¡Mi nombre es Atena y no soy una pitbull asesina!
¡Mi
nombre es Atena y no soy una pitbull asesina!
Por: Luis Fernando Ávila Linzán
Foto por: www.elcomercio.com
En las aulas universitarias, la mayoría de nuestros
profesores eran, por decirlo elegantemente, conservadores. Nos hacían leer
normas jurídicas y luego nos comentaban lo exitosos que eran en sus estudios
jurídicos para buscar los vacíos y la interpretación que convenga para defender
a quien en el futuro nos pagaría. Aquella casuística petulante se convirtió en
la estructura básica de nuestra formación. Otros, menos ritualistas, nos hacían
leer enormes textos de doctrina y jurisprudencia para decirnos que el Derecho
es neutro y que era más importante que sus contenidos y utilidad, vestir de
terno y dirigirse por el apellido a los demás compañeros para aprender las
maneras y protocolo de quienes estábamos, de alguna manera, destinados a
gobernar por sí o por intermedio de otros. Había muy pocos progresistas, de
entre este cuerpo docente que estaban acostumbrados a que los estudiantes se
pusieran de pie o rezaran un “Padre Nuestro” al inicio de la clase. Todo ello
volvió normal que abogadas y abogados seamos parásitos del poder y de las
lógicas de dominación. Por eso a nuestro gremio, el brillo de la realidad y el
uso instrumental del derecho simplemente los enceguece.
Lo que nadie, desde el
sentido común, se le puede ocurrir es que el derecho sea neutro cuando vemos que
el poder punitivo en gran parte del mundo criminaliza a los más pobres y
protege la propiedad de los ricos, y la fuerza pública desaloja a los
miserables sin que se compruebe siquiera los vestigios que pudiera haber de
dominio real. De esta manera, cuando la política global utiliza palabras como
terroristas, insurgentes, disidentes, lo que hace es separar la paja del
monte. Polariza, en realidad, a buenos y malos: curiosamente, los malos son los
distintos y marginales; los malos son aquellos que no están de acuerdo a la
acumulación individualista del capital en favor de los imperios modernos y sus
empresas transnacionales.
Mucho menos neutros son los
derechos humanos. Son, sin lugar a dudas, el estatuto de los débiles. Los
derechos humanos toman una opción política por los que se encuentran en debilidad
estructural frente al poder del Estado o los particulares. Aquello depende, por
supuesto, de la posición jurídica que ocupen los individuos en una relación
jurídica, tal como lo enseñaba Nino.
Así, si una persona está en posición de garante no puede ser víctima de violación
de derechos humanos. Por ejemplo, un policía en un operativo. Sin embargo, este
mismo individuo puede ser víctima frente a la oficialidad que lo da de baja sin
que sea escuchado ni exista debido proceso. Lo estructural tiene que ver con la
posición de la víctima, según lo establece Ferrajoli,
respecto a quienes tienen poder. Frente a esto, la víctima de violación de
derechos humanos es quien tiene menos o ningún poder. Pensemos en la mujer
víctima de violencia, el niño a quien se le aplica una disciplina moralista y
canónica, el indígena que no entiende porque una florícola se lleva toda el
agua, una perra llamada Atena a quien Pablo
Ortiz García llama "asesina" (artículo de opinión publicado en Diario El
Comercio el 20 de marzo de 2015).
Una perspectiva
realista y materialista del derecho, además, lo concibe como un instrumento de
clase, que puede ser utilizado para resistir la violencia del imperialismo y el
capitalismo globales. Así, la Constitución de 2008 es un arma de liberación y
transformación social, es el proyecto político para demostrar que otro mundo sí
es posible. Por esta razón, nuestra Constitución reconoció algunos mecanismos
revolucionarios para propiciar un nuevo orden social. Uno de estos, lo
constituyen la naturaleza como sujeta de derechos y sus derechos. Este
reconocimiento tiene como fin reemplazar el ideal del progreso sin fin y que
está acabando con el planeta por una visión holística que tenga como centro a
la naturaleza y sus integrantes (seres humanos y animales, bosques y árboles),
y que permita la emergencia de una nueva conciencia ecológica, la cual puede
ser vital para salvarnos de la destrucción total.
Si nuestra
Constitución reconoció los derechos a la naturaleza como globalidad (lo más),
resulta más que lógico que lo haga para lo individual (lo menos). Así, sucede
que Atena, como otros animales que
viven con los seres humanos miles de años, debe ser sujeta de derecho (animales
de compañía). Por dos razones, porque expresan nuestras mismas sensaciones y
dolores, miedos y padecimientos; han adoptado gran parte de nuestras virtudes y
defectos (Piter Singer), y porque socialmente les hemos dotado de un valor intrínseco
(Tom Regan). Nos hemos tomado el tiempo de ponerles nombre, brindarles salud y
cuidado; hablamos con ellos y lloramos sus muertes. Nos hemos olvidado que son,
en principio, comestibles. ¿Por qué no liberarlos?
Todo esto está en la
base de la honrosa decisión de la Defensoría Pública de encargarme la defensa
de Atena, aunque, en palabras de Ortiz, sea sólo una “perra asesina”. Por
supuesto, somos conscientes que en esta causa existen otras víctimas. Por una
parte, los padres del niño que murió; por otra los dueños del perro, quienes
simplemente no supieron de las normas públicas para el cuidado de un pitbull y
finalmente, la sociedad en su conjunto, que no conoce otra respuesta a sus
problemas que aplicar salidas fáciles como condenar a muerte a estos hermosos seres. Debemos aclarar que la Defensoría
Pública no es un organismo de oficio. Lo que quiere decir, que podemos defender
a cualquiera de las víctimas en éste y otros procesos si así lo solicitan.
Todas las víctimas, en definitiva, son importantes para nosotros.
Adicionalmente, tomamos esta defensa por una razón técnica, el litigio estratégico. Para aquel entonces, esta política que estamos implementando, buscaba litigar casos que
puedan generar cambios estructurales en el sistema jurídico y político, global
y local. Sin duda, la defensa de Atena
cumplía este propósito. Nos mueve el carácter garantista de la defensa pública y
nuestro compromiso con la gente. Creíamos que este caso podía generar cambios en
la forma como vemos a los más débiles. Hoy se llama Atena, mañana se llamará Juan
X olvidado en una cárcel, María X sin tierra y en la miseria; mañana puede
ser cualquiera de nosotros.
Nuestro ordenamiento
jurídico considera a los animales semovientes (cosas que se mueven por sí
mismo). En el caso de Atena, buscábamos en conjunto con varios organismos de defensa de la sociedad civil y más de
7.000 personas que nos respaldaban en las redes sociales en apenas tres días, que
ella se convierta en sujeto de derecho, que se le dé una oportunidad y se le
garantice una debida evaluación. En palabras que deben ofender a muchos de nuestros
alienados abogados, queremos que se le garantice un debido proceso.
Lastimosamente, la “peligrosidad” sobre la que se fundaba su posible pena de
muerte es la misma para legitimar toda forma de discriminación en todo el mundo.
¿Será acaso sólo coincidencia que Atena
sea un nombre griego que evoca a la diosa de los triunfos, sabiduría y civilización? Posiblemente, si ella pudiera hablar, tal vez, le hubiera dicho a mi
respetado colega, Pablo Ortiz: “Mi
nombre es Atena y no soy una pitbull
asesina”.
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