Coronavirus: "El Día después de Mañana"






 

 


 



 

 












Coronavirus: "el Día después de Mañana"

 

Por: Luis Fernando Ávila Linzán

Foto Por: www.beon.com

La pandemia del coronavirus es de mediana intensidad, sin embargo, ha dejado grandes e inesperados estragos económicos, sociales y políticos. Afecta, principalmente, a los más ancianos y a quienes tienen enfermedades graves y crónicas, o discapacidades. Pareciera que es una enfermedad focalizada, lo cual ha despertado la imaginación o intuición de algunos teóricos y activistas en todo el mundo de que este virus fuera parte de un plan de exterminio y limpieza social para liberar de esta carga al rampante y rácano capitalismo.

Para Chomsky, por ejemplo, no es una casualidad que este mal haya surgido en Wuhan, justo donde desde hace años se experimenta con virus y bacterias, y justo cuando la China estaba en el pináculo del Mundo disputándole poder en todas las esferas a los Estados Unidos. Los bancos chinos no son sólo acreedores de los países en desarrollo y economías emergentes, si no, además, de dicho país. Las empresas chinas ocupan todo el espectro industrial a nivel global y participan activamente en el botín de guerra de Medio Oriente y Libia sin haber disparado una sola bala ni sacrificado un solo soldado. Todas las movidas aparentemente torpes de Trump parecen, en este sentido, apuntar a una estrategia para frenar al gigante asiático. ¿Tendrían las tesis de la conspiración una explicación certera de lo que sucede alrededor del coronavirus?

Otro sector de comentaristas apunta al mismo gigante asiático y esta tesis, conveniente para Trump y su equipo, sugiere que la China está detrás de la pandemia, puesto que sería el beneficiario directo a corto plazo de la catástrofe sanitaria. Esta versión crece cuando comienza a aparecer evidencia, difundida por los medios de comunicación del imperio, sobre el hecho de que las autoridades chinas ocultaron información sobre los primeros brotes, sancionando severamente a profesionales y periodistas de su país. Por lo pronto, la crisis sanitaria se ensaña con los Estados Unidos de América, poniendo en riesgo la estabilidad del gobierno, hasta hace poco con altísima aceptación a pesar del estilo ramplón y populista de Trump, y las posibilidades de reelección o de continuidad de los republicanos en el poder. Sanders, por su parte, gana espacio, pero sin poder aventajar a McCain, con la constatación evidente de un sistema de salud mezquino e insuficiente para atender a los ciudadanos de la primera potencia militar del Mundo.

No obstante, estas tesis contrapuestas obedecen a la especulación política de coyuntura. Empero, a nivel académico también existe controversia. Así, echemos revista a unas cuantas opiniones de las más autorizadas. Así, Žižec considera en una columna para Rusia Today (RT) que, junto al coronavirus, se hacen evidentes el virus del capitalismo y el virus ideológico que despierta el individualismo, el racismo y las teorías conspirativas. Particularmente, este virus ideológico buscaría invisibilizar la necesidad de un nuevo momento histórico que valore la comunidad y la solidaridad, y disminuya los ejes del consumo y el individualismo. Frente a esto, el profesor esloveno, establece que es necesario repensar el comunismo como una respuesta a la crisis de implosión del capitalismo. Por su parte, Habermas, en el diario Kölner Stadt-Anzeiger considera que nos enfrentamos a una crisis existencial de seguridad global que desborda cualquier sistema de protección y es más cauto en hacer alguna proyección del futuro. Finalmente, Byung Chul Han llama la atención con el sugestivo titular de Diario El País de España: “El coronavirus no vencerá al capitalismo”. Piensa que, posiblemente, se perfeccionarán los medios de control digital de los ciudadanos y que se fortalecerá el capitalismo. En esta dirección escribí hace unas semanas un artículo en mi blog que titulé “Capitalismo líquido y coronavirus”, en el cuál mi análisis se guiaba a la capacidad del capitalismo, como una realidad socialmente naturalizada, de adaptarse a los tiempos. No obstante, la clave estaba en comprender esta naturaleza para que exista una respuesta de resistencia organizada o espontánea que tuviera viabilidad política.

Definitivamente, este breve repaso no es exhaustivo, pero da cuenta del panorama complejo e impredecible de la crisis sanitaria provocada, no por un virus, sino por un sistema político, social y económico bárbaro, enfermo y decadente. El virus termina siendo, únicamente, la mano que corre el velo detrás del cual el capitalismo enseña su podredumbre, vanidad y vacuidad. Este virus que no entra en escena, como sucede en las películas gringas, en sus ciudades y con sus héroes y víctimas que siempre se redimen; sino en todas partes del mundo real y exige algo que va de la mano con una característica central en el individualismo del mundo digital: mantener distancia y estar aislados.

Al mismo tiempo, suceden algunos curiosos efectos colaterales. Por una parte, se recupera en el Planeta un 30% la capa de ozono, los animales están de regreso en los lugares donde otrora los humanos cruzaban campantes sobre enormes olas de consumo, desperdicio y contaminación; y, por la otra, surgen nuevos lazos de solidaridad en medio de las grietas del individualismo dentro del encierro obligado de la población. ¿Pudiera ser esto un horizonte posible para la resistencia frente al capitalismo indolente?

Quiero analizar, en todo caso, en este trabajo algunas líneas de reflexión luego de que el coronavirus se estabilice o se haga cotidiano. Voy a presentarles “el día después de mañana” de esta peste global, un panorama aterrador, pero, también, de potencialidades para la resistencia.

 

(1) La democracia frente la represión como política. La democracia, incluso la versión liberal moderna, es un obstáculo para el capitalismo. Pesemos en las transnacionales. Las relaciones económicas se dan entre transnacionales y entre éstas y los Estados en nombre de la libertad económica. No obstante, esta libertad es únicamente para las mercancías y no para los ciudadanos, y éstos no participan de los beneficios de este ciclo económico; son una mercancía más sin oportunidades ni libertad económica alguna de acceso al desarrollo como lo destaca Amartya Sen. No se diga para otras formas de democracia social, no siempre aceptadas por la politología oficial.

Uno de lo problemas más graves de la democracia, entonces, es el desplazamiento del eje de decisión política sobre lo económico y social. Deciden los acreedores de los países pobres y la cúpula corrupta de estos países y el mercantilismo colonial de las transnacionales. El problema se agrava cuando allí se definen líneas de comportamiento político y social como política universal, hecho que se vuelve hegemónico en todos los niveles con la globalización de los medios de comunicación. Deciden quienes tienen el control de las bases de datos y las tecnologías de la información, y de los poderosos discos duros que almacenan, clasifican, filtran y focalizan la información. Se convierte todo esto en un eficaz mecanismo de control inteligente como lo advirtiera Raymond Aaron.

Así, a la política económica se juntan otras que afianzan el control sobre los ciudadanos. La política de seguridad globalizada es un arquetipo de ello.

Es evidente que el covid-19 golpeó al capitalismo donde más le duele: la seguridad de consumo. Ello explica el inmediato incendio global que provocó en los mercados. No es su letalidad, sino la inseguridad que genera en la población. Vivimos en la “sociedad del miedo” de Elías (cadenas del miedo). Un miedo, resultado de una evolución violenta de la civilización, fundamenta las prohibiciones sociales; y, al mismo tiempo, genera un fuerte autocontrol de los sentimientos (“anestesia de los impulsos”) que adormece el sentido social de todos los actos humanos. Así, el miedo a las enfermedades estaría dentro de la genética social y la consciencia histórica de todos los seres humanos de modernidad. Esto nos hace rechazar la muerte y la violación como hechos sociales execrables y, al mismo tiempo, no logra conmovernos por la devastación de miles se seres humanos en manos de los ejércitos imperiales de las potencias. El homo clausus le llamó Elías a este individuo atado a lazos invisibles con los otros, entre ellos, el miedo social a las enfermedades.

Lastimosamente, esto empujaría a los centros del poder global y local a utilizar el miedo para justificar políticas de represión y control, muchas de ellas, directas y descaradas. Esto ya se observa con ocasión del covid-19. Distanciamiento social, paranoia individualista y la detención de los disidentes mediante el poder punitivo del Estado. Los controles invisibles hoy en manos sin escrúpulos comerciales como las de Zuckerberg, Gates o Bezos, o de los afanes imperialistas de los aparatos militares y de control militar de los actos cotidianos de los ciudadanos orquestados por Putin, Trump o Xi Jinping, y los aspirantes a reyezuelos en las débiles democracias de América Latina, Oriente Medio y África.

En definitiva, mucho me temo que “la política del apestado”, no aplicada en este caso como la genial metáfora de Foucault, justificará luego del coronavirus, cualquier forma de control para el distanciamiento, la asepsia y la sanidad fundado en un supuesto ideal de seguridad y eficiencia, que entronizará en la democracia a aristócratas y oligarcas para gobernar en nombre de la democracia y los miedos del pueblo, una verdadera “fobiocracia”.

 

(2) Servicios sociales y el Estado de bienestar. El concepto de “bienestar” apareció en la Europa Central, posiblemente, derivado de las religiones y culturas paganas de los pueblos godos que entendían la vida después de la muerte como un conjunto de goces y placeres mundanos y no como una existencia santa y libre de pecado, propios de la religión y cultura católica. Sea como sea, la mayoría de los países de Europa, en mayor o menor medida, adoptaron Estados de bienestar, con amplio apoyo social y generosos sistemas sociales sobre educación, salud, vivienda, seguridad social y transporte, con grandes inversiones sociales, de ahorro público y apoyo internacional al estilo del Plan Marshall. Un caso especial es el sistema comunitario-estatal escandinavo. Llamemos a este modelo “1”.

Pero no todos estos modelos fueron de corte liberal. Los países del Este implementaron el modelo soviético de economía planificada y de propiedad estatal total de los medios de producción. Al otro lado del mundo, el modelo chino de Mao, con un poderoso partido comunista único y un sistema de organización de cooperativas rurales y urbanas, también aseguraron bienestar social con ambiciosas metas sociales y económicas basadas en la disciplina social y una cultura colectivista. El extremo de este modelo es desarrollado por el socio chino, Corea del Norte, y Cuba. A la larga, sólo China, Corea del Norte y Cuba sobrevivieron al colapso del socialismo real en los años noventa. Los unos, debieron implementar pragmáticas reformas de mercado (capitalismo de Estado. Cuba en menor medida), y el otro, se sostiene por un férreo control militar y la dictadura de la dinastía Kim. Vamos a considerar a este otro modelo “2”.

En algunos países del Lejano Oriente, desde los años 80 del siglo pasado, impulsaron una especie de capitalismo popular, mediante empresas mixtas entre Estado, trabajadores y empresarios, y con una alta inversión estatal en investigación, ampliación del consumo e innovación de tecnologías. Fueron gobiernos de mano dura y de fuerte liderazgo los que le aseguraron una presencia estratégica a los “Tigres Asiáticos” a nivel global. De este mismo cuño, pero con un régimen institucional de mayor consenso social, los Estados Unidos e Inglaterra construyeron sistemas sociales de protección inspirados por Keynes, el New Deal de Roosevelt y la cultura política victoriana: pleno empleo, política de mínimos sociales, industrialización estratégica, y control mercantilista de mercados (energéticos, armas y minerales). Este será el modelo “3”.

Por último, tenemos países en América Latina, Medio Oriente y África que tienen “sistemas nominales” de bienestar. Aquí hay dos extremos. Por una parte, países con sistemas sociales en desarrollo como Uruguay y Nigeria, y otros donde el bienestar es un eufemismo grosero, como en Haití y Etiopia. En medio, hay países con esfuerzos no permanentes como Brasil y Argentina, y otros aún más esporádicos como Ecuador y Bolivia (en la década de los 70 del siglo XX y primera década del Siglo XXI). A este modelo llamaremos “4”.

Todos estos modelos se han visto afectado por las políticas neoliberales luego del consenso de Washington, y han desmantelado, en mayor o menor medida, sus sistemas sociales de protección. Durante la década de los 90, la afectación mayor ocurrió en el modelo 4. En esta época, las reformas realizadas al modelo 1 y 3 fueron menores, pero importantes. Durante la primera década del siglo XXI, el más golpeado fue el modelo 3 y el que más ganó fue el 4, debido al alto precio de los energéticos y minerales que favoreció a los exportadores de materias primas e insumos derivados. Los países del modelo 2, unos se transformaron en economías de mercado y otras apostaron a regímenes autoritarios manteniendo sus sistemas sociales. Rusia utilizó su posición estratégica en Europa y Asia, y su manejo geopolítico del mercado. China apostó por reformas de mercado y un uso estratégico de su territorio y enorme población. Bajos producto per cápita por dos décadas, ahorro interno e innovación de las mercancías extranjeras y posterior imperialismo tecnológico fueron parte de su estrategia para disputar la hegemonía a los Estados Unidos, a la Comunidad Europea, la Commonwealth, a los Tigres Asiáticos y a los jeques y shas del Medio Oriente.

No obstante, algunos países del modelo 1 hicieron reformas neoliberales profundas que desmantelaron gravemente sus sistemas sociales de protección. Italia, España, Grecia y Portugal por citar los casos más sobresalientes; y, en el modelo 2, algunos países ex soviéticos se convirtieron en economías dependientes del mercado internacional y sin el suficiente rendimiento económico para constar en la Comunidad Europea. En los hechos, siguieron dependiendo de Rusia y con un reparto más desigual como para mantener los sistemas sociales que les injertaron los soviéticos. Hungría, Bulgaria y Rumania se convirtieron en los parientes pobres de Europa más afectado por las políticas neoliberales. Un caso aparte es Turquía, un país geográficamente en Europa, pero culturalmente, cada vez más cerca al extremismo islámico y gobernado con mano dura por Erdogan. Su modelo social de protección es una mezcla entre el 1 y el 2, y aprovecha su posición estratégica de mejor manera que Afganistán, Panamá y Egipto.

Durante la crisis del coronavirus, dicen los políticos fracasados de América Latina: “esto desborda toda previsión”. La verdad es que los modelos con sistemas sociales de protección más fuertes han enfrentado de mejor manera al virus. China bajó la curva y eliminó los casos nuevos en dos meses, y construyó 15 hospitales en 2 semanas, lo cual en Ecuador hubiera sido el tiempo para discutir los términos de referencia de un dispensario de barrio. Rusia e Inglaterra han movilizado todos los recursos disponibles y han tenido pocos casos en comparación con su población. En Europa, Alemania y Francia enfrentan el virus con relativa calma y fuerte organización, y los países nórdicos no manifiestan crisis alguna. En Japón, Corea del Sur e Israel los casos están controlados y ya discuten una planificación para el retorno a la normalidad. Curiosamente, Corea del Norte no tiene ningún caso, al menos, de lo que sabe, debido al control militar de la información de ese país, y en Cuba y Bolivia hay pocos casos y están bajo control. ¿Dónde se presentan los focos más graves y desbordados? En los Estados Unidos de América, Italia, España, Brasil y Ecuador.

En los Estados Unidos de América, Obama no logró cumplir con su promesa de campaña y el Senado controlado por los republicanos bloqueó sus proyectos Medicate y Medicare. De esta manera, millones de personas siguen fuera del sistema de protección. Italia y España están afectados por el populismo político y una disminución agresiva de los recursos para el sector social, y la aplicación de políticas neoliberales en los últimos 30 años. En Italia gobierna una turba de partidos más parecida a la camorra siciliana o al PRI mexicano que a una coalición democrática, que le echa la culpa de todos sus males a los migrantes sirios y africanos, y España apenas logra tener gobierno con Podemos y PSOE en los últimos meses, luego de un predominio de un acuerdo mafioso entre el PSOE y el PT. ¿Cuáles países han sido más efectivos en esta crisis? Los de los modelos 1 y algunos del 2, y relativamente los del modelo 3.

El problema luego de la crisis es que el modelo de Estado de bienestar sea el autoritario. Los del modelo 1, especialmente, los del comunitarismo escandinavo tienen una esencia democrática y provienen de un legítimo consenso social. El problema es que gozan de estabilidad política, gobiernos colectivos y reproducen una lógica deliberativa que suele entorpecer las decisiones urgentes. No obstante, suplen esta falencia con planificación económica, organización y disciplina social, y estructuras políticas democráticas. Construir modelos de este tipo lleva generaciones. Frente a estos, están los países del modelo 2 que tienen política social, pero regímenes autoritarios. Sus decisiones se toman con agilidad y eficiencia, como el hecho de haber levantado un cerco epidemiológico de 50 millones de chinos en 1 mes.

La tentación de los países de adoptar el de los países autoritarios de los modelos 2 y 3, lo cual cuadra perfectamente en los gamonalismos y caudillismos del modelo 4, y la disciplina estricta y la ilegitimidad democrática del modelo 3, tal como ya lo previó Han en el artículo que comentamos.

En el caso de América Latina sumaría un elemento adicional. El péndulo político está en las opciones políticamente conservadoras y neoliberales en la región, luego del fracaso de los gobiernos progresistas de esta primera década del siglo XXI. Esto haría imposible que se adopten reformas para fortalecer los sistemas sociales de protección, ya de por sí casi inexistentes. Todo lo contrario, el populismo endémico y los débiles sistemas políticos de nuestra región prevén salidas autoritarias y conservadores. Un peligro adicional es esa medida, son los gobiernos de Estados Unidos y la China. Los norteamericanos experimentan un brote de nacionalismo y violencia no política en una población legalmente armada hasta los dientes. En estos días, ver en Michigan a hombres blancos, ebrios y con fusiles creyéndose Rambo, reclamar porque no quieren quedarse en casa por la pandemia, me lleva a pensar ¿qué pasaría si de repente, esta gente tuviera un motivo político para alzarse en armas? A Trump lo ha afectado su pésima gestión en esta crisis y talvez eso le cueste la reelección, pero nada garantiza que se elija a un nuevo líder democrático o, al menos, mentalmente estable.

Por lo pronto, Macron y Merkel, postulan la necesidad de retornar a la presencia del Estado luego de esta crisis, por lo cual habrá que aumentar la inversión en investigación y atención de salud de la población. Esto representa una esperanza para el resto del mundo. En el caso de América Latina, hay que convencer a las élites que un fuerte sistema de salud pública universal es útil, tanto para los ricos como para los pobres.

Además, es claro que el Mundo vive desde una década una geopolítica multipolar o, al menos, de la hegemonía de los Estados Unidos en disputa. China, la Unión Europea, Inglaterra y Rusia están saliendo airosos de este conflicto, y seguramente, eso empujará a la potencia norteamericana a salidas violentas y autoritarias para defenderse y conservar su poder. La disputa se verá, en todo caso, en el control de los energéticos, minerales, acceso al agua y el control de la propiedad intelectual y el uso de las nuevas tecnologías antes que en el campo de batalla real. No obstante, también se potencia la resistencia de los países periféricos y la sociedad civil organizada si se sabe manejar inteligente y estratégicamente la emergencia de esos otros polos políticos en disputa. En América Latina hay que volver a empujar el péndulo al progresismo en busca de una nueva oportunidad por democratizar nuestras débiles democracias y poner al Estado al servicio de los ciudadanos y no de los oscuros engranajes de las mafias políticas que nos gobiernan desde siempre.

Por lo pronto, los ciudadanos seguiremos esperanzados y resistiendo con lo que sea posible en busca de llegar al Valhalla vikingo que no nos ha dado el Estado de bienestar en la Tierra.

 

(3) Los negocios de la guerra y las enfermedades. Lastimosamente, las guerras y las enfermedades siempre han sido negocios para unos pocos. Una vez más, volvemos a Elías. Nuestra civilización se abrió paso violentamente, por lo cual existe un miedo evolutivo a las guerras y enfermedades. El cine de los Estados Unidos explota este concepto de manera eficiente. Un apocalipsis zombi, sin embargo, es menos probable que el Armagedón que viven millones de seres humanos a diario, degradados por la pobreza, la exclusión y la violencia de todo tipo. Oxfam publicaba en 2018 que el 1% de población tenía el 82% de los recursos del Planeta. Seguramente, esto ha cambiado poco durante esta crisis, incluso, es posible que se haya profundizado esta vergonzosa brecha social y económica.

Sin lugar a dudas, esta crisis va a aumentar esta brecha inmoral. Por ello, vemos que todas las medidas para salir de la crisis descansan sobre los hombros de los más pobres. ¿Qué tanto va a poner ese 1% de ese enorme 82%?, o ¿se va tomar del 18% del que vive el 99% del Mundo? Indudablemente, la presión estará sobre este 18% de recursos restantes y no sobre el 82%. No obstante, la posibilidad de que el 99% de la población incumpla con sus obligaciones con ese 1% de agiotistas y parásitos y así ocurra una corrida global de fondos; o, que ese 99% deje de trabajar por el miedo a contagiarse creando una caída de toda la economía, ha obligado, muy a su pesar, a los acreedores a flexibilizar sus condiciones de endeudamiento y crédito futuro. Curiosamente, es a partir de esto que los países periféricos pueden alcanzar una posición de negociación en bloque que le permita algo de respiro y algunas ventajas en las condiciones. Sin embargo, las capacidades comunitarias de estos países fueron rotas por los tratados de libre comercio y el propio neoliberalismo. Esta cadena de miedos será decisiva en lo que se viene, pues quien sepa administrarla a su favor saldrá con poder y los bolsillos llenos.

Hace poco publiqué en este blog un artículo de Mauricio Galindo, donde se alegaba que las epidemias habían generado cambios importantes en la historia. Se había convertido en hitos que adelantaron o retrasaron épocas históricas como el renacimiento, la modernidad y las guerras globales. El coronavirus puso a prueba al capitalismo y seguro vendrá una nueva época que aún no conocemos, un nuevo orden mundial como lo vaticinó Kissinger.

Pero más allá de esto que ya analizamos, la desgracia para unos es el beneficio de otros. Walter Benjamin en su obra “Sobre la Historia” aseguraba que la civilización y la barbarie se reflejan en la historia, de tal manera que no hay cultura sin barbarie. Era una crítica a los supuestos avances de la modernidad que se presentaban como un triunfo de la racionalidad. Lo que describe este autor es que esta racionalidad es fruto, no sólo de la racionalidad, sino también, de la barbarie. Esto es evidente en la conquista de América por los españoles donde se impuso por la fuerza todo y se escondió y justificó el genocidio por la necesidad de civilizar. Así, la Segunda Guerra Mundial fue un buen negocio para los Estados Unidos y, a partir de esto, se convirtió en la potencia hegemónica, pues se convirtió en el proveedor de productos elaborados, tomó control del mercado internacional y se convirtió en prestamista e intermediario del capital judío del Mundo entero, encima de los cadáveres de más de 50 millones de seres humanos y cientos de pueblos destruidos. ¿Quién impondrá lo racional y será el beneficiario de esta crisis? Posiblemente, todos los que se están disputándose el nuevo orden mundial, por ahora multipolar, pero con más ventajas para los chinos y rusos. Será la racionalidad sanitaria la que se impondrá en el Mundo civilizado, pero la barbarie será que la gran mayoría del Planeta estará sometido al lucrativo negocio de la medicina.

Nos encontramos ante la emergencia de una dictadura farmacéutica. Por esto, vemos la carrera entre las farmacéuticas y sus Estados benefactores por encontrar una vacuna, medicamentos y tratamientos, seguramente, todos paliativos, no curativos. Los medios de comunicación han construido un cerco mediático sobre algunas posibilidades de cura y tratamiento de países como Cuba con su interferón, apestado por gran parte de la Comunidad Internacional por tener uno de los últimos socialismos reales. Por supuesto, no está de más decir que la doble moral de esta Comunidad, les permite cuestionar a Cuba, pero tolerar, al mismo tiempo, la Guerra Justa de las potencias militares lideradas por los Estados Unidos en contra de los supuestos terroristas islámicos. No importa que allí se usen armas prohibidas por el Derecho Internacional Humanitario y se bombardeen a diario escuelas, hospitales y casas de la población civil en nombre de la supuesta seguridad global.

Durante la crisis los intermediarios de las grandes cadenas de alimentos, medicinas, aparatos médicos, alcohol y mascarillas han aumentado sus ingresos. Probablemente, muchas empresas dejaron de producir lo habitual para destinar sus esfuerzos a estos “emprendimientos” de emergencia, como sucedió en las empresas inglesas durante la Segunda Guerra que comenzaron a fabricar tanques, aviones, fusiles y balas para resistir heroicamente el embate de los alemanes. La intermediación y control de las cadenas de producción de alimentos, también, entrarán en la lógica farmacéutica al día siguiente del fin de la crisis. Todos los ciudadanos estamos fuera de este negocio, pero nuestros gobiernos y la sociedad civil deben, inteligentemente, realizar acuerdos entre Estados, invertir en investigación médica en segmentos del mercado que nos den ventajas comparativas para poder resistir al botín de los vándalos transnacionales.

Son importantes, para apuntalar la resistencia a esta dictadura medidas económicas estructurales y amplio espectro social, tales como la renta mínima básica, los modelos de economía comunitaria, los sistemas financieros alternativos, las bolsas de productos, la investigación de medicinas alternativas, la medicina preventiva y la estatización de la atención médica en nuestros países.

 

(4) ¿Aguanta más el individualismo? Dejé para lo último el punto, a mi criterio más importante y poco explorado por los pensadores y comentaristas. Junto a un nuevo orden, surgirá un nuevo ser humano en un orden ético modificado. Nietzsche en el “Ocaso de los Ídolos” criticaba agriamente la moral estoica. Este orden ético se basa en la búsqueda de la virtud que es un valor íntimo y personal y que, en todo caso, si leemos a los iluministas franceses, se funda en el bien común, es decir, en lo que la sociedad mayoritaria cataloga como justo y ético. Interesante resulta constatar que, a pesar del supuesto racionalismo del homo sapiens, la modernidad conserva como molde social a este individuo virtuoso venido de la quintaescencia divina.

Para nuestro autor, esto es una negación de la vida, del sentido mortal de los seres humanos. Ello no quiere decir que se deba tener seres humanos amorales, sino únicamente de carne y huesos, y libres de las cadenas de la máxima «hay que luchar contra los instintos», pues “Cuando la vida es ascendente, la felicidad se identifica con los instintos”. Aquello tiene enorme trascendencia porque es una negación del individualismo que, incluso, existe hasta del día de hoy y que se completa con la idea de Vico de que el ser humano es un sujeto histórico, pues construye su propia historia. Marx llevó más allá el concepto del pensador italiano, pues destacó, igual que ya hubo hecho Rousseau, los vínculos sociales como parte de la construcción de la ética del ciudadano y del cambio social hacia formas y organizaciones sociales más avanzadas. Lo transformó en un sujeto parte de un colectivo con la misión de tomar las riendas de su destino, un sujeto revolucionario.

Contrario sensu, el dilema actual es que el capitalismo se funda sobre un individualismo extremo y desbocado, sin dirección y completamente vacío, que niega frontalmente el gregarismo necesario entre los seres humanos. Todo el pensamiento positivista, dominante en las ciencias sociales, atribuye a las propias condiciones humanas los males de toda la sociedad, pero lo peor es que los sujetos lo aceptan así, como algo natural y necesario. El vaciamiento de las ideologías y la crisis de las estructuras políticas clásicas, y el ataque que ha recibido el Estado por la agresión de las políticas neoliberales han profundizado aún más el individualismo de hoy. Individualismo que toma lo peor del liberalismo clásico: el egoísmo propietarista del mínimo esfuerzo social de Locke y Smith y el utilitarismo malthusiano y hobbeseano; y, un neoliberalismo que se ha convertido en una ideología construida sobre el dogma diario del consumismo y la doctrina de la indolencia sobre el dolor humano y los verdaderos motivos de la desigualdad.

Por si fuera poco, el tiro de gracia lo realiza la globalización de la los medios de comunicación masiva. Su función de control no es menor que la de naturalizar el consumo y el espejismo de las libertades humanas. El Homo videns de Sartori es la versión del Gran Hermano de Orwell, donde el ser humano se fetichiza voluntariamente a sí mismo como lo manifiesta Han: “ahora uno se explota a sí mismo y cree que está realizándose.” De esta manera, el homo clausus de Elías resulta superado en esta idea. ¿Esperamos un nuevo ser humano en una nueva ética política? Al parecer, las condiciones posteriores de sanidad, paranoia e instrumentalización política del momento post coronavirus, sin duda, cambiarán las relaciones sociales entre los individuos. Y la dirección puede ser una nueva forma de individualismo aún más agresiva y radical, pues el modelo de supervivencia que nos están vendiendo se levanta sobre la necesidad de estar alejados, negando el contacto directo y extremando la intimidad humana. Un mundo sin besos, abrazos ni caricias espontáneas ni prohibidas, un Planeta de corrección social, política y psiquiatrizado se cierne como una amenaza pavorosa.

Pero, también, puede tomar un rumbo comunitario sobre la experiencia de esta crisis donde se han reafirmado la vida familiar y la solidaridad de los más cercanos, y ante la resurrección de la posibilidad real de exterminio total de una humanidad que ha dejado de creer en los relatos emancipatorios que hoy están ausentes en su estilo de vida materialista sin fines religiosos, ideológicos, políticos ni de revoluciones. O puede ser que nada cambie y lo que experimentemos sea, únicamente, un efecto rebote de hiperconsumo y desigualdad que provoque millones de muertos invisibles y sin sepultura, y que el coronavirus sea una anécdota y motivos de nuevos libretos de cine. Sea lo que sea, el día después de mañana de la crisis del coronavirus es hoy.


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