Se quieren bajar al Defensor del Pueblo
Se quieren bajar al Defensor del Pueblo
Por Luis Fernando Ávila Linzán.
Foto por: 4 pelagatos: “ligereza del Defensor
del Pueblo es apabullante”.
I
Los
años 90 fue la belle époque de los Derechos Humanos. Eso parece
contradictorio cuando notamos que, también, fue el tiempo de la mayor violencia
que el mundo había experimentado desde la Segunda Guerra Mundial. Guerras locales,
invasiones, huelgas, movilizaciones, resistencia en contra de las medidas
neoliberales que materializaban el mandato del Consenso de Washington que celebraba
la caída del comunismo real. Esta contradicción fue aparente, pues en toda esa década
de inestabilidad y violencia, el florecimiento de los mecanismos de defensa de
los Derechos Humanos supuso un dique importante para mitigar las medidas de shock
que buscaban favorecer las políticas de mercado y el faenamiento de las instituciones
públicas. Así, de la mano de la “gobernabilidad” se reeditó el viejo modelo modernizador
que había funcionado desde el Siglo XIX en la Región para el control político imperialista.
Uno de esos mecanismos fue el ombudsman,
tomado de los países nórdicos de Europa si bien podemos encontrar antecedentes
en varios sistemas jurídicos. La idea era crear una institución que represente
a los ciudadanos para la protección de sus derechos frente a quienes detentan
el poder estatal y no estatal. El Defensor del Pueblo fue, entonces, pensado
para que sea la voz de los ciudadanos y un poder de equilibrio frente a los
intereses sociales de los grupos de poder. Así, a pesar de ser una institución
del Estado, debería representar los intereses de los ciudadanos frente al
poder. Un Defensor del Pueblo debería ser, más allá de la formalidad de los
Principios de París, un activista permanente para prevenir y denunciar las
violaciones de los Derechos Humanos. Al inicio, sus detractores argumentaban
que ya existían otros mecanismos jurisdiccionales y administrativos para este
fin, pero luego de un largo debate, se creo esta institución, más porque no veían
en ella un peligro y porque, a la larga, sería una bolsa de empleo para los
partidos políticos. De manera perentoria y al apuro, fue nombrado como primer Defensor
del Pueblo, el ya fallecido Julio César Trujillo, quien en una conversación
privada me decía: “sólo me dieron un escritorio en un edificio viejo con
cientos de expedientes.”
El siguiente Defensor del Pueblo fue Milton Alva
Ormaza, quien se encargó de iniciar la institucionalización de esta entidad,
pero fue destituido por el Congreso Nacional por supuestos actos de corrupción cuando
había sido Procurador General del Estado, pero en coincidencia con varios informes
incómodos de violación de Derechos Humanos que había hecho públicos. Lo suplió,
como es costumbre en nuestra hacienda estatal, el Defensor Adjunto, Claudio
Mueckay, quien era cercano a las organizaciones de campesinos de la Costa. Este
funcionario se mantuvo en funciones prorrogadas por 10 años, puesto que el Congreso
Nacional no se ponía de acuerdo sobre esta designación y él les era funcional a
sus intereses. Cuando decidieron finalmente, lo nombraron por el período ordinario
de 5 años más. Durante su gestión, operó una neutralidad cómplice con las graves
violaciones a los Derechos Humanos de aquella época, aglutinó a las organizaciones
de Derechos Humanos para controlarlas y desarrolló la técnica más efectiva para
la permanencia de las autoridades ecuatorianas: no decir nada ni ser notado en
nada. A pesar de esto, su administración estuvo, también, manchada del escándalo
de actos de corrupción en la repatriación de cadáveres de ecuatorianos desde el
extranjero.
Fernando Gutiérrez fue quien representó la vuelta
al orden en la Defensoría del Pueblo luego de los años de inestabilidad entre en
el período 2000-2006 y se mantuvo en el cargo durante la Asamblea Nacional
Constituyente hasta que “cayó en desgracia” cuando denunció la muerte de recién
nacidos en condiciones de insalubridad en los hospitales estatales y una foto
que se hizo viral de unos niños que eran puestos en cartones en el hospital de
Santo Domingo por falta de camas.
Posteriormente, con concurso público, se nombró
desde un Consejo de Participación Ciudadana y Control Social totalmente
controlado por el régimen de turno, a Ramiro Rivadeneira, quien era cercano a
varias organizaciones de Derechos Humanos. Las cosas “volvieron al orden” y la
clase política ya se había dado cuenta de la potencialidad de la institución,
por lo cual reforzó su obediencia e instrumentalidad. Fue el tiempo de la estatización
de la Defensoría del Pueblo: guardó silencio respecto de los pésimos servicios
del sector privado y se transformó en un abogado más del Estado. Este
funcionario terminó sin pena ni gloria su período defendiendo con uñas y
dientes su cargo, lo cual le valió el apodo en las redes sociales de “Defensoría
del Puesto”. El Consejo de Participación transitorio lo enterró junto con otras
instituciones en nombre del anticorreísmo.
Un breve tiempo estuvo como encargada Gina
Benavides, académica y activista vinculada al Programa Andino de Derechos Humanos
de la Universidad Andina y con una larga trayectoria en la defensa de los derechos
de personas en situación de movilidad humana. Ella estuvo a la altura de la transición
y respetó hasta el final su voluntad de no participar en el concurso público
para ser la Defensora definitiva. Durante su corto período demostró la
verdadera naturaleza de la institución y realizó valientes denuncias sobre la violación
de derechos humanos, particularmente, respecto de venezolanos en Ecuador. Imagino
que los políticos ecuatorianos vieron una vez más con desconfianza a esta institución
de los ciudadanos.
II
Como
se puede advertir, la historia institucional de la Defensoría del Pueblo ha
sido de la siguiente fórmula: indiferencia, control, desconfianza y otra vez
control. La aplicación de esta fórmula depende de la coyuntura y la
constatación de que el Defensor del Pueblo tiene un enorme poder. La estrategia
de las élites políticas del Ecuador fue esconder esta realidad y controlar o comprar
al Defensor de turno. Esto funcionó con eficiencia, excepto en los pequeños intervalos
anotados. Aquello explica la hostilidad de las autoridades estatales,
especialmente, del Ejecutivo hacia esta institución cuando decide levantar la
voz en nombre de los ciudadanos, pues atenta contra el espíritu de cuerpo del Estado
e incomoda al poder.
No conozco al actual Defensor del Pueblo y no
es mi amigo, aunque he cruzado con él palabras un par de veces. Su elección, igual
que en los otros concursos públicos, tuvo algunos inconvenientes. El favorito
de Trujillo y su gente era Raúl Moscoso, quien fue mi profesor y considero que
es un abogado progresista. Potes no era del agrado de ellos, pues la veían muy
radical. No obstante, a Moscoso le fue muy mal en las pruebas escrita y oral y fue
imposible su elección. Además, ya era bochornosa la manipulación delincuencial de
los concursos para Consejo de la Judicatura, Fiscal General y Defensor Público,
que abrirse un frente más era casi un suicidio. Así, en una muestra de “magnanimidad”,
los ilustres transitorios decidieron darle cierta objetividad a la elección del
Defensor del Pueblo, máxime que esta institución, igual que la Defensoría Pública,
no deciden nada, por lo cual no valía la pena meterle la mano. Al mismo tiempo,
nombraron a la nueva Corte Constitucional en su intento de legitimar la
transición política fracasada, guardaron silencio sobre el Contralor General
del Estado, y declararon desierto el concurso para Defensor Público, encargando
hasta el final de los tiempos a uno de los participantes, aunque no cumpla con
los requisitos y haya intentado engañar a los transitorios con información inexacta
de su título académico.
Freddy Carrión, allegado al trabajo dentro de
la Cruz Roja y con experticias en Derecho Internacional Humanitario, fue electo.
Sus impugnaciones ciudadanas -una de ellas presentada por la Cruz Roja- no
fueron acogidas por los transitorios. Reitero, no lo conozco y debe haber gente
que no lo quiera y lo critique. Sin embargo, en Ecuador debemos entender que el
cuestionamiento político no debe ser personal, que lo que se debe criticar es
la gestión de las autoridades; y, que su vida personal y sus antecedentes políticos,
mientras no se constituya en un abuso del poder desde las instituciones, no debe
ser tomada en cuenta. Este mínimo ético no se entiende en Ecuador, y la política
se hace desde el chisme y el escándalo. Aquello banaliza el debate y vulgariza
la búsqueda de soluciones para los problemas reales de los ciudadanos.
Sucedió que la Defensoría del Pueblo fue la
única institución pública que estuvo del lado de los ciudadanos en el paro de
octubre de 2019. Hizo varios informes y estuvo junto con los manifestantes para
prevenir y protegerlos. No porque sea un actor político partidista, sino porque
es su mandato constitucional. Estar del lado de quienes se enfrentan al poder
del Estado es su naturaleza, pues los ciudadanos, aún con piedras y bombas
molotov, son la parte débil de este conflicto frente al Estado que tiene la potestad
de encarcelar, usar armas letales y todos los recursos, incluso mediáticos y
políticos, para defenderse. El Estado no tiene derechos, sino obligaciones y
responsabilidades; los derechos constitucionales son exclusivos de los ciudadanos,
no de las instituciones y sus autoridades, pues tienen el rol de cuidado y protección
de los derechos en caso de un conflicto. Puede haber excesos por parte de los
manifestantes, pero éstos no pueden ser violaciones a los Derechos Humanos,
sino delitos comunes.
De esta manera, también, lo entendió la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos en su informe sobre lo sucedido. No obstante,
de manera sorprendente, reconoció que pudo haber habido una extralimitación de
la protesta -no se reconoció en Nicaragua ni Venezuela, por ejemplo- junto con el
reconocimiento de que pudo haber un uso abusivo de la fuerza por parte del Estado.
Y recomendó que se investiguen todos estos hechos, por supuesto, con un énfasis
en las víctimas en manos del Estado. El gobierno tachó el informe, inmediatamente,
de sesgado y parcializado. Ese sesgo no existe, pues el mandato de la CIDH es respecto
de los ciudadanos. Simuladamente -excepto por lo trolls del gobierno que difundieron
boberías como que la CIDH está intervenida por el castro/chavismo- se insinuó
que el informe es falso. ¿Cómo decir que el informe es falso, oficialmente, sin
que se inicie un vergonzoso impase con la CIDH?
III
Apareció
el chivo expiatorio para deslegitimar el informe de la CIDH, pero sin entrar en
un conflicto que van a perder: hay que bajarse a la Defensoría del Pueblo. La
estrategia comenzó con una “investigación” de un grupo de estudiantes de comunicación
y desinteresados de la Universidad de la Américas (UDLA) que demostraron que uno
de los muertos de octubre, incluido en el informe de la Defensoría -que sirvió
de base al informe de la CIDH-, no existe. Las cajas de resonancia de las lloronas
y llorones gobierno hicieron eco de esto como un “escándalo sin precedentes” y
como la “evidencia del vandalismo disfrazado de protesta social”.
Inmediatamente, el Defensor del Pueblo replica
en una rueda de prensa a donde los medios tradicionales no van. Debe exponer su
tesis en radios y ante sus seguidores en redes, pues la prensa escrita y los “medios
independientes” ya no le dan espacio ni para los programas de farándula del “lindo
canal”. Al mismo tiempo, aparecen artículos de opinión que quieren demostrar que
no es idóneo, que es un golpeador de mujeres y que no gozó de la bendición del
santón-patriarca Julio César Trujillo. Quieren hacer parecer que no es legítimo
a partir del chisme y la descalificación personal. Ya no extraña que los 4
pelagatos se presten para esta labor tan sucia y burda que ninguna paga justifica,
pues hasta los sicarios tienen mínimos éticos.
Es posible que la información recopilada por
la Defensoría del Pueblo no sea exacta o contenga errores, pero decir que es
una “invención” en un país civilizado debería tener una consecuencia, al menos,
jurídica. Debe entenderse que en un contexto de grave violación de derechos y
conmoción social es posible que la información entregada por los familiares de
las víctimas no sea exacta. Además, la CIDH no usó como única fuente la
información de la Defensoría, sino que pudo reunirse con los familiares de las víctimas,
activistas y autoridades. Esta situación sobre información inexacta se ha presentado
en muchos casos en el mundo. Por ejemplo, a los Tribunales de Nuremberg, Ruanda
y Croacia les tomó varios años investigar y juzgar, y aún hoy hay
cuestionamientos sobre omisiones y excesos. Debe recordarse que la CIDH “recomendó”,
de acuerdo a sus competencias, “investigar”. Justamente, eso es lo que hay que
hacer para exista paz social ante lo sucedido en octubre de 2019.
Sin embargo, la existencia de estos posibles
errores no pude deslegitimar lo ocurrido: el abuso del poder y el uso excesivo
de la fuerza. Por lo pronto, comienzan a moverse los engranajes del poder en la
Asamblea Nacional. ¿Habrá un juicio político contra el Defensor del Pueblo? Es
poco probable por dos razones. Por una parte, porque todos los actores políticos
calientan motores para las elecciones de 2021 y por la otra, porque la
coalición que podría apoyar algo así está fracturada en perjuicio del gobierno.
Por ahora, el intento de anulación está en el ámbito del discurso político, los
medios, las redes sociales, y la posible presión sobre sus recursos institucionales,
debido al intento desesperado del gobierno de cuidarse ente las posibles consecuencias
futuras por lo que ocurrió en las protestas de octubre, y de sobrevivir con el
4% de credibilidad en medio de los tiburones políticos que ahora lo abandonan porque
ya no les es útil.
Todos los que creemos en el derecho y estamos
convencidos de que los Derechos Humanos son la ley del más débil, organizaciones
de sociedad civil, gremios, estudiantes, académicos y ciudadanos de a pie debemos
rechazar esta agresión injusta en contra del Defensor del Pueblo, no por él,
sino porque su actuación al frente de la institución puede ser la última opción
de los ciudadanos para enfrentarnos pacíficamente al poder. Hoy debe convertirse
en la tribuna para que los oprimidos tengan una voz propia, en el contexto de uno
de los pocos momentos, cuando esta institución ha logrado burlar el control de
las élites para ser lo que los ciudadanos necesitamos.
Toooda lacra narcorreísta de izqmierrrrda fueraaaa...
ResponderEliminarEn el supuesto anti correismo, parece que todo cabe...
EliminarExcelente artículo, hay que respaldar al defensor del pueblo.
ResponderEliminarEs verdad. Es nuestra oportunidad para seguir creyendo en los derechos
EliminarApoyo a la Defensoria del Pueblo pues a Nivel Nacional es la Única entidad que NO HA PRESTADO PARA CORRUPCIÓN!
ResponderEliminarLas personas que trabajan para esta noble institución lo hacen con el 100% de vocación.
Mientras el gobierno de turno tiene para contratar Circos, disminuye el presupuesto de ésta identidad NETAMENTE QUE DEFIENDE AL PUEBLO.
LAS ORGANIZACIONES SOCIALES APOYAN A LA DEFENSORIA DEL PUEBLO.
Vamos adelante con esa noble y necesaria visión.
EliminarConsiderando que la institución rectora en derechos humanos y de la naturaleza..
ResponderEliminarEs una institución autónoma por lo tanto defiende derechos de los ciudadanos.
Exacto. Esa es su naturaleza política y constitucional
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