A propósito de La Posta: Crónica de un racismo asimilado









A propósito de La Posta: Crónica de un racismo asimilado

Por: Luis Fernando Ávila Linzán.
Foto por: La Posta.

(LA CONQUISTA) “Esos bárbaros, aunque, como se ha dicho, no sean del todo incapaces, distan, sin embargo, tan poco de los retrasados mentales que parece no son idóneos para constituir y administrar una república legítima dentro de los límites humanos y políticos” Francisco de Vitoria, uno de los pensadores más venerado como uno de los padres del Derecho Internacional Público, en esta cita desnuda las intenciones del conquistador en América Latina, más allá del justificativo que él postuló, el ius comunicationis, que era el derecho que tenían las potencias conquistadoras europeas de llevar a los pueblos conquistados las ciencia, artes, derecho y las instituciones (la civilización verdadera).
Las naciones europeas desde el siglo XVI, se fundaron sobre el ideal de que existía una situación de total libertad que se denominaba “estado de naturaleza”, donde todos los individuos no tenían más límite que sus instintos (Hobbes y Bentham), la libertad de los otros (Locke y Rousseau), y el statu quo conformado por lo que se llamaba “sociedad política”. Esto era posible gracias a la separación que hizo Tomás de Aquino respecto del orden humano y el orden divino. No obstante, para estar en el estado de naturaleza se necesitaba la capacidad de transformar y usar la naturaleza, lo que suponía reconocer la propiedad privada y el uso de los bienes para consumir mercancías. Quien no tenía esta capacidad era un salvaje o bárbaro. Esta capacidad reconocida en la biblia, en realidad, permitió la expropiación original y violenta de la propiedad y la dominación de unos pocos a partir de ello.

(LA JUSTIFICACIÓN) Así, cuando llegaron los españoles a nuestra América, no sólo impusieron su cultura y civilización a sangre y fuego, sino mediante justificativos ideológicos. El más importante fue el ideal de llevar la civilización y la religión verdaderas a los salvajes. Encontraron, de acuerdo a esto, gente que no entendía la propiedad privada y cuyos instrumentos de trabajo no permitían tenían la capacidad de gobernar la naturaleza. Sus tierras no estaban delimitadas y eran sociedades colectivas, usaban herramientas de metales, aparentemente, débiles e ineficientes. No conocían las armas de fuego y adoraban a dioses transfigurados en objetos, seres y recursos de la naturaleza. No había duda, eran bárbaros, por tanto, posiblemente no tenían alma. Los justificativos de la conquista tuvieron, además, un martillo blando que era la religión. Una creencia monoteísta y disciplinaria sería el bálsamo más eficiente para adiestrar a “los salvajes” en la necesidad de la propiedad privada y la obediencia a la autoridad. El lucro y la codicia serían enfermedades tan peligrosas como la viruela, traídas por los españoles.
Cruz, espada de hierro, religión y propiedad privada fueron el remedio de Europa para curar la barbarie de los pueblos indoamericanos. No obstante, el Papa Pablo III se vio obligado en su bula Sublimis Deus (1537) a reconocerles alma a cambio de una condición disminuida y subordinada a la tutela de los conquistadores.

(LA INFERIORIDAD) Luego, la república no fue el mecanismo para liberar a los indígenas. Hasta el siglo XX, el ordenamiento jurídico los consideraba una “clase inocente, abyecta y miserable.” (Constitución de 1830), por lo que le encargaba a la Iglesia Católica su tutela y cuidado por una cuestión de caridad. Durante el garcianismo, en 1871 ocurrió una importante sublevación indígena por el maltrato, los altos impuestos y los diezmos religiosos dirigida por Fernando Daquilema, quien luego fue ejecutado a bala acusado de provocar un motín, asesinatos, robos e incendios.
Así, de la semiesclavitud de los obrajes y las mitas, durante este período la atribución de alma y compasión cristiana tuvieron como costo la subordinación a formas precarias de trabajo y propiedad de la tierra: huasipungo y hacienda. Con la finalización de la etapa de subordinación, se puso las bases para la política de asimilación cultural, según el cual, los indígenas fueron obligados, abierta o disimuladamente, a abandonar sus creencias, lengua y cultura para integrarse -y ser así aceptados- al Estado nación. La reforma agraria comenzó en los años 60, pero los indígenas accedieron a tierras con poco valor y marginales para aquella época, mientras el flujo de capitales se concentraba en los bancos de la Costa y los palacetes medievales de los terratenientes serranos. Con esta reforma, no obstante, los indígenas iniciaron y fortalecieron sus organizaciones políticas alrededor del acceso a la tierra, especialmente, la Federación Ecuatoriana de Indios (FEI) en 1944, que nació del seno del Partido Comunista y que fue el origen prístino del futuro Movimiento Indígena. También, había surgido el Instituto Indigenista Ecuatoriano en 1940 de orientación liberal y que buscaba la integración de los indígenas al proyecto nacional-modernizador.

(LA ASIMILACIÓN) A partir del proyecto modernizador que estaba en la Constitución de 1945, quedaron radicalmente separados el campo y la ciudad, y el ideal fue fortalecer los lazos nacionales y territoriales. Algunos lugares del país fueron integrados, por ejemplo, Esmeraldas que había sido gobernado con bastante autonomía por negros libertos liderados por Alonso De Illescas desde el inicio de la república. Los indígenas fueron vistos como un obstáculo, no inferiores, pero sí como sujetos atrasados, pues la mayoría de ellos eran analfabetos, hablaban quichua y vivían en condiciones de extrema pobreza. Una institución paradigmática para este proceso de asimilación fue el Instituto Lingüístico de Verano (ILV.1934) que se internó en la Amazonía. Con el apoyo de las Iglesias Unidas de los Estados Unidos de América de orientación evangélica junto con algunas congregaciones católicas, allanó el camino para facilitar la explotación petrolera y el paulatino desplazamiento indígena de sus territorios.
Por eso, se les incluyó en el sistema educativo obligándolos a renunciar a su cultura y costumbres ancestrales, lengua, vestimenta, entro otros elementos propios. Pero este llamado a la igualdad nacional encerraba en sí mismo el complejo de la sociedad colonial gobernada por mestizos que no aceptaban su parte indígena y el miedo al ascenso social de los indígenas. Por esta razón, la asimilación se hacía en los términos de referencia social del mito de los “blancos españoles” y en términos violentos cuando los indígenas se resistían a estos cambios. La iglesia, la escuela y el trabajo eran espacios donde se diferenciaba realmente a los distintos: a los “mestizos modernos” y a los “indígenas vagos y atrasados”:

“Cuando volví a la escuela la profesora me trataba tan mal que nos hacía arrepentir de ser indígenas. No tenía ninguna consideración con nosotros. Nos decía, pasa, pasa hijito al pizarrón, longo manavalí [bueno para nada], no tengo tiempo para vos… los niños mestizos que eran bien tratados comprendieron lo malo que era ser indígena o longo como ellos nos llamaban… la profesora gritaba: Áa cuidar vacas longo rudo, para eso servís manavalí! Sin embargo, cuando un niño mestizo se equivocaba en algo mucho más simple que nosotros los indígenas, la profesora jamás se expresaba mal ni tampoco les decía groserías.” (Carlos De la Torre, Racismo en Ecuador).

(LA RESISTENCIA) Desde el inicio, a pesar de que los libros de historia no lo relatan, los indígenas indoamericanos lucharon contra la invasión y el genocidio español y criollo de manera permanente. Y antes de los denominados “primeros gritos de la independencia” en Ciudad de México, Quito y La Paz, hubo rebeliones de enorme magnitud, como ocurrió en 1780 en Perú en manos de Túpac Amaru, o la sublevación de Túpac Katari en Bolivia (1781) y el levantamiento de Daquilema al que ya se hizo referencia (1871). Todos estos eventos terminaron en tortura y muertes horrendas: descuartizamiento, empalamiento, lapidación, desmembramiento, ahorcamiento y arrastramiento. En estos casos, se acabaron las formas jurídicas y los resguardos humanistas, la respuesta fue la represión violenta en nombre de la Corona, la Iglesia y la Civilización.
De esta manera, apareció la proclama del “indio violento” y “bárbaro”. Su lucha fue mocionada como una cuestión de necedad y rusticidad.
Varios levantamientos se dieron durante toda la república, pero fue el 4 de junio de 1990 cuando se realizó el primer levantamiento indígena luego del retorno a la democracia reclamando acceso a la tierra y plurinacionalidad. Unos años antes, en el recinto parlamentario, por primera vez se había escuchado en el discurso de posesión del presidente Jaime Roldós frases en la lengua que habla una gran parte del país desde siempre, que iniciaba así:

“¿Para quién hablo? ¿Para quién debo hablar? Y me he contestado: Para hoy y sin exclusión de nadie. Hablo para esos humildes hermanos ecuatorianos que a la vera de los caminos esperaban largas horas el paso del compañero Roldós. Hablo para los centenares de miles de indios, para mis hermanos indígenas ecuatorianos, recordados en los discursos, protagonistas de la novela, materias de poesía, objeto permanente de explotación social y preteridos en las obras. Para ellos, la historia se quedó en la colonia.”

Los levantamientos de 1994 (por la Ley de Desarrollo Agrario), 2000 (contra la dolarización y decisiones económicas del presidente Mahuad), 2001 y 2006 (contra las medidas neoliberales y el TLC en el gobierno de Alfredo Palacios), y 2009 (por el derecho al agua y el Estado plurinacional en el gobierno de Rafael Correa) posicionaron al Movimiento Indígena como un actor político relevante e influyente a nivel nacional durante de la década de los noventa y al inicio de este milenio. Encabeza todo este proceso la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE. 1986), que junta a todas las organizaciones nacionales indígenas regionales del Ecuador (ECUARUNARI en la sierra, COFENIAE en la amazonía y CONAICE en la costa con los montuvios), e integra y coordina con otras organizaciones nacionales indígenas: Ecuador Runakunapak Rikcharimuy (ECUARUNARI. 1975), Federación Evangélica de Nacionalidades Indígenas (FEINE. 1980) y la Federación Ecuatoriana de Obreros Campesinos, Indígenas y Negros (FENOCIN. 1980). Pachakutic (PK) se convirtió en el movimiento político de representación indígena y su brazo político.
Para aquella época, las élites locales vieron a los indígenas como un problema de seguridad. Los Estados Unidos de América lo incluyeron el “Libro Blanco” que ubicó a las organizaciones indígenas como un foco de subversión y como el más grave problema de seguridad de la Región. La idea era hacerlos ver sutilmente como violentos subversores. El motivo del caso La Cocha I sobre justicia indígena fue usado para hacer ver a los indígenas en la academia y en los medios de comunicación como violadores de los Derechos Humanos. No obstante, en 1998, se logró en la Constitución el reconocimiento del Estado multicultural y pluriétnico junto con los derechos colectivos de los pueblos indígenas, principalmente: organización política propia, a su territorio, a la consulta previa e informada, a ser educados en su propia lengua, a practicar sus creencias y cultura ancestrales, y tener su derecho propio y sus sistemas de justicia indígena.
Haber participado en las luchas contra el neoliberalismo revivió el concepto rousseauniano del “buen salvaje” y el marxista de “la clase sin intereses” y fueron considerados por varios sectores, especialmente en la Región Sierra, como héroes y fuerza de choque para proteger las conquistas sociales. Sin embargo, sectores académicos y políticos decían que no estaban preparados y que tenían un proyecto separatista, y que buscaban formar “republiquetas anárquicas” (Ojeda, 2008). El cuestionamiento fue supuestamente técnico, pero buscaba, en realidad, minorizar las luchas indígenas y sociales.
Por eso, las élites, sumado al hecho que el racismo no era ya un discurso movilizador (el 99% de la población decía no ser racista), actuaban con sigilo en contra del discurso liberador indígena dentro de las formas de la corrección política y la hipocresía social. Lejos quedaba la torpe franqueza clasista de León Febres Cordero, padrino político de Jaime Nebot, líder del Partido Social Cristiano (PSC), que catapultó a Abdalá Bucaram a la presidencia en segunda vuelta en 1996 con esta declaración: “El lumpen, prostitutas, marihuaneros y ladrones votaron por Bucaram.” (Teleamazonas, 1996)

(LA INTERVENCIÓN) Ama, Quiya, Ama Yuya, Ama Chuya (en quichua, "no ser ocioso, no ser mentiroso y no ser ladrón"). Esa fue la consigna que, además, enlazaba con el sentido común de los ciudadanos de cara al inicio del gobierno de Lucio Gutiérrez, un coronel sublevado que protagonizó el golpe de Estado en contra de Jamil Mahuad -presidente impopular por la congelación de los fondos en bancos privados y la dolarización- (2002). Esta crisis económica y política sin precedentes obligó a la emigración de más de 1 millón de ecuatorianos y la precariedad sistemática de familias enteras. Pachakutik gobernaba en 27 municipios de 17 provincias de la Amazonia y la sierra, y en cinco prefecturas (una población aproximada de un millón de habitantes). Había logrado 11 diputados, que, junto a los seis de Sociedad Patriótica, partido del gobierno, coloca a esta alianza como la segunda fuerza política del Ecuador. Nina Pacari, lideresa histórica del movimiento, aseguraba:

“Son los nuevos tiempos del nuevo milenio… Los indígenas hemos demostrado que estamos en igualdad de condiciones para debatir y proponer. Hemos roto el estereotipo de que sólo podemos hablar de indígenas, y hemos dado la lección de que estamos preparados para otros muchos temas" (El telégrafo, 28-nov-2002)

Era el mejor momento del Movimiento Indígena que había comenzado años atrás con el apoyo tibio a Bucaram en la segunda vuelta que les permitió tener al primer indígena a la cabeza del Ministerio de Asuntos Indígenas en 1997. Gutiérrez encarnaba para algunos sectores de izquierda un nuevo “Hugo Chávez” sin ver que, en realidad, venía de los sectores militares más conservadores. El Partido Sociedad Patriótica (PSP) evocaba ese carácter popular del bolivarianismo que nunca pasó por la cabeza de un Simón Bolívar elitista que en sus últimos días de vida pensó en convertirse en dictador vitalicio -algo más cercano al retrato de Marx en su ensayo “Bolívar y Ponte”-. Se montó, de pronto, la izquierda en dicho gobierno. El movimiento indígena fue uno de los primeros en sumarse. Las élites y los grupos de inteligencia militar y política de los Estados Unidos de América debieron cambiar de estrategia, y decidieron que de ahora en adelante lo mejor era intervenirlos progresivamente, usarlos y quemarlos políticamente, pues su ascenso social y político era imparable. Gozaban del respeto y aceptación de todo el país y la asimilación política era, ahora, usada por ellos para liberarse.
La luna de miel duró poco y unos meses antes del 5 de abril de 2005, se rompía la alianza con los sectores de izquierda y el Movimiento Indígena. Ese día, el presidente huía en un helicóptero del palacio de Carondelet, sede del gobierno, y luego partía en una avioneta hacia el autoexilio. Así, como la clase política había destituido a Bucaram por considerarlo loco, a Gutiérrez lo sacaban del poder por abandono del cargo. La alianza política había mermado al Movimiento Indígena en apenas dos años.
Un joven que había renunciado unos meses antes al Ministerio de Economía y Finanzas durante el gobierno interino sin trascendencia de Alfredo Palacios, de repente, se convertía en presidenciable apoyado por sectores sociales e intelectuales de Quito y Guayaquil. Pronto volvieron a juntarse los partidos y movimientos de izquierda y el Movimiento Indígena sobre la propuesta de una Asamblea Constituyente y el socialismo del Siglo XXI. Rafael Correa, sin embargo, los integró coyunturalmente, en la segunda vuelta contra el empresario Álvaro Noboa. Aprovechó que la tendencia venía golpeada desde el gobierno anterior y les planteó que se integren, pero que no existía acuerdo alguno.
Su gobierno fue aumentando el nivel de confrontación luego de la alianza social para llevar adelante el proceso constituyente. El Movimiento Indígena logró que se reconozca el Estado plurinacional finalmente. Luego de ello, especialmente, a partir de la sublevación policial del 30 de septiembre de 2010 (30-S) y la consulta popular, en palabras textuales de Correa, ”para meter la mano a la justicia”; la confrontación se radicalizó cuando desde el Gobierno se implementó una política de intervención directa en las organizaciones y la creación de organizaciones paralelas con apoyo gubernamental, y el inicio de la nueva “era minera” que consistió en una política extractivista que desplazaba comunidades indígenas y afectaba la salud, el trabajo y sus derechos colectivos, y beneficiaba a empresas chinas y a los poderosos mineros informales.
Correa los acusó de “ecologistas infantiles”, “separatistas” y “atrasa pueblos” y criminalizó la protesta social usando el nuevo Código Orgánico Integral Penal que reforzaba el carácter fascista y conservador del poder punitivo para perseguir al enemigo, en un contexto de hegemonía total de todos los poderes del Estado por parte del Ejecutivo. Así, se expresaba Correa en 2010, curiosamente, de manera parecida como lo hará luego su reemplazo en el cargo:

"¿Somos o no somos ecuatorianos? Eso es lo primero que hay que preguntarle a la CONAIE… Yo llamo (también) a un levantamiento, a un levantamiento de todo el pueblo ecuatoriano contra estas actitudes… puro y simple separatismo, llamémoslo por su nombre…Esto tiene que condenarlo todo el pueblo ecuatoriano… insensatos… esas bases indígenas, levántense contra estos malos dirigentes que le están haciendo el juego a la derecha, a los neoliberales, que están boicoteando un proceso histórico de reivindicación y que lo único que quieren es mantener sus parcelas de poder" (Diario El Tiempo, 27-feb-2010)

(LA RESTAURACIÓN CONSERVADORA) El régimen de Correa rompió todo el tejido social y pulverizó la organización social. El Movimiento Indígena se partió en varias facciones y sus autoridades no eran legítimas al inicio del gobierno de Lenin Moreno. Su gobierno no necesitó hacer ningún acuerdo con los sectores progresistas ni de izquierda, pues llegó con el espaldarazo del Partido Social Cristiano, el Movimiento Alianza País y el rol de chimbador de Lasso. Así, sin candidaturas, sin partido propio y con la confianza de Correa depositada en él, (quien no pudo postularse a un período más, debido a la presión social de varios sectores que estaban agotados del modelo autoritario-desarrollista que había funcionado durante una década), Lenin Moreno en unas accidentadas elecciones, fue electo como presidente y sucesor del líder, para ese momento, su amigo y coideario.
Un movimiento indígena debilitado y desgastado por la intervención y por haber abandonado la horizontalidad política y la participación de las bases en todas las decisiones, intentaba ser el interlocutor con el gobierno para exigir que se mantengan las políticas sociales y se restablezcan algunas que habían sido eliminadas en el régimen anterior. Y un gobierno sin partido político ni sector alguno que le dé legitimidad, se aleja del único que lo había puesto en el cargo, Rafael Correa, y se acerca a otro poder de igual entidad para combatirlo. Sus nuevos amigos: los socialcristianos, los centro derecha banquera de CREO-SUMA, el Partido Socialista, y varias facciones tecnocráticas como Ruptura de los 25, y dirigentes disidentes de múltiples sectores, incluso del régimen anterior.
Un gobierno sin alianzas para cogobernar, sin apoyo social organizado ni partidos políticos que le permitan movilizarse, terminó en un gobierno secuestrado que luego se transformó en un “des gobierno”. Los grupos de poder se hicieron del poder secreta y discretamente, y utilizan al gobierno como un monigote de año viejo.
La primera tarea del gobierno era desmarcarse y lo logra parcialmente, pues algunos cuadros del régimen anterior lograron bajarse de la camioneta y ahora niegan a su maestro mientras el gallo canta tres veces en la madrugada de este nuevo momento político. Seguidamente, lo segundo, era cambiar a las autoridades de control y de justicia para acomodar a los intereses de los dueños del gobierno. Por esto, se convocó en las elecciones seccionales a votar por la integración de un Consejo de Participación Ciudadana y de Control Social Transitorio (CPCCS-t). Éste, a pesar de los escándalos políticos, del déficit democrático y jurídico de sus decisiones, y de la corrupción y dependencia política, logró cambiar de manos a las instituciones evaluadas y mantener a las que eran de interés de las élites y los dueños ocultos del gobierno. Se buscó, en su mayoría, gente de confianza, con poca experiencia, una deficiente formación académica, y cuadros jóvenes y obedientes. Nada fuera de lo común en la cultura institucional y política del Ecuador. La excepción fue la Corte Constitucional con el fin de legitimar la fracasada transición.
Todo se justifica hoy para combatir el cuco del correísmo. Debilitar a las instituciones, perseguir abiertamente, comprar a los medios de comunicación, utilizar todos los recursos estatales de manera demagógica. Todo vale y no hay límites. Así, como las élites le bajaron el dedo al retorno de Bucaram, hoy lo hacen en perjuicio de Correa.
Al mismo tiempo en la Región, varios gobiernos de derecha intentaron las mismas estrategias de shock, políticas neoliberales, acuerdos con los organismos multilaterales de los años 90. No obstante, los resultados no son los esperados y el Brasil del Bolsonaro tiene la posibilidad de poner a Lula en poder, Argentina eligió a Alberto Fernández de la tendencia de izquierda para reemplazar el régimen fracasado de Macri; México elige a López Obrador y en Ecuador los índices de aceptación del régimen son los más bajos de la historia.
En ese contexto, el 3 de octubre en Ecuador se prende la chispa de la insurrección social en América Latina, ante el súbito anuncio de un paquetazo económico que eliminaba el subsidio a los combustibles. Chile sigue y luego varios países experimentan fenómenos parecidos. Ciudadanos cansados de la falta de oportunidades y de política sociales que mitiguen las decisiones económicas de crisis salen a las calles a protestar. Se inicia algo así como una “Primavera Latinoamericana”. Todo esto se sale de las manos de las élites políticas en toda la Región y el miedo ya no es el cuestionamiento a los regímenes, sino a ellas mismas. La respuesta descarnada fue la represión en todos los niveles y la búsqueda de un chivo expiatorio que distraiga la atención de la gente sobre la clase política: el castro-chavismo internacional que, dependiendo del país, toma formas reconocibles (FARC, correísmo, Partido Comunista, etc.…).
En Ecuador, quien asumió el papel dirigente fue el Movimiento Indígena que demostró que conserva su capacidad política de movilización y nuevos cuadros políticos con una visión más estratégica. Frente a esto, resulta que las élites ahora resucitan el lenguaje de la conquista y de la represión de los años 70, y usan todos los mecanismos de represión política y social sin que importen las formas políticas. Nos encontramos ante una restauración conservadora donde se usa abiertamente el racismo para bloquear políticamente a los indígenas. Se caen las caretas de las élites molestas por tener que comer en la misma mesa con su servidumbre y, además, tener que tolerar que ahora tengan la posibilidad de ser gobierno.
Jaime Nebot, quien era el cuadro presidenciable con más posibilidades, hipotecó sus aspiraciones políticas cuando en el contexto de las protestas de octubre y ante la amenaza de los indígenas de entrar en Guayaquil, llamó a una guerra cultural para defender la ciudad que activó el racismo que se encuentra en estado latente en nuestra sociedad:

“El golpista, el saqueador, el destructor no es malo por su raza. No sean acomplejados. Estos que se burlan de la verdad…No son malos por su raza, no son malos por su ideología, no son malos por su procedencia…Son malos por su actitud delictiva. Y aquí los vamos a castigar. Aquí no queremos ese tipo de gente…O nos hacen respetar o nos hacemos respetar…Y la paz que tanto se reclama es indispensable. Pero hay veces, y este es una de esas veces que hay que hacer la guerra para conseguir la paz. La paz vendrá cuando derrotemos a quienes nos quiten la paz…”

En este discurso beligerante se usan todas las estrategias revisadas de la dominación racista. “No son malos por su raza”. Son delincuentes, son bárbaros. Eso recuerda la justificación de la dominación. “Los vamos a castigar…no queremos ese tipo de gente” es la asimilación racista que somete al considerado inferior, quien debe asumir las maneras de los “buenos ciudadanos”. La conquista y el sentido de superioridad está en todo el discurso, especialmente, en la invocación a la guerra. Posteriormente, en una entrevista, este dirigente socialcristiano postuló el apartheid moderno: “Recomiéndeles que se queden en el páramo”.
Vivimos, luego de una reunión de negociación directa entre Lenin y los dirigentes Leónidas Iza y Jaime Vargas (CONAIE), completamente televisada y controlada por los medios y el gobierno, una intensa restauración conservadora. Las élites ya no están dispuestas a negociar ni a utilizar las vías democráticas para ceder el más mínimo poder. Sienten que han otorgado demasiado, aun cuando sus intereses y fortuna están intactos, por lo cual reciben con beneplácito el contexto belicista, antiterrorista, clasista, xenófobo y racista creado por Trump en la Región. Ven ahora su oportunidad para sacarse el traje de la tolerancia y actúan en función de sus prejuicios, que son los mismos de la población.
Al mismo tiempo, la situación de Chile y las protestas que llevan varias semanas a pesar de que a la clase política le tocó rendirse ante las demandas ciudadanas. Sin embargo, la gente quiere cambios reales. El problema es que Chile era el caso emblemático del neoliberalismo y la institucionalidad. Ahora, las élites sienten que los ciudadanos vienen por ellas y esto hace que se desnuden sus prejuicios. Juegan un rol importante los medios de comunicación masivos y las redes sociales, pero el acceso personal a las fuentes hace que sea casi imposible controlar la información y los ciudadanos ya no les creen.
El contexto de esta restauración conservadora, explica en parte la represión sin precedentes que aplica la fuerza pública y el odio racial de los medios de comunicación, parte de la academia y los ciudadanos en el espacio social. Se acabó eso de “no disparamos contra el pueblo”. La clase política regional siente que su hegemonía estructural se pone en riesgo; por su parte, nuestros ciudadanos ya no se contentan con poco, quieren equidad social y económica, igualdad de oportunidades y el fin de los privilegios, políticas de bienestar, y responsabilidad y transparencia de las autoridades sobre el manejo de los recursos públicos. Aflora el racismo puro y duro en las autoridades y en los medios de comunicación, puesto que, el proceso de asimilación no sólo los afectó a los indígenas y afros, sino, también, a quienes se beneficiaron de ello, naturalizando en el discurso público prácticas abiertamente racistas. Este fenómeno puede verse en los torturadores que, con el pasar del tiempo, asumen parte de la condición de su propia violencia ejercida en otros. En realidad, se puede ver en cualquiera que abusa del poder, quien percibe su propio abuso como normal cuando ya no está en el poder. Aquello explica, también, las leyendas urbanas de la Ministra del Interior del Gobierno de Lenin Moreno sobre la responsabilidad de los manifestantes en las muertes y en el maltrato a los miembros de la fuerza pública, y la supuesta existencia de más de 20 grupos subversivos en Ecuador en el relato del Ministro de Defensa.
Por esto, es que dos periodistas bonachones que habían planteado, inicialmente, un interesante estilo alternativo de hacer comunicación política, llamado La Posta, son la muestra evidente de que las élites dejaron a un lado las formas políticas y sociales que antes limitaban sus deseos racistas reprimidos. Nosotros los ciudadanos encontramos al final de la cadena alimenticia de la política ecuatoriana, conformada por políticos racistas, clasistas y misóginos. Ellos están dispuestos a utilizar todos sus argumentos e instrumentos para conectar su discurso con los prejuicios de la gente y evitar, en la coyuntura, que Ecuador tenga un presidente indígena, y en lo estructural, que los sectores políticos subalternos pongan en cuestión su dominación. Bastó el experimento boliviano ya solucionado por el conservadurismo y avalado por la OEA y el Grupo de Lima. No quieren correr más riesgos.
Así, este racismo asimilado busca hacer ver a los indígenas como delincuentes violentos, necios incivilizados, intervenidos por el correísmo. Al mismo tiempo, son empujarlos a aceptar candidaturas con el fin de quemarlos políticamente. Invocan al “buen salvaje”, quien se ha degradado por el oportunismo y los intereses de grupo, aunque estos intereses no sean ni de lejos las jugosas canonjías y recursos de los grupos económicos del país. Quieren hacerlos ver como limosneros con garrote y como mantenidos por las pingües políticas en su favor, como incapaces peligrosos y separatistas, como delincuentes bárbaros que ponen en riesgo la paz ciudadana; mientras se hacen de la vista gorda de cómo los grupos de poder y los políticos de turno saquean las arcas públicas y se enriquecen a costa del sufrimiento del pueblo con total impunidad.
Andrés Boscán y Luis Eduardo Vivanco, muestran su racismo asimilado y finamente adobado con unos cocteles en un lugar donde irá posiblemente menos del 0,25% de los ecuatorianos; y, su intolerancia e ignorancia sembrada por una formación conservadora y los manierismos veleidosos remedados de la aristocracia a la que no pertenecerán jamás. Sin embargo, este racismo asimilado encuentra a los pueblos indígenas en pie de lucha y con la cabeza en alto. Si han resistido más de 500 años, estos prejuicios, expresión de un racismo latente durante una restauración conservadora en marcha, los hace más fuertes. Boscán, en definitiva, con su expresión racista es el vocero del fascismo social que no sólo amenaza a los indígenas, sino que se cierne sobre todos aquellos que luchamos por cambios radicales:

“Lo que merece el país es indio encontrado, indio preso… metemos preso otros doscientos y si esos no alcanzan metemos preso otros doscientos y cuando se acaben…”

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