El Gran Hermano: “un soldado caído”. “las orquídeas”, “la muy señora” y “la jueza Collantes”






El Gran Hermano: “un soldado caído”. “las orquídeas”, “la muy señora” y “la jueza Collantes”

Por: Luis Fernando Ávila Linzán.
Foto por: Diario El Extra,


I
Cuando parte de mi generación vivía la niñez, la comunicación se realizaba, normalmente, en persona, puesto que el teléfono convencional -hoy en extinción-, no llegaba ni llega a todo el territorio. Era un lujo vinculado a lo urbano y, dentro de ello, a los sectores más urbanizados. Yo crecí en un barrio periférico, “la Ciudadela del Maestro” que, para los años 80, era un lugar fascinante para un niño: lleno de monte, animales silvestres y canales de riego que crecían como río en el invierno, y decenas de casas en construcción en medio del lodo y las plagas. Los lugares de encuentro eran los parques, por ese entonces llenos de árboles y animales míticos; y, las salas de cine, algunas de ellas con el piso de tierra y con películas sólo para adultos. Portoviejo, con sus diferencias, era una ciudad típica de la costa ecuatoriana.
Hoy el espacio público se ha ampliado brutalmente. Grandes centros comerciales sobre la lógica del “hipermercado” han reemplazado las bancas del parque donde se tomaba helado con pan y un pastelillo. Allí todo está estandarizado hasta el mínimo detalle para guiar cuidadosamente a los visitantes al consumo de bienes y servicios. Es un perfeccionamiento de la idea de Foucault sobre la “sociedad del control” que particularizaba a la modernidad. En este nuevo orden, ya no es necesario tener una autoridad vigilando a las personas para imponer la disciplina social, ya sea con la fuerza o con el convencimiento sutil del ejercicio del “derecho de admisión” para segregar a los indeseables. El panóptico fue sustituido por controles inteligentes según Raymond Aaron.
Así, como todos somos libres de entrar a un hotel lujoso y pasear por el lobby y hojear un periódico impreso, lo somos, también, en el espacio público en general. Nadie nos va a estorbar, excepto si se tiene un mal aspecto por fuera del estándar o denota una actitud no convencional. En ese momento, un empleado del establecimiento se acercará para preguntarle, discretamente: “en qué habitación está”. Ante la negativa, ofrecerá, otra vez con discreción, su colaboración “para lo que se le ofrezca” sin quitarle el ojo de encima a cierta distancia. Si el individuo interpelado se sienta a tomar un café o, de repente, se encuentra con una persona del estándar, el estado de sospecha termina y el control se vuelve otra vez a ser invisible.
Esta lógica de control se vuelve más efectiva desde la aparición del internet y la globalización de los medios de comunicación masiva. Por medio de esto, la información personal es extraída y usada para muchos fines. Por ello, hoy para solicitar una visa para un país del primer mundo ya no es necesario llevar las escrituras de la casa construida con crédito estatal, las matrículas de los dos automotores usados, los certificados bancarios y el rol de pago del sueldo. Las autoridades y las empresas saben todo sobre nosotros: gustos personales, preferencias religiosas y de consumo, opciones sexuales, creencias políticas, perfil profesional, etc. Todo lo saben casi sin excepción. Se configura así la predicción de George Orwell de esta gran computadora que todo lo ve en su obra “1984”. Tenía en su libro el nombre de “El Gran Hermano”. Esta metáfora inspiró el programa de televisión que lleva el mismo nombre y que consistía en filmar a varias personas en una casa las 24 horas. Curiosamente, tuvo un éxito sin precedentes en el mundo entero, sobre la base del formato conocido como “reality show”. Este formato apela a la supuesta espontaneidad dentro de un ambiente, aparentemente, sin control.

II
Sin embargo, lo sorprendente de “El Gran Hermano” en que se ha convertido el Internet y las redes sociales, es que es tan popular por la crisis de los referentes modernos. Nadie cree ya en la política ni en los partidos políticos o sindicatos ni en las organizaciones no gubernamentales; las religiones han perdido centralidad al momento de tomar decisiones y se mantienen como una especie de mecanismo de expiación y de ejercicio de una espiritualidad new age; y, las autoridades estatales pierden, paulatinamente, facultades de control. Todo el control pasa a una cajita mágica llamada servidor que descansa en varios lugares del mundo sin control democrático ni jurídico alguno. Y más sorprendente, además, es que la internalización del El Gran Hermano es querida por los ciudadanos.
No obstante, la mansedumbre con la que nos sometemos a este orden invisible va más allá del clásico concepto marxista de “alineación”. Va más allá porque somos conscientes todo el tiempo de los efectos que sobre nuestra vida privada opera el Gran Hermano; no obstante, buscamos comunicarnos, ser vistos por otros y ver a los demás de una manera casi esquizofrénica. Este juego perverso consiste en cuidarse de cometer errores que exponga parte de nuestra vida que puedan ser socialmente vergonzante y, al mismo tiempo, esperar el error de los otros para juzgarlos y burlarnos con total crueldad y sin remordimiento. Nos hallamos ante lo que Sartori postuló como homo videns. Atrás quedaron los referentes de la modernidad “homo sapiens” (el hombre racionalista) y el “homo faber” (el hombre que hace, el económico). Ser visto y ver a los demás es lo que justifica hoy vivir en sociedad, es el nuevo orden político del mundo; cuidarse y estar listo para juzgar a los demás cuando no tuvieron cuidado. Esto es algo más que la cacareada “doble moral” de nuestras sociedades, que nos dirige a los lugares comunes y a los clichés de la moralina tradicional. Es el nuevo orden político que perfecciona la dominación y la hegemonía global de las élites económicas, y que vuelve oscura la iniquidad y la acumulación de riquezas en pocas manos. A nadie parece importarle la denuncia de Oxfan sobre el hecho de que 26 millonarios tienen más que la mitad de los recursos económicos del mundo ni que millones de familias viven aún con un dólar diario.

III
El Gran Hermano es efectivo, además, porque dispersa el control en los controlados, y proyecta una especie de intercontrol ciudadano. Este control no es nuevo. Recordemos lo que sucedía en la sociedad esclavista. Cuando un esclavo escapaba y era recapturado, todos los esclavos eran castigados junto con él, para recordarles que las acciones de uno tendrían consecuencias en todos. Nietzsche a este sentido social de culpa le llamaba a esto “moral de esclavo”. Con esto se lograba desplazar la responsabilidad a los oprimidos e invisibilizar la crueldad y los intereses del opresor. La diferencia ahora es que este intercontrol se ha vuelto global, por tanto, en tiempo real y con apariencia de realidad; y, que la restricción directa de la libertad (los esclavos eran cosas o personas disminuidas) es reemplazada hoy por el patrón de consumo. Así, las personas y sus intereses se vuelven mutuamente mercancías a la que se tiene acceso únicamente por El Gran Hermano. Por eso, cuando no tenemos acceso por razones ajenas a nuestra voluntad, por un daño en los artefactos, robo, falta de batería o cualquier otra razón, los ciudadanos sentimos un enorme vacío, una sensación como de no estar en ninguna parte. Patológicamente, nos sentimos "fuera de" y sólo estamos tranquilos cuando regresamos al orden psiquiátrico que nos hace felices. Ocurre algo más que la fetichización advertida por Marx, sucede una reificación en los términos de Lukács.
Las mercancías, junto a las que nos cosificamos conscientemente, son, principalmente, el hedonismo, la superficialidad, la sensualidad vulgar, la infidelidad, el sexismo, los prejuicios de todo tipo, la violencia sobre los otros, y la moral de las clases dominantes. De esta manera, cada escándalo en las redes sociales profundiza la cosificación consciente y aumenta el intercontrol movida por la mano invisible del mercado que se fragua en el regazo voyerista de El Gran Hermano.
De acuerdo a esto, los escándalos de redes sociales en Ecuador: “la jueza Collantes”, la supuesta amante de una alta autoridad del Estado quién ebria amenaza a los policías de mostrarle “su poder” (en realidad, el de su amante); “la muy señora”, una joven que es sorprendida por su cónyuge saliendo de un motel de Quito con su jefe y amante; “las orquídeas”, un local de tolerancia donde una chica es grabada haciéndole sexo oral a un stripper; y, el más reciente, una pareja filmada en vivo y en directo por una kiss cam en el intermedio de un partido de fútbol dándose un beso, cuando al parecer mantenían una relación clandestina. Todas estas historias tienen un hilo común: se convierten en mercancías de la comunicación que pertenece a un orden mayor, el lucrativo consumo de los prejuicios sociales y el exitoso intercontrol que naturaliza el capitalismo en la vida cotidiana.
Lo más grave es que este consumo perpetúa las bases sobre las que se sostiene la dominación capitalista. Miremos sólo uno de ellos, el patriarcado machista.
En todos los relatos escandalosos, el hombre es justificado y victimizado por la población y se ve natural su rol de macho alfa. Aquello sucede en el jefe que se acuesta con su subordinada, en el oscuro y poderoso amante de la jueza, quien no aparece en la historia, en el stripper que debe demostrar su virilidad porque tiene un pene de tamaño y no convencional. Y se llega a victimizar, incluso, al “soldado caído”, quien evoca su religión y el daño que le ha causado a su relación de pareja la sociedad con sus comentarios. Los hombres que vemos esto justificamos la poligamia hipócrita sobre la que funcionan nuestros prejuicios.
Por su parte, las mujeres de estos hechos desaguisados reafirman su rol subordinado en nuestra sociedad. La jueza es vista como una vulgar mujerzuela vestida con un traje naranja y sin que importe el abuso del poder ni su cargo; la “muy señora” es criticada por su audacia y falta de moral; Julissa es crucificada por su desaforado apetito sexual; y, la chica del estadio es, por ahora, alguien invisible. El hilo común de estas mujeres es que la sociedad “las culpa a ellas por lo sucedido, banalizan su sexualización y se convierten en las enemigas de las “familias de bien”. Lo que no se dice es que muchas mujeres y hombres que vemos esto guardamos celosamente nuestros propios secretos. Tampoco se dice que esta asimetría social responde al mantenimiento del patriarcado que es una de las bases para el funcionamiento del capitalismo depredador. Mucho menos se dice, adaptando una máxima recurrente de Zaffaroni al tema: los escándalos no ocurren en perjuicio de gente pecadora, sino de pecadores fracasados.
En definitiva, los ciudadanos nos enfrentamos a un enemigo que debemos visualizar de manera distinta para poder combatirlo. El Gran Hermano es, apenas, el Aqueronte que huyó para servir al capitalismo global, y nuestra lucha debe ampliarse para combatir las bases mismas sobre las que se mantiene de pie. En consecuencia, el espacio público es ahora un gulag virtual regentado por El Gran Hermano en nombre del “libre mercado” que transforma la vida social y los valores humanos en mercancías, y que estaría integrado por ciudadanos fracasados, una vez que sus vidas son expuestas, en su afán de permanecer incógnitos. En lo concreto, las luchas deben buscar cambiar las estructuras sobre las que El Gran Hermano se mueve en estos días, orondo y con prepotencia. Hagamos nuestra la frase de Rosa Luxemburgo sobre la lucha feminista y que se aplica al afán de unificar varias agendas estructurales de transformación: “Quien es feminista y no es de izquierdas, carece de estrategia. Quien es de izquierdas y no es feminista, carece de profundidad.” Igual que antes o, más bien, hoy más que nunca, no tenemos nada más que perder que nuestras cadenas.


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