El capitalismo líquido y el coronavirus
El capitalismo líquido y el coronavirus
Por: Luis Fernando Ávila Linzán.
Foto por: http://wp.sbcounty.gov/
I
El carácter ideológico del capitalismo moderno
El
coronavirus se ha convertido en una pandemia que, de acuerdo a algunos críticos,
cambiará el mundo tal como lo conocemos. Hasta el momento van más de 356.000
infectados y 15.000 muertos en 178 países del Mundo. Una característica novedosa
de este mal es que se transmite fácil y rápidamente. Sin embargo, existe algunas
condiciones políticas que explican este fenómeno más allá de la evidente crisis
sanitaria y el pánico social en todos los niveles, y dejando de lado las teorías
de la conspiración mundial o premoniciones de algunos religiosos y escritores
de ciencia ficción. Como ya es costumbre, quiero apuntar a lo estructural y no
lo coyuntural.
Uno de los postulados del naciente capitalismo
es de que se trataba de una respuesta racional y científica a la cuestión social
y a la repartición de las riquezas. Tenía mucho de darwinismo el planteamiento
original de Smith sobre la lucha del más fuerte dentro de las tesis de las
leyes de oferta y demanda del mercado. Parecía un sistema perfecto, puesto que el
acceso a los recursos económicos y sociales privilegiaba a los mejores en
entera libertad. “El Manual del Perfecto Idiota Latinoamericano” de Montaner, Apuleyo
y Vargas Llosa nos lo explica descarnadamente con esa pizca porteña de clasismo
y de esa arrogancia colonial que sabe a chusma y que caracteriza a las élites regionales.
Por esto, en América Latina el capitalismo suma prejuicios de todo tipo y naturalizados
como resultado de la sociedad colonial prevista por Aníbal Quijano y Enrique Dusell.
En su “Crítica a la Filosofía del Derecho de
Hegel”, Marx utiliza la religión como sistema ideológico para decir que la
crítica de la religión lo es la política, con lo cual determina que todo sistema
de ideas y conocimiento, sobre el cual se levanta un régimen político, es ideológico.
Así, toda religión es una ideología y toda ideología es un sistema político. Esto
quiere decir que el capitalismo, de apariencia técnica y de leyes inexorables, es
también un sistema ideológico. La diferencia es dónde está ubicado el enfoque
ideológico. En el caso del capitalismo, no está en su método, sino en sus
fines. De hecho, está en el fin último de todo sistema cognoscitivo. Así, lo
afirman las teorías de la filosofía de la historia de Löwith. De acuerdo a
esto, no hay mucha diferencia entre el cristianismo, el capitalismo y el
comunismo, todos tienen un fin histórico determinado y que condiciona su
existencia.
Husserl lo explicaba mejor en su tesis de que la
religión moderna tenía sentido social en su promesa trascendente fijada por la
incertidumbre de la muerte. Así, todas las religiones plantean un plan social de
creencias para luego de la muerte -escatología: una especie de tanatología de la
religión-: el hinduismo, la reencarnación; el islamismo; el budismo, el nirvana;
el islamismo, conocer a Alá e ir al paraíso; el judaísmo, el fin de la historia
y la venida del mesías; y, el cristianismo, la resurrección y la vida eterna. Para
Nietzsche, liberarse de ese destino fatal es parte de liberar al ser humano
para transformarlo en superhombre, el hombre moderno. Así, todo sistema
ideológico tiene fijado en su proyecto un fin trascendente, explícito como en el
socialismo, la sociedad sin clases, o implícito como en el capitalismo: la sociedad
de libre mercado.
De acuerdo a esto, el capitalismo funciona
igual como un proyecto ideológico, puesto que tiene como fin una utopía, el
libre mercado. Es una utopía, puesto que no existe igualdad de inicio entre los
competidores -la crítica de Ricardo- y en la naturaleza surrealista del “libre
mercado”. La evidencia está en las crisis cíclico-globales del capitalismo que
comenzaron con la caída de las bolsas de valores de New York en 1929 hasta la
que agudiza en estos días con el coronavirus, y basta ver los documentos del
consenso de Washington que parecen más panfletos Mac artistas que planes
técnicos. De manera parecida le ocurre al socialismo. Una sociedad sin clases no
ha sido conseguida aún y la evidencias de sus crisis cíclico-globales tiene que
ver con las olas de emancipación y resistencia al capitalismo que experimenta
el mundo de manera algo más dispersa, pero sostenida. ¿Por qué ocurre de esta
manera? Lo único cierto es que no es porque un sistema ideológico sea mejor o
peor que el otro, sino porque el capitalismo se ha vuelto hegemónico y las
luchas contrahegemónicas no son aún suficientes para disputarle el control del Mundo.
Mercado y consumismo, transnacionales e imperialismo, son hoy la mano invisible
de la política mundial y que escribe la biblia del capitalismo hoy.
Por supuesto, esto se reproduce, también, en
varios niveles donde se impone el miedo a perder de vista el espejismo de seguridad
que proyecta la ideología capitalista. Las películas de Hollywood presentar el
miedo a la destrucción: “El día después de Mañana”, “El Planeta de los Simios”,
“Armagedón” e “Impacto Profundo”. Su función es comunicar el medio a la
extinción del capitalismo en una corrida financiera global o en un cataclismo natural
o social. Como antítesis simbólica el mismo cine coloca al héroe mítico, el
superhombre banalizado en personajes con los colores de la bandera de los Estados
Unidos y que representan al orden capitalista.
II
La crisis del capitalismo líquido
Cuando
se firmaron la Declaración de Derechos de Filadelfia (1776) y la Declaración de
Derechos del Hombre y el Ciudadano en Parías (1789), y las constituciones de 1787
y 1791 de los Estado Unidos de América y Francia respectivamente, no todos comparecieron.
No fueron los extranjeros, las minorías étnicas ni culturales, las mujeres, los
colonizados, los menores de edad ni los pobres. Así, el contrato social sobre
el cual se construyó la modernidad fue excluyente y desigual, fue más bien un
acto para formalizar la dominación de una minoría y de dar formas republicanas a
las monárquicas -presidencialismos y parlamentarismos para Bakunin-, que representaban
el encubrimiento de la deificación secreta del Estado. Por ello, Santos plantea
que debe hacerse “un nuevo contrato social”, puesto que los presupuestos sobre
los que se fundamenta la modernidad están en crisis. Por esto, el Estado como
resultado de la racionalización del espíritu universal hegeliano, la representación
política de Montesquieu y la racionalidad kelseniana del derecho no responden a
las necesidades de las sociedades actuales.
Los ciudadanos ya no se sienten representados
por los partidos ni sindicatos, detestan la política e integran un ejército de
emos apolíticos que cambian cada año de teléfono celular y juegan a diario en
red juegos de video alienantes. El derecho cede ante los atentados terroristas
de una minoría de Estados con poder atómico y la prepotencia de empresas transnacionales
que fijan su seguridad jurídica mediante la irresponsabilidad tributaria, la precariedad
laboral y la destrucción voraz de la naturaleza. Y los Estados se articulan a
medios de control coloniales que mantiene un orden de dependencia entre los países
industrializados y los productores de materia prima: entre la asimetría del bienestar
social y la miseria, y entre la producción sin fin de bienes y servicios y la
destrucción del hábitat de miles de pueblos y millones de animales indefensos.
De esta manera, la crisis de la modernidad lo
es del capitalismo como el principal rasgo de malignidad de nuestros días. Bauman
abona a esta idea con su postulado de “modernidad líquida”. Su idea era que la
modernidad clásica -sólida- proyectaba sobre la sociedad un ideal de orden y
predictibilidad, al estilo de lo que Fukuyama llamó “fin de la historia” cuando
cayó el Muro de Berlín. Pero, justamente, a partir de la supuesta “muerte de
las ideologías” desde la década de los noventa, el orden entra en crisis. Por
una parte, porque el antagonismo geopolítico de la Guerra Fría daba cierto equilibrio
político al mundo; porque la globalización de los medios de comunicación y el
consumismo individualista erosionaron las instituciones políticas; y, porque
hoy en día existen potencias disputando la hegemonía a los Estados Unidos (China,
Rusia y la Unión Europea). La metáfora de “liquidez” de Bauman es perfecta para
entender lo que sucede. El líquido es un estado de la materia que le permite
moverse y adaptarse, amoldarse, correr con libertad y sin control. Nada es
predecible y todo se asienta en la elección individual y no de la decisión colectiva.
Una modernidad líquida propicia un capitalismo líquido, pero la diferencia es
que, mientras esta situación genera una crisis que destruye al homo sapies/faber
y a la naturaleza en la modernidad; le proporciona, al mismo tiempo, al
capitalismo una máscara para consolidar su hegemonía y su dominación sobre el
mundo. Sería como una enfermedad que se hace resistente a los antibióticos y
muta en nuevas formas más agresivas y mortales. Pero igual, por suerte, le
sucede a las formas de resistencia contrahegemónica o, al menos, eso debe sucederle
para que el Mundo siga teniendo esperanzas.
Es, a mi parecer, una de las lecciones más
importantes que deja la crisis global del coronavirus en la realidad actual. Veamos
cómo ocurre.
III
El espectro del coronavirus
En
el capitalismo, como en todo sistema ideológico, se proyecta una amenaza social
para el mismo fin que en una religión. La diferencia es que, siendo éste hegemónico,
su eficiencia está asegurada porque se realiza mediante el uso de sus propias
reglas y lógicas políticas. Esto no era necesario inmediatamente de haber caído
el socialismo real en los años noventa, pero se hizo una vez más innegable
cuando se rompió el dominio en solitario de los Estados Unidos de América a
finales de la misma década. La emergencia de otros competidores, China, Rusia y
la Unión Europea disputándole el poder a la potencia dominante, el desgaste del
modelo ante la incapacidad de responder a las exigencias sociales, y la curiosa
psiquiatrización del individualismo ha generado una crisis actual del
capitalismo.
Por
supuesto, a esto hay que sumarle en menor medida el impacto de la insurgencia
de grupos y pueblos que explotan las contradicciones del propio sistema. Podemos
ver esto último en los WikiLeaks de Assange, los grupos y países que conforman
el “Eje del Mal”, los cientos de plataformas de resistencia, armada y pacífica,
y el surgimiento de corrientes sociales alternativas al desarrollo capitalista
como la cultura new age y el veganismo. No obstante, estas luchas se realizan
dentro del campo político del capitalismo hegemónico y ponen en cuestión e implosionan
el sistema capitalista, pero sin afectar sus cimientos. Toda resistencia, por
esta razón, es negada de manera automática y autorreferente. Si se acepta lo
antisistema o alternativo, la ideología capitalista riega su amenaza:
inseguridad de propiedad, cambio de reglas del consumo, afectación a las
libertades y el caos social.
Sin
embargo, la crisis actual del capitalismo está en pico de febrilidad, puesto que
existe una ruptura que se manifiesta con ciudadanos comunes y corrientes, sin
organización política tradicional, que reclaman simplemente mejores condiciones
de vida. Y este pico genera una respuesta violenta y se tiene que desempolvar
la penicilina política de los años 70 de Kissinger y Nixon. A la primavera de los
oprimidos durante 2019, se les respondió con bala y represión, criminalización
y linchamiento mediático con total descaro. Un espectro de restauración
conservadora cubre toda América Latina y parte de Europa. El reclamo era sobre
la contradicción del propio capitalismo respecto del desmantelamiento de las
políticas sociales, el Estado de bienestar, los mecanismos de participación
democrática y la eficiencia de las instituciones.
En
este contexto, llegó a nuestras vidas el coronavirus. ¿Es una nueva crisis? No.
Es, apenas, un síntoma de la crisis sistémica que he analizado. Es un furúnculo
canceroso que no matará ni a la humanidad ni al capitalismo, pero que, sin embargo,
muestra de manera dramática las contradicciones del sistema capitalista. Despierta
el individualismo extremo empujado por el pánico social y aquello invisibiliza
las verdaderas razones del problema: el vaciamiento social de las políticas
públicas, la falta de respuestas colectivas a las crisis humanitarias y la
ausencia de estructuras políticas para organizar las fuerzas para salvar a la humanidad
ante una catástrofe dantesca.
He
aquí la prueba más clara de la liquidez del capitalismo. Esta crisis sanitaria
no va a extremar la resistencia, sino a fortalecer las estructuras de acumulación
del capital en pocas manos, pues el día después de mañana será la dictadura de
la “farmacocracia” y del miedo a la extinción apocalíptica de la humanidad. Al
mismo tiempo, esto debilita la resistencia social, desorientada en el torrente
líquido del capitalismo que arrastra a todo hacia unos rápidos llenos de
piedras y hacia un abismo insondable. Así, la función política del coronavirus
es mermar al mundo y disciplinarlo sobre la idea que oponerse al mercado es poner
en riesgo la existencia de la propia humanidad, pues es renunciar al estilo de vida
tal como lo conocemos y en la cual no sentimos las cadenas que nos oprimen.
Es
decir, de esta crisis sanitaria global saldrá fortalecido el capitalismo, puesto
que los escenarios de guerra unifican los totalitarismos de cualquier signo y
porque el pánico escatológico a la posibilidad de muerte le otorga más control
a la más fuerte religión de la modernidad, el capitalismo. La liquidez de esta
religión hace que no pueda ser detenida, pero sí encausada. Tal vez, la
oportunidad de la resistencia sea entender esta realidad para cambiar las estrategias
de lucha. Hay que pelear con las propias reglas del capitalismo y hacer visibles
sus contradicciones, pues por fuera de éstas nos perderemos en su torrente líquido
y su capacidad de amoldarse sin posibilidad alguna de tener éxito. ¿Dónde está la
clave para no perder el norte? En que la lucha no desfigure sus objetivos ni el
horizonte de la crítica y la insurgencia.
Byung-Chul
Han, incluso, nos advierte de un ámbito más negativo del perfeccionamiento del
capitalismo. Que se imponga la versión autoritaria y de control colectivo de los
países asiáticos y que ha resultado más eficiente para controlar el coronavirus
que los países occidentales. Estoy de acuerdo con Han en que esto no es un
golpe grave al capitalismo como lo afirma Žižec, sino que lo fortalecerá, pero quiero
ver en esto, más bien, el potencial de encontrar elementos de lucha en la
necesidad de rescatar el Estado de bienestar, las políticas sociales y la organización
colectiva para combatir al capitalismo depredador. Cito una frase de un
artículo de Han en el Diario El País de España:
“No
podemos dejar la revolución en manos del virus. Confiemos en que tras el virus
venga una revolución humana. Somos nosotros, personas dotadas de razón, quienes
tenemos que repensar y restringir radicalmente el capitalismo destructivo, y
también nuestra limitada y destructiva movilidad, para salvarnos a nosotros,
para salvar el clima y nuestro amado planeta…”
Estoy de acuerdo en la mayor parte de tu análisis. Pero te falta algo esencial que va más allá del capitalismo: la ética de los individuos y los colectivos sociales. En el caso ecuatoriano el capitalismo y el socialismo NO FUNCIONAN porque quien detenta el poder, ingresa a ROBAR. En especial las élites guayaquileñas que en base de unas prácticas permanentes de desfalco en lo público y en lo privado, como el feriado bancario, se benefician ilícitamente del trabajo productivo del sistema capitalista y/o "socialista". Utilizan la legislación, las políticas públicas y la extorsión para obtener los grandes contratos administrativos. Es decir, el Estado está diseñado para su enriquecimiento sin fin en perjuicio de otros, en el caso ecuatoriano, de la ciudad de Quito, cuyos tributos van siempre a parar en Sanborondon o Mocolí. Saludos.
ResponderEliminarGracias por el comentario. Lo ético juega un rol fundamental, pero en mi análisis materialista resulta pre figurado por las estructuras económicas y sociales. En todo caso, es un buen enfoque el rol de las élites coloniales que gobiernan Guayaquil como construcción de la ideología de dominación.
EliminarSúper el análisis. El capitalismo de hecho que ha mutando; los medios de control clásicos como la religión y la ley ya son anacrónicos. Por eso, los nuevos medios de control deben ser a través de lo actualmente desconocido (propagación de pandemias virales, posteriormente farmacología y vacunas). Es decir, los nuevos patrones de control social son eficaces para las masas modernas, ya que el pecado y la promesa del reino de los cielos ya no son aplicables.
EliminarLa ideología capitalista es la nueva religión. Su credo es el mercado y su ritual el consumismo. En ello está su liquidez. Gracias por el comentario
EliminarEstoy de acuerdo con el postulado que sostiene que el miedo es el que se cuela entre los individuos que tienen fragmentado el tejido social en base a un capitalismo religioso, intocable e incuestionable. Resta por ver que deja el tsunami de virus en la sociedad y si de las ruinas sale algún monstruo que remueva las estructuras, o si por el contrario, esas mismas estructuras renacen como mala hierba en la mentecita de los que no cuestionan que rayos está pasando???
EliminarLastimosamente, creo que el futuro es un capitalismo autoritario justificado justamente en el miedo social sobre el cual descansan el mercado y el consumismo...
EliminarExcelente artículo.
ResponderEliminarEl Covid19 es un nuevo mecanismo de sometimiento a la humanidad, debido a que bélicamente se torna mucho más difícil la liquidez (mercado - consumo). Además de que varias naciones se oponen al imperio que lidera al capitalismo.
Pienso además que uno de los mecanismos más perversos que sostienen tal liquidez, son los medios de "comunicación" a mi criterio muy particular es otro "virus" dañino que su característica principal es la manipulación. Eh allí el fomento de la desunión y la imposibilidad d luchar con tal perverso sistema.
Incluso, puede justificar medidas violentas como guerras abiertas entre las potencias emergentes que le disputan el poder a los EEUU.
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