban las pensiones de los establecimientos de
educación en el inicio del año lectivo, dejando de lado las herramientas administrativas
y legales que ya existen para este fin. Y finalmente, decreta la exclusión y la
informalidad de la inmigración de los venezolanos a territorio ecuatoriano con
una visa bautizada con el eufemismo de “humanitaria”. No le importaron las obligaciones
jurídicas y políticas regionales y universales para una Sudamérica de fronteras
abiertas ni que los flujos migratorios se mantengan, pero ahora en
clandestinidad y precariedad en manos de oscuros negocios de coyoteros y tratantes
de personas. Se niega, con esto, a reconocer y promover una crisis humanitaria regional
que podría, en todo caso, darle el premio Nóbel que la gestión estatal y la propaganda
con nuestros impuestos no alcanzaron a otorgarle en su momento. Pero la
pregunta ahora es: ¿qué sentido tiene este giro político? No está muy claro. Aumentar
sus bonos políticos para salir por la puerta grande con engañabobos para el
pueblo, revitalizar su carrera política y sus posibilidades políticas o,
simplemente, abandonar el papel de tonto útil, y sólo dejar sentado en las
páginas de los libros de historia de la educación alienatoria del futuro que se
trató de otro Clemente Yerovi Indaburu que igual que éste, fue útil y trajo
estabilidad política, aunque hasta ahora no tenemos claro para quién ni para
qué.
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