La Revolución de los Zánganos
La Revolución de los Zánganos
Por:
Luis Fernando Ávila Linzán.
Foto por: Europa press.
Lasalle
decía que una Constitución refleja la correlación de fuerzas políticas
realmente existentes en una sociedad. Su idea evoca lo que luego se denominará
“realismo constitucional”. De acuerdo a esto, los textos constitucionales son
verdaderos campos de batalla donde se juegan los intereses sociales y
políticos. En estos días me daba vuelta esta reflexión sobre los
acontecimientos que vive el Ecuador durante octubre de 2019, y en mi afán de
encontrar un buen título para este artículo, tomé esta frase que vi en las
redes sociales en el muro del profesor David Chávez: “la revolución de los
zánganos”, en referencia a lo que había manifestado el presidente Lenin Moreno en
su afán de minimizar las duras protestas sociales y luego de haber alcanzado un
acuerdo con los transportistas para subir la tarifa y ampliar sus privilegios.
Recordé,
también, un escenario de mi vida personal. Cuando era adolescente, formaba
parte de un grupo cristiano católico que realizaba trabajo de liderazgo y
formación humana mediante el excursionismo. Centro Excursionista Capdevielle se
llama esta institución que ya tiene más de 50 años, principalmente, en Manabí.
Este grupo se inspiraba en un joven seminarista jesuita anónimo que en
Venezuela había salvado a una familia de un incendio donde murió. “Ser más para
servir mejor” era nuestro lema. Dentro del proceso de ser “cecista” se tomaba
una pañoleta luego de haber acumulado diversos méritos dentro de la
organización. Para obtener este honor, se debía formar una patrulla y adoptar
un nombre que suponga valores humanamente positivos. Yo formaba parte de un
grupo de jóvenes que teníamos una visión radical y socialista, una especie de
gente rara en el Portoviejo de los años 80. Queríamos ser irreverentes y
adoptamos el nombre de “los zánganos”. El Padre Mendoza se molestó, pues dijo
que ese no era un animal que evocara buenos valores, al contrario, simbolizaba
la vagancia y el aprovecharse de los demás. Nos vetó el nombre, nos molestamos,
pero decidimos llamarnos, entonces, los camellos, con lo cual camuflamos
nuestra intención antisistema. No obstante, secretamente, nos seguimos llamando
“los zánganos”.
Esa
palabra 30 años después volvió a mi mente en estos días. ¿Sin embargo, zángano
es realmente un animal tan despreciable? El zángano es una variedad de las
abejas cuya función es la de fecundar a las abejas reina y son alimentadas por
las obreras que recolectan el polen y ayudan a la fabricación de la miel. Así,
presentado, este rol no sólo que es visto como cómodo, sino, además, morbosamente
libidinoso. Por esto, en la lengua castellana se adoptó la palabra “zángano”
para describir a una persona perezosa u holgazana. Pero lo que no se ha dicho
sobre estos animales es que cumplen un rol más importante que la fecundación y
su vida es efímera, pues mueren inmediatamente luego de fecundar. Su función
principal es el refinamiento de la miel que luego permite alimentar a todo el panal
que es una sociedad colectivizada.
¿Pero
qué guarda la palabra zángano en el discurso del presidente? En la coyuntura
intenta deslegitimar a los manifestantes que reclaman en contra de las medidas
económicas en las calles. Y, al mismo tiempo, se puso como alfombra ante los
transportistas que han impuesto sus demandas. En lo estructural, que es más
interesante, denota el odio de clase respecto de los subversores del orden. Las
sociedades modernas, como ya lo analicé en otro artículo, se construyeron sobre
el ideal de orden y las instituciones como una respuesta al caos social. Así,
la sociedad civil es el fin de la guerra, la violencia y el desorden provocados
por un ser humano, egoísta por naturaleza. Este nivel de disciplina es radical
en algunos países europeos y asiáticos y débil en la mayoría de países del
tercer mundo, donde la vida social es más espontánea y pasional.
Pero,
además, cuando Lenin los llama “zánganos” su objetivo se ubica en las
estructuras de la diferenciación de clase y en los justificativos culturales
para esconder la exclusión social. Así, es muy común escuchar en lo cotidiano:
“¡qué gente! ¿Por qué no trabaja? “Trabajo hay cuando la gente quiere trabajar”.
“Yo le dije a esta longuita (o cholita) que le pago un dólar para que me limpie el portal
de la casa. Y se enojó la china vaga.” “Debe tener el bono de la pobreza, por
eso es que es vaga.” No obstante, nadie se da cuenta de la exclusión
sistemática de la que los pobres son víctimas, las cadenas invisibles del
círculo de violencia y de falta de oportunidades que los atan. Simplemente, los
pobres lo son porque son vagos.
Bueno,
sucede que en el actual contexto de crisis son esta gente invisible la que está
a la cabeza de las protestas sociales. No tienen dirección política clara y las
redes sociales son el instrumento para convocarse, puesto que los partidos
políticos y las organizaciones sociales y sindicatos se han deslegitimado y
sufren de falta de representatividad. A diferencia de los años 90, estas
personas no se aglutinan alrededor de un programa político o de lineamientos
ideológicos y programáticos, sino a consignas concretas y reivindicaciones
mundanas respecto de la carestía de la vida, la falta de empleo, las cuestiones
ambientales y la deficiencia de las políticas públicas.
Son
comerciantes, indígenas, obreros más o menos organizados, conductores,
funcionarios despedidos por la reducción de tamaño del Estado ordenada por el
Fondo Monetario Internacional; son mujeres jefas de hogar o con trabajos
precarios, jóvenes insatisfechos con el mundo y con agendas new age, son
profesionales con consciencia social y algunas ideas de transformación; y, son campesinos
con pocas oportunidades y con poca esperanza de progreso. No representan a
nadie, sino a sí mismos, no exigen sino cosas coyunturales y les importa muy
poco el dilema correísta/anticorreísta que la clase política intenta inocularle
por sus aparatos de comunicación y propaganda. Son gente que desconoce a su
dirigencia y actúan con la espontaneidad que promovía Trotsky y que era razón
de disenso con V. I. Lenin y que, no obstante, está dando dura batalla en las
calles poniendo contra la pared a la clase política. No quieren a los políticos
tradicionales marchando con ellos, aunque también son susceptibles a la
infiltración de pandilleros disfrazados de militantes y a la manipulación de
los caciques y aspirantes a caciques, y a los prejuicios que arrastramos todos
desde antes de la república: machismo, regionalismo, xenofobia, etc.
Frente
a ello, la clase política se encuentra desorientada, pues no reproducen los
canales tradicionales de la obediencia y la disciplina política. Los dirigentes
de las organizaciones y los partidos políticos se van montando en su
movilización a pesar de que ello daña sus canales de negociación de las
prebendas y canonjías con el poder; los candidatos con posibilidades políticas
de gobernar los invocan para asegurar su apoyo en las urnas, y el gobierno de
turno, en su afán desesperado de flotar en la tempestad de su desgobierno, les
llama “zánganos”. ¿Estamos ante la revolución de los zánganos?, ¿Es viable y
sostenible? Por lo menos, las élites les temen y proyectan sus miedos sobre la
población. Por eso, ahora que ya no les son útiles para echar del poder a gente
desagradable como los Bucarám o Lucio Gutiérrez, que no son de su gusto
refinado, ya no reciben a los zánganos con guirnaldas y los ven justo como
quiere el gobierno: hordas de vándalos y bárbaros sin causa.
Lo
que sí es seguro es que, por lo pronto, un aprendizaje de este momento político
que vivimos es que existen otros mecanismos de reconstruir el tejido social y
que, más allá de los detonantes políticos que rompen la normalidad social, la
resistencia política para construir un mundo distinto aún es posible,
solamente, es que necesario entender los nuevos tiempos y formas. Lo que hoy
sucede no es la Comuna de París, pero tal vez sea necesario volver a entender
el carácter revolucionario que Marx advirtió en su “18 Brumario” pero con otros
enfoques. Si esto tiene futuro o no, lo sabremos, posiblemente, estos años
cuando se comienza a vivir el amor en tiempos de neoliberalismo.
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