¿Hay alternativas al terrorismo neoliberal en América Latina?
¿Hay alternativas al terrorismo neoliberal en América
Latina?
Por: Luis Fernando Ávila Linzán.
Foto por: www.elpais.cr
I
¿Estaba realmente equivocado el modelo
económico progresista de la última década?
Uno
de los axiomas que se nos ha impuesto por el gobierno de Lenin Moreno, los
sectores políticos que se niegan a desconectar la máquina de respiración
artificial, los grandes empresarios y sus medios de comunicación es que el
modelo del Gobierno de Rafael Correa era, por poco, el programa mezcla de la
Revolución Cultural de Mao de los años 40 y de los planes quinquenales de
Stalin, Ceaușescu y Hoxa. Esta representación política se acuña en lo que han
llamado “castrochavismo”, que da forma a la restauración conservadora del
discurso Mac artista de los años 70 durante la Guerra Fría. Hasta han dispuesto
50 millones de dólares para la Universidad de la Policía en plena crisis como si
se intentara resucitar los aparatos ideológicos de la empolvada “Doctrina de
Seguridad Nacional” que era el libro de catecismo de la mayoría de los
gobernantes latinoamericanos.
Esta situación nos lleva al espejismo de que
no existe otra alternativa al modelo neoliberal de los años 90. Téngase en
cuenta que no se quiere imponer el neoliberalismo 2.0 que hoy opera en gran
parte del mundo, sino la versión “WordPerfect” que nos quisieron vender en el
software político del Consenso de Washington. ¿Pero era realmente un modelo
comunista el de la última década? Por supuesto, de acuerdo a esta polarización
ficticia entre correísmo y anti correísmo, lo que escriba en este trabajo,
seguro, seré llamado simplemente “correísta”, aunque con toda la podredumbre de
la política regional, de a poco, termina siendo un insulto liviano. Veamos.
(1)
Los procesos políticos progresistas de la última década surgieron como una
respuesta a dos fenómenos. Por una parte, al desgaste los partidos, gremios,
sindicatos y movimientos políticos, en gran medida, de la izquierda y la
centroizquierda tradicionales y ortodoxas. Por esto, los europeos y canadienses
donde el Estado de bienestar como mínimo no está en discusión, veían con simpatía
estos procesos. Las denominadas “nuevas izquierdas” se parecían más a los
socialdemócratas moderados (no los espartaquistas) de los años 20 de Alemania,
y a las agendas de luego de “Mayo del 68”. Y, por la otra parte, estos procesos
aparecían como un espacio para los tecnócratas de las organizaciones no
gubernamentales, movimientos sociales, grupos sociales organizados; y, académicos
progresistas y formados de las nuevas élites de Quito, Guayaquil y Cuenca.
Si vemos los postulados de Dietrich,
Harnecker, Borón, Acosta, Amín, García Pérez-Liñán, entre otros académicos, y
los líderes de esa corriente: Evo, Chávez, Correa, Mujica, Lugo,
Kirchner-Fernández, Lula, Funes y Ortega que se puede juntar en lo que se llamó
“Socialismo del Siglo XXI”; nada tiene que ver con el marxismo-comunismo
ortodoxo del Siglo XIX ni las tesis radicales de la insurgencia armada
regional. De hecho, desde un inicio, guardaron distancia de estos grupos y sus
tesis (algunos cuadros que habían abandonado la lucha armada que tampoco tenían
espacios en la izquierda tradicional). Estos procesos políticos reivindicaban
los Derechos Humanos, la diversidad y el pensamiento político y las
experiencias de la América anti colonialista e incorporaba a sus programas
políticos las teorías y propuestas de género, diversidad sexual, justicia
social, ecologismo, igualdad y no discriminación, y planificación, holismo
cultural, y humanismo en la economía. Como se puede ver, estas izquierdas nada
tenían que ver con las purgas estalinistas ni la militarización de la familia
Kim en Corea del Norte.
(2)
El modelo económico del socialismo del Siglo XXI tenía algunos elementos
comunes. Primero, tesis nacionalistas respecto del manejo de los recursos
estratégicos que son una herencia de la ideología militar de los años 60-70,
desencadenaron estrategias de nacionalización de la explotación de minerales y
petróleo. Segundo, la planificación y las teorías desarrollistas y de la
dependencia que llegaron de la planificación estratégico-militar y la escuela
de Frank y Prébisch del grupo de la CEPAL (Furtado, Dos Santos, Falletto, Marini
y Cardoso), que proponían procesos de desarrollo endógeno y de
industrialización estructural, y estrategias de para la participación de los
trabajadores y la organización sindical.
Tercero, los intelectuales de izquierda que no
tenían cabida en los particos de la izquierda ortodoxa: trotskistas, marxistas
críticos y humanistas (de la onda de Sartre, de la Escuela de Fráncfort o
postmodernos de corriente francesa), latinoamericanistas (anti coloniales,
indigenistas y ruralistas), ex guerrilleros y facciones de la izquierda
cristiana (de las órdenes mendicantes, teología de la liberación y la doctrina
social de la iglesia). Y, cuarto, intelectuales y dirigentes anti neoliberales
inspirados en las políticas keynesianas de los Estados Unidos de Roosevelt y la
crítica anti neoliberal (Stiglitz): pleno empleo, inversión estatal para el
desarrollo (políticas contracíclicas); y, las teorías y enfoques de la
diversidad, género e igualdad y no discriminación de las universidades
progresistas de la sociología de los Estados Unidos y las escuelas postmodernas
de Europa.
Toda esta amalgama de visiones, posturas, prácticas, teorías
e ideologías nutrieron los modelos económicos de la Región que acogieron
denominaciones eufemísticas como “revolución ciudadana”, con algunas pizcas de
ingredientes nacionales. Por ejemplo, el nacionalismo peronista de izquierda en
Argentina, el nacionalismo social de los coroneles de Venezuela de donde surgió
Chávez, la lucha indigenista de los cocaleros del Chapare en el caso de Evo y
la doctrina social de la iglesia de los salesianos en el caso de Rafael Correa
en Ecuador. Por supuesto, esto está muy lejos de la planificación centralizada
y la propiedad colectiva de los medios de producción en manos del Estado
comunista, la lucha de clases y la dictadura del proletario que consta en el
libro de V.I. Lenin “¿Qué hacer?”, en el Capítulo del Libro I de “El Capital” de
Marx y Engels y en el Manifiesto del Partido Comunista de 1848.
(3)
Si se entiende lo anterior, podemos encontrar varios rasgos comunes a los
modelos económicos progresistas del Siglo XXI en el contexto de la revaloración
inusitada de los precios internacionales de los commodities: (i) La centralidad
del ser humano para el diseño económico y nuevos dispositivos ideológicos
(sumak kwasay, vivir bien, sumak camaña); (ii) énfasis en la implementación de políticas
sociales y control estatal del mercado (Estado de bienestar tardío), y
participación social para la elaboración de las políticas públicas y económicas;
(iii) manejo soberano y estratégico de los recursos no renovables; (iv) planificación
centralizada por el Estado, disciplina fiscal y equidad tributaria; (v) políticas
para grupos de atención prioritaria y materialización de los derechos; (vi) implementación
de políticas de integración regional y el establecimiento de bloques
ideológicos de negociación con el mercado internacional; (vii) integración
estratégica regional al mercado internacional y políticas de desarrollo
endógeno e industrialización; e, (viii) inversión pública en obras estratégicas.
Como se puede ver, el mito del “miedo comunista”
que se ha inoculado en la opinión pública regional se cae por la evidencia,
pues era más parecido al socialismo de los montañeses de la Revolución Francesa
o de los utópicos de Prudhon. Todas las políticas del progresismo apuntaban a
un tardío Estado de bienestar que, por supuesto, afectaría intereses de las
élites. Así, tener educación y salud universal y de calidad permitiría tener
ciudadanos que en el futuro incomoden al poder; una intención soberana y
planificada de administración de los recursos públicos afectaría el estilo
colonial de las “las reglas claras y la seguridad jurídica” que acostumbran las
transnacionales que corrompen a los nativos y desarrollan actividades
extractivitas; y, la equidad tributaria, impactaría en los bolsillos de los
feudos económicos nacionales, cuando todos estamos habituados a exonerar de
tributos a los poderosos y a los ociosos señoritos que heredarán las empresas
de sus papis.
Por supuesto, este modelo tuvo avances y
retrocesos, y su funcionamiento se vio mermado, en mayor o menor medida, por el
autoritarismo, el abuso del poder, despilfarro de recursos, la corrupción, la
degradación de las estructuras sociales y de militancia política, el populismo,
y el boicot de los aparatos de inteligencia de los Estados Unidos y las élites
locales. Los líderes del Socialismo del Siglo XXI se alejaron de los proyectos
sociales y aliados iniciales, y se convirtieron en caudillismos personalistas y
con graves problemas de legitimidad social. El Museo de la Revolución
Democrática y Cultural de Oruro y el Museo de la Presidencia son vestigios que
emulan fácilmente el culto a la personalidad en la China de Mao o el Vietnam de
Ho Chi Min (propio, también, de los líderes conservadores de derecha como
Leónidas Trujillo y Idi Amin de República Dominicana y Uganda respectivamente).
Todos estos errores los llevaron a la derrota electoral y a la pérdida del
poder, y al retorno de regímenes conservadores que, por su incorrecta lectura,
intentan aplicar las políticas neoliberales de los años 90. Esto le ha pasado
factura a Macri en Argentina y ha llevado a López Obrador a la presidencia en
México, y se avizora el retorno de Lula en Brasil. Todo esto, a pesar del revés
de la izquierda en Uruguay, el desastre de los regímenes de Venezuela y
Nicaragua, y el panorama incierto de Ecuador y el abierto golpe de Estado en
Bolivia, a las puertas del inicio de la industrialización del litio, uno de los
mayores ahorros internos del mundo, y la acumulación de la más grande reserva
monetaria de la Región.
II
¿Cuáles son las alternativas al terrorismo
económico neoliberal-global?
Bajo
la lógica amigo-enemigo de Schmitt creada por el correísmo, ahora funciona la
idea de que no existe alternativas a las políticas neoliberales de los 90. De
acuerdo a esto, el modelo económico progresista se lo presenta como un
fracasado, corrompido, personalista, y resultado de un anacrónico marxismo
trasnochado. Tal como ya se analizó, esto es absurdo. Tampoco se pude hablar de
un modelo “económico correísta”, puesto que, como ya lo analicé, el modelo
progresista tiene muchas fuentes y no es de propiedad de ningún caudillo, sino
de la lucha de los pueblos de América Latina contra el imperialismo, la
injusticia, la inequidad y el colonialismo. Pero ponerle nombre moviliza a los
ciudadanos para satanizar el progresismo a partir de los errores de los dirigentes
políticos de esta última década.
Por eso, vivimos el fenómeno del “todo vale”
para evitar que participe Rafael Correa y el pueblo lo vuelva a poner al frente
del Estado y a cargo de la política. Hoy, él es el Bucaram de este Siglo y, las
élites cierran filas para evitar nuevos errores y atajar la posibilidad de las
transformaciones sociales necesarias, pues no debemos olvidar que, con el
ascenso de una nueva élite emergente en la última década, las rancias
oligarquías nacionales fueron de los principales beneficiarios de la deficiente
redistribución de los recursos económicos. Así, el quintil más rico de la
población se benefició de las becas del Estado para estudiar en el extranjero
(el 18% de quienes reciben el bono de desarrollo humano es nada en total), más
del 80% de la obra pública fue a empresas constructoras tradicionales (sin
embargo, se amplió la base media de pequeños empresarios), y gran parte de los
cachorros de las grandes familias ocuparon altos cargos en donde se decide
sobre el dinero público, se toman las altas decisiones del Estado y el servicio
exterior. Opera hoy una sensación de terror neoliberal que recorre toda América
Latina sobre el supuesto “monstruo comunista”. ¿Pero, realmente, no existen
alternativas al neoliberalismo premoderno de los años 90? Quiero, apenas,
lanzar algunas ideas generales, pues sí hay alternativas.
(1)
¿Mantener el modelo progresista o no? Ya establecí que es un prejuicio con
finalidades políticas el llamar al modelo de la última década como “comunista”.
Pero, entonces ¿es beneficioso mantenerlo?, ¿o hay que hacer algún cambio?, o
¿simplemente, hay que abandonarlo? Debo decir que en América Latina hay
tendencia al maniqueísmo político, por lo cual, cada autoridad o régimen tiene
la mala costumbre de refundar el Estado con el inicio de su gestión. Por ello,
todo lo anterior es malo y lo nuevo es lo mejor que le pudo haber pasado a los
ciudadanos. Bajo esta perspectiva, eliminar el modelo anterior no tendría nada
de raro, a no ser porque existen razones históricas para mantenerlo.
El progresismo y las nuevas izquierdas latinoamericanas
son parte de un proceso histórico de la lucha de los pueblos en contra del
poder y el imperialismo. No nacieron con los líderes de los tiempos recientes
ni morirán cuando no estén. Lo de fondo es que este proceso representa la
oportunidad de que las cosas se hagan de manera distinta. Oportunidad de
equilibrar la asimetría social y las grandes brechas entre pobres y ricos en la
región más desigual del Planeta; y, de tener equidad social y una economía en
favor de los más débiles.
De acuerdo a esto, el proceso histórico de
transformación es un continuo y los errores de los líderes de las nuevas
izquierdas son parte del aprendizaje de los pueblos al enfrentar a las clases
dominantes, son secundarios y accesorios. El gran reto, entonces, es la creación
de estructuras políticas permanentes y que den sostenibilidad a los procesos
políticos, programas de largo aliento y niveles de participación igualitaria
dentro de esto grupos de resistencia contrahegemónica, y nuevos y renovados
liderazgos alternados y de decisión colectiva y democrática interna. Este
proceso histórico no pertenece a nadie, sino a los pueblos que luchan desde
siempre por una América Latina inclusiva, justa y solidaria.
(2)
¿Qué se debe cambiar? Debe democratizarse los procesos de discusión y decisión
dentro de las nuevas izquierdas, y la implementación de mecanismos de
deliberación horizontal y de controles internos sobre la gestión y el liderazgo
político. Esto supondrá que los programas políticos y las políticas públicas
tendrán un origen desde los mecanismos de la democracia participativa y
protagónica. La acumulación desmedida del poder en pocas manos deslegitima cualquier
régimen progresista tarde o temprano. Una de las cuestiones es abrir la política
económica a los sectores no tradicionales sobre la base de liderazgos
democráticos y fundamentados en el análisis técnico antes que el de política de
coyuntura.
La economía popular y solidaria debe estar guiada
a los sectores comunitarios y de escasas posibilidades de crédito. Redes de
comercio justo y todas las cadenas productivas de pequeña escala en los
sectores rurales son ejemplos de lo que se podría llamar “capitalismo comunitario”.
Dotar de apoyo a los pequeños emprendimientos familiares y al trabajo autónomo
dentro de casa y en los centros de rehabilitación social -en su mayoría,
realizados por mujeres jefas de hogar-, y el encadenamiento prioritario de la demanda
de bienes y servicios por parte de las instituciones públicas son parte de las
experiencias que han funcionado en otras latitudes. A estas iniciativas que ya
funcionan informalmente, hay que aglutinar alrededor de política económica del gobierno
para capacitación, otorgamiento de tecnología, insumos y capacidad empresarial.
Sostenibilidad ambiental es posible si existe
voluntad política y mecanismos de participación en todos los niveles sociales.
Parte de los beneficios de la explotación responsable de los recursos no
renovables deben ir para las comunidades y personas que viven cerca de las
minas y pozos de petróleo. Una alternativa es no explotar con el fin de no dañar
a la naturaleza, pero en ese caso deben arbitrarse medidas de acopio de recursos
que le den sostenibilidad económica al Estado y sus políticas. Una de las
estrategias principales consiste en apostar por el fortalecimiento de las estructuras
políticas organizativas que permitan la sanidad del sistema político que debe tener
partidos y movimientos con militancia permanente, programas políticos, carrera política
regulada y democracia interna.
Uno de los problemas que hay que discutir es
la repartición y distribución regional del poder. En el proceso constituyente
se propuso cambiar la sede principal de algunas instituciones, pero esto se abortó
ante el peligro de que este debate se polarizara y que la ratificación por
consulta popular de la Constitución de 2008 se complicara.
Por último, debe arreglarse la cuestión de la
democratización de los poderes del Estado. En la actualidad, de acuerdo al
modelo de presidencialismo fuerte en la mayoría de los países de la Región, la decisión
de lo económico y recaudación de tributos, financiero presupuestario, gestión
del talento humano y política de remuneración, y administración de la fuerza
pública lo decide libremente el Poder Ejecutivo encabezado por el Presidente de
la República. Los demás partidos casi no tienen participación alguna en estos
rubros. Se debe, por tanto, propender a los regímenes políticos con mecanismos
de gestión política colectiva.
Todas estas son los cambios estructurales que
deben cambiarse para poder mantener y mejorar los procesos progresistas en
América Latina en búsqueda de equidad económica, bienestar-buen vivir y sistemas
económicos solidarios y que permita igualdad de oportunidades a la gran mayoría
de los ciudadanos.
(3)
¿Cuáles deben ser las directrices para crear alternativas viables al modelo
neoliberal, pero sin caer en la ortodoxia política que es inaplicable hoy? Para
que el progresismo sea una alternativa al terrorismo medieval impuesto por neoliberalismo
en la Región, se debe tener en cuenta estos ejes generales:
i)
Ecologismo/extractivismo.- Ecologismo y extractivismo no deber
ser posturas, necesariamente, antagónicas. Puede decidirse políticas amigables
con la protección de la naturaleza, pero debe venir de procesos participativos
en todos los niveles posibles. Abandonar una política extractiva y dependiente
de los commodities supone altos niveles de planificación estatal y el desarrollo
paulatino de valor agregado de los productos elaborados en Ecuador y la
explotación de las ventajas comparativas y competitivas. Ello, también, obliga
a racionalizar la gestión de los sectores estratégicos y a evitar la
contaminación de intereses corporativos, ya sea de instituciones del Estado
relacionadas o de los grupos de poder locales;
ii)
Planificación y austeridad estratégicas.- Apostar a una planificación
y a una austeridad estratégica no es necesariamente un postulado del comunismo,
sino de la socialdemocracia europea luego de la Segunda Guerra Mundial. En Ecuador,
la planificación no estuvo dirigida por técnicos en gestión estatal, sino por economistas,
administradores privados e ingenieros comerciales, pues en Ecuador, las
universidades no desarrollan un perfil académico de administradores públicos. Por
ello, en la década pasada la planificación estatal era formal y se transformó
en la presentación periódica de informes de cumplimiento formar de las irreales
metas que el gobierno se proponía. Planificar no tiene nada que ver con el
comunismo, pero sí con un gobierno responsable que tiene en su cabeza ideas
claras del rumbo que debería tomar nuestros países en América Latina. De esta manera,
no se necesita cualquier planificación, sino una que sea útil y pragmática; y,
debe apoyarse, además, en una política racional de austeridad fiscal y de
personal en el Estado. No obstante, debe ser estratégica y no en bloque con el
fin único de ahorrar dinero, pero sin que exista un objetivo estratégico y
planificado previamente. La creación de fondos de estabilidad, inversión futura
y sostenibilidad de políticas sociales son buenos mecanismos para dar racionalidad
solidaria a la política económica;
iii)
Democracia participativa.- Igual que lo anterior, esto no significa
comunismo ortodoxo, pues la propuesta de la democracia participativa en América
Latina funciona dentro de la estructura clásica del capitalismo. No obstante,
permite modificar algunos flujos políticos para la decisión final de la política
en favor de la participación igualitaria de los ciudadanos para ejercer el
poder. Hay que discutir la posibilidad de cuotas en los organismos del Estado para
mujeres e indígenas, jóvenes y personas que tengan algún motivo constitucional
de vulnerabilidad social o personal. Los consejos sectoriales son una buena
idea para equilibrar los impactos de las decisiones económicas, y los organismos
técnicos de la economía debe integrar a los diferentes actores para la elaboración
de la política pública;
iv)
Equidad económica.- América Latina es la Región más desigual
del mundo. Per el problema es complejo, pues no se soluciona con modificar la
carga tributaria que ahora pone todo su peso en los hombros de los más pobres. En
el Estado y, particularmente en la gestión de los recursos económicos, existe
aún un sistema de privilegios para beneficiar a los grupos económicos más
importantes, y no hay transparencia alguna en el uso de los recursos económicos.
La equidad social y económica tiene que ver, además, con la distribución regional,
sectorial y grupal de los recursos económicos, y con procesos de descentralización
y autonomías racionales siempre gobernadas por una política general de
planificación de los recursos; y,
v)
Política social y control social de la corrupción.- Finalmente, uno de
los puntales más importantes es la focalización y el perfeccionamiento de la
política social. Sólo de esta manera se puede mitigar los impactos económicos
cíclicos de la economía capitalista, las fluctuaciones del mercado internacional
y las distorsiones económicas provocadas por los grupos empresariales locales;
al mismo tiempo, generar igualdad estructural de oportunidades sociales con la disminución
real de las brechas entre pobres y ricos. En este punto, las políticas de
transparencia y lucha contra la corrupción tienen una relación directa con el éxito
de la política social.
En
definitiva, vivimos un contexto complicado en América Latina, puesto que la
extrema derecha regional no ha entendido los nuevos tiempos. Ello los ha
llevado a una intemperancia social hacia las ideas contrarias el neoliberalismo
primitivo de los años noventa. Por ello, todo aquello que se le oponga a esta
agenda económica fascista se combate como si se tratara de los años 70 en plena
Guerra Fría. Hoy un espectro se cierne sobre América Latina y no es precisamente
el comunismo, sino el terror neoliberal que amenaza a los ciudadanos con un Armagedón
apocalíptico a quien se resista, cuando en realidad, existen alternativas políticas
y económicas de pueblos e individuos que seguiremos en pie de lucha para que un
mundo distinto sea posible.
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