El Gran Hermano: “un soldado caído”. “las orquídeas”, “la muy señora” y “la jueza Collantes”
El Gran Hermano: “un soldado caído”. “las orquídeas”,
“la muy señora” y “la jueza Collantes”
I
Cuando
parte de mi generación vivía la niñez, la comunicación se realizaba,
normalmente, en persona, puesto que el teléfono convencional -hoy en extinción-,
no llegaba ni llega a todo el territorio. Era un lujo vinculado a lo urbano y,
dentro de ello, a los sectores más urbanizados. Yo crecí en un barrio periférico, “la
Ciudadela del Maestro” que, para los años 80, era un lugar fascinante para un
niño: lleno de monte, animales silvestres y canales de riego que crecían como
río en el invierno, y decenas de casas en construcción en medio del lodo y las
plagas. Los lugares de encuentro eran los parques, por ese entonces llenos de
árboles y animales míticos; y, las salas de cine, algunas de ellas con el piso de
tierra y con películas sólo para adultos. Portoviejo, con sus diferencias, era
una ciudad típica de la costa ecuatoriana.
Hoy el espacio público se ha ampliado brutalmente.
Grandes centros comerciales sobre la lógica del “hipermercado” han reemplazado las
bancas del parque donde se tomaba helado con pan y un pastelillo. Allí todo
está estandarizado hasta el mínimo detalle para guiar cuidadosamente a los visitantes
al consumo de bienes y servicios. Es un perfeccionamiento de la idea de
Foucault sobre la “sociedad del control” que particularizaba a la modernidad.
En este nuevo orden, ya no es necesario tener una autoridad vigilando a las
personas para imponer la disciplina social, ya sea con la fuerza o con el convencimiento
sutil del ejercicio del “derecho de admisión” para segregar a los indeseables.
El panóptico fue sustituido por controles inteligentes según Raymond Aaron.
Así, como todos somos libres de entrar a un
hotel lujoso y pasear por el lobby y hojear un periódico impreso, lo somos, también,
en el espacio público en general. Nadie nos va a estorbar, excepto si se tiene
un mal aspecto por fuera del estándar o denota una actitud no convencional. En
ese momento, un empleado del establecimiento se acercará para preguntarle,
discretamente: “en qué habitación está”. Ante la negativa, ofrecerá, otra vez
con discreción, su colaboración “para lo que se le ofrezca” sin quitarle el ojo
de encima a cierta distancia. Si el individuo interpelado se sienta a tomar un
café o, de repente, se encuentra con una persona del estándar, el estado de
sospecha termina y el control se vuelve otra vez a ser invisible.
Esta lógica de control se vuelve más efectiva
desde la aparición del internet y la globalización de los medios de
comunicación masiva. Por medio de esto, la información personal es extraída y
usada para muchos fines. Por ello, hoy para solicitar una visa para un país del
primer mundo ya no es necesario llevar las escrituras de la casa construida con
crédito estatal, las matrículas de los dos automotores usados, los certificados
bancarios y el rol de pago del sueldo. Las autoridades y las empresas saben
todo sobre nosotros: gustos personales, preferencias religiosas y de consumo, opciones
sexuales, creencias políticas, perfil profesional, etc. Todo lo saben casi sin
excepción. Se configura así la predicción de George Orwell de esta gran
computadora que todo lo ve en su obra “1984”. Tenía en su libro el nombre de “El
Gran Hermano”. Esta metáfora inspiró el programa de televisión que lleva el
mismo nombre y que consistía en filmar a varias personas en una casa las 24
horas. Curiosamente, tuvo un éxito sin precedentes en el mundo entero, sobre la
base del formato conocido como “reality show”. Este formato apela a la supuesta
espontaneidad dentro de un ambiente, aparentemente, sin control.
II
Sin
embargo, lo sorprendente de “El Gran Hermano” en que se ha convertido el Internet y las redes sociales, es que es tan popular por la crisis de los
referentes modernos. Nadie cree ya en la política ni en los partidos políticos
o sindicatos ni en las organizaciones no gubernamentales; las religiones han
perdido centralidad al momento de tomar decisiones y se mantienen como una
especie de mecanismo de expiación y de ejercicio de una espiritualidad new age;
y, las autoridades estatales pierden, paulatinamente, facultades de control. Todo
el control pasa a una cajita mágica llamada servidor que descansa en varios
lugares del mundo sin control democrático ni jurídico alguno. Y más sorprendente,
además, es que la internalización del El Gran Hermano es querida por los
ciudadanos.
No obstante, la mansedumbre con la que nos
sometemos a este orden invisible va más allá del clásico concepto marxista de “alineación”.
Va más allá porque somos conscientes todo el tiempo de los efectos que sobre
nuestra vida privada opera el Gran Hermano; no obstante, buscamos comunicarnos,
ser vistos por otros y ver a los demás de una manera casi esquizofrénica. Este
juego perverso consiste en cuidarse de cometer errores que exponga parte de
nuestra vida que puedan ser socialmente vergonzante y, al mismo tiempo, esperar
el error de los otros para juzgarlos y burlarnos con total crueldad y sin remordimiento.
Nos hallamos ante lo que Sartori postuló como homo videns. Atrás quedaron
los referentes de la modernidad “homo sapiens” (el hombre racionalista) y el “homo
faber” (el hombre que hace, el económico). Ser visto y ver a los demás es lo
que justifica hoy vivir en sociedad, es el nuevo orden político del mundo;
cuidarse y estar listo para juzgar a los demás cuando no tuvieron cuidado. Esto
es algo más que la cacareada “doble moral” de nuestras sociedades, que nos dirige
a los lugares comunes y a los clichés de la moralina tradicional. Es el nuevo
orden político que perfecciona la dominación y la hegemonía global de las élites
económicas, y que vuelve oscura la iniquidad y la acumulación de riquezas en
pocas manos. A nadie parece importarle la denuncia de Oxfan sobre el hecho de
que 26 millonarios tienen más que la mitad de los recursos económicos del mundo
ni que millones de familias viven aún con un dólar diario.
III
El
Gran Hermano es efectivo, además, porque dispersa el control en los controlados,
y proyecta una especie de intercontrol ciudadano. Este control no es nuevo.
Recordemos lo que sucedía en la sociedad esclavista. Cuando un esclavo escapaba
y era recapturado, todos los esclavos eran castigados junto con él, para recordarles
que las acciones de uno tendrían consecuencias en todos. Nietzsche a este sentido social de culpa le llamaba a
esto “moral de esclavo”. Con esto se lograba desplazar la responsabilidad a los
oprimidos e invisibilizar la crueldad y los intereses del opresor. La diferencia
ahora es que este intercontrol se ha vuelto global, por tanto, en tiempo real y
con apariencia de realidad; y, que la restricción directa de la libertad (los esclavos
eran cosas o personas disminuidas) es reemplazada hoy por el patrón de consumo.
Así, las personas y sus intereses se vuelven mutuamente mercancías a la que se
tiene acceso únicamente por El Gran Hermano. Por eso, cuando no tenemos acceso
por razones ajenas a nuestra voluntad, por un daño en los artefactos, robo,
falta de batería o cualquier otra razón, los ciudadanos sentimos un enorme
vacío, una sensación como de no estar en ninguna parte. Patológicamente, nos
sentimos "fuera de" y sólo estamos tranquilos cuando regresamos al orden psiquiátrico
que nos hace felices. Ocurre algo más que la fetichización advertida por Marx,
sucede una reificación en los términos de Lukács.
Las mercancías, junto a las que nos
cosificamos conscientemente, son, principalmente, el hedonismo, la superficialidad,
la sensualidad vulgar, la infidelidad, el sexismo, los prejuicios de todo tipo, la violencia
sobre los otros, y la moral de las clases dominantes. De esta manera, cada
escándalo en las redes sociales profundiza la cosificación consciente y aumenta
el intercontrol movida por la mano invisible del mercado que se fragua en el regazo
voyerista de El Gran Hermano.
De acuerdo a esto, los escándalos de redes sociales
en Ecuador: “la jueza Collantes”, la supuesta amante de una alta autoridad del
Estado quién ebria amenaza a los policías de mostrarle “su poder” (en realidad,
el de su amante); “la muy señora”, una joven que es sorprendida por su cónyuge
saliendo de un motel de Quito con su jefe y amante; “las orquídeas”, un local
de tolerancia donde una chica es grabada haciéndole sexo oral a un stripper; y,
el más reciente, una pareja filmada en vivo y en directo por una kiss cam
en el intermedio de un partido de fútbol dándose un beso, cuando al parecer
mantenían una relación clandestina. Todas estas historias tienen un hilo común: se convierten en
mercancías de la comunicación que pertenece a un orden mayor, el lucrativo consumo
de los prejuicios sociales y el exitoso intercontrol que naturaliza el capitalismo
en la vida cotidiana.
Lo más grave es que este consumo perpetúa las
bases sobre las que se sostiene la dominación capitalista. Miremos sólo uno de
ellos, el patriarcado machista.
En todos los relatos escandalosos, el hombre
es justificado y victimizado por la población y se ve natural su rol de macho
alfa. Aquello sucede en el jefe que se acuesta con su subordinada, en el oscuro
y poderoso amante de la jueza, quien no aparece en la historia, en el stripper
que debe demostrar su virilidad porque tiene un pene de tamaño y no convencional.
Y se llega a victimizar, incluso, al “soldado caído”, quien evoca su religión y
el daño que le ha causado a su relación de pareja la sociedad con sus
comentarios. Los hombres que vemos esto justificamos la poligamia hipócrita sobre
la que funcionan nuestros prejuicios.
Por su parte, las mujeres de estos hechos desaguisados reafirman su rol subordinado en nuestra sociedad. La jueza es
vista como una vulgar mujerzuela vestida con un traje naranja y sin que
importe el abuso del poder ni su cargo; la “muy señora” es criticada por su
audacia y falta de moral; Julissa es crucificada por su desaforado apetito sexual;
y, la chica del estadio es, por ahora, alguien invisible. El hilo común de
estas mujeres es que la sociedad “las culpa a ellas por lo sucedido, banalizan
su sexualización y se convierten en las enemigas de las “familias de bien”. Lo que
no se dice es que muchas mujeres y hombres que vemos esto guardamos celosamente nuestros propios
secretos. Tampoco se dice que esta asimetría social responde al mantenimiento
del patriarcado que es una de las bases para el funcionamiento del capitalismo
depredador. Mucho menos se dice, adaptando una máxima recurrente de Zaffaroni al tema:
los escándalos no ocurren en perjuicio de gente pecadora, sino de pecadores fracasados.
En definitiva, los ciudadanos nos enfrentamos
a un enemigo que debemos visualizar de manera distinta para poder combatirlo.
El Gran Hermano es, apenas, el Aqueronte que huyó para servir al capitalismo
global, y nuestra lucha debe ampliarse para combatir las bases mismas sobre las
que se mantiene de pie. En consecuencia, el espacio público es ahora un gulag
virtual regentado por El Gran Hermano en nombre del “libre mercado” que transforma
la vida social y los valores humanos en mercancías, y que estaría integrado por ciudadanos fracasados, una vez que sus vidas son expuestas, en su afán de permanecer incógnitos. En lo concreto, las luchas
deben buscar cambiar las estructuras sobre las que El Gran Hermano se mueve en
estos días, orondo y con prepotencia. Hagamos nuestra la frase de Rosa
Luxemburgo sobre la lucha feminista y que se aplica al afán de unificar varias
agendas estructurales de transformación: “Quien es feminista y no es de
izquierdas, carece de estrategia. Quien es de izquierdas y no es feminista, carece
de profundidad.” Igual que antes o, más bien, hoy más que nunca, no tenemos
nada más que perder que nuestras cadenas.
Super bien Dr.
ResponderEliminarMuchas gracias. Es un gusto ver que se está leyendo el artículo
EliminarSaludos cordiales muy interesante la publicación. Felicitaciones
EliminarMuchas gracias. Es un honor ser leído
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