#LadyVereda y #LadyVeci: aporofobia y necropolítica
#LadyVereda y #LadyVeci: aporofobia y necropolítica
Por: Luis Fernando Ávila Linzán.
Foro por: www.elperiodico.com
I
Aporofobia: el miedo a los pobres
Los
buenos de Aristóteles y Platón creían que la política era únicamente para los
sabios y los filósofos. Aquella era la idea central de la filosofía griega
clásica sobre la cual giraba toda su idea del sistema social perfecto. Por esta
razón, la democracia era el peor de los regímenes, puesto que tendía a la
anarquía sobre el convencimiento de que “el gobierno de todos es el gobierno de
nadie”. Por supuesto, ellos pensaban en sí mismos como gobernantes y en su
círculo para quienes servían. Era una forma de decir “los únicos que
gobernaremos somos nosotros”. Por ello, la palabra democracia, originalmente,
era una mala palabra que sólo fue rescatada en la alta edad media por los
protestantes y el temprano humanismo dentro de la propia Iglesia Católica, lo
cual desembocaría más adelante en el iluminismo racionalista del siglo XVIII. Entonces,
la palabra democracia se convirtió en un motor revolucionario.
No obstante, el estoicismo griego escondía en
lo más íntimo un motivo menos notorio: el miedo a los pobres. Este clasismo
natural que tienen las élites ocurre por el temor a que las mayorías se rebelen
violentamente, a que ejerzan el poder desde intereses distintos o que impongan
su estilo de vida a una minoría de gente que, por ahora, decide con total
impunidad.
Lo primero es un elemento utilitario que se
justifica por un ideal de seguridad y paz social, es decir, la élite tiene
claro que es injusto el orden político que detenta, pero lo mantiene porque le
es útil. Un ejemplo de esto eran los bóeres y británicos que imponían la
supremacía blanca por la fuerza a los sudafricanos negros en el apartheid, o el
llamado de la alcaldesa de Guayaquil y su mentor, Jaime Nebot, para defender a
la ciudad del ataque de las hordas de indígenas en las protestas de octubre de
2019 en Ecuador. Por su parte, lo segundo, en cambio es alienación convencional.
Una clase dominante intenta controlar las instituciones políticas establecidas para
asegurar el establishment y, ante eso, se secuestran los modelos y
formas institucionales y tecnocráticas de las grandes masas que son etiquetados
como ignorantes y violentos. Y, finalmente, lo tercero es la moral de clase que
enfrenta a los ricos con los valores de los pobres. Por esto, se crearon
ficciones como “bien común” para permitir que las maneras de una plutocracia
arrogante, realice un derroche de recursos y excesos de todo tipo, que en los
pobres serían pecado o burda chabacanería. Por esta razón, cuando un señorito rico
usa un peinado de joven coreano y usa ropa negra y pantalones tubo, lo llaman
emo; mientras que, si el hijo de la señora de la limpieza hace lo mismo, lo
tildan de mamarracho y afeminado.
Por supuesto, esto es la cara explícita de
este fenómeno, puesto que lo implícito es el odio a los pobres que se encuentra
cubierto por una dura capa ideológica y que no es perceptible fácilmente, y que
es la perspectiva adoptada por Adela Cortina. A partir de esto, el miedo a los
pobres es lo explícito y la dimensión que analizo, en este trabajo.
Así, la aporofobia se vuelve en un mecanismo
de defensa de la fisiología social para ver en los pobres y los distintos como un
enemigo, por lo tanto, no se percibe su sufrimiento ni se nota sus necesidades
como verosímiles. Esto se resume en el discurso de Bucaram cuando decía en su
campaña a la presidencia: “besan a los niños y a las madres… pero cuando llegan
a la casa, se bañan en alcohol porque les apesta…” -lo cual recuerda hoy a la
paranoia colectiva por usar alcohol para contagiarse de covid-19-. Funciona
como un dispositivo ideológico o de distinción social dentro de un campo
político determinado como lo imaginara Bourdieu.
Recordemos el “olor a pobre” que fastidiaba a
los acomodados en la reciente y galardonada película coreana “Parásitos”, o al
significante vacío de las pobres ropas del Chavo del Ocho; o, las maneras
ridículas de Cantinflas y el Charlotte de Chaplin. En un sentido contrario, la
aporofobia caracteriza a los ricos y a sus formas como un estándar positivo y
deseable: Ben Jur interpretado por Charlton Heston, la estilizada Sofía Lorens o
la sexi Marilyn Monroe.
La aporofobia, en el caldo de cultivo de una
sociedad colonial y clasista, le jugó una mala pasada a unos jóvenes que
increpaban a personas que entregaban alimentos en el contexto del confinamiento
total durante la pandemia por el coronavirus a personas de bajos recursos
económicos, quienes decían que la vereda era suya y que los jóvenes filántropos
ponían en peligro a todos. También, es evidente, en la prepotencia a una señora
que en una tienda abarrotes le reclamó violentamente al dependiente por haberle
dicho “veci”, pues consideraba que ese era lenguaje de “indios”.
Inmediatamente, la crueldad del ciberespacio se encargó de ungirlas como “#LadyVereda
y #LadyVeci.
II
Necropolítica: la muerte de los pobres
Alteridad
u otredad, en el sentido de Habermas, significa la necesidad de empatía, es
decir, de sentir los males ajenos como propios, al punto que nos vemos
obligados a reaccionar en favor de otros y defender sus causas como algo propio.
Esta empatía social rompe el sentido de extraño que está en la base de lo
ajeno. Nos encontramos ante la esencia real de los Derechos Humanos, lo cual
permite que alguien defienda los derechos de los extranjeros, las personas de
opción sexual diversa, o de los mayores adultos, sin necesidad de padecer por
las violaciones sistemáticas de los derechos de estos grupos humanos.
Kant redimía así socialmente a los individuos
cuando rompían el incógnito social que los separaba al relacionarse con los
demás. De esta manera, es como se lograría un nuevo contrato social que
incluyera a los oprimidos.
No obstante, la sociedad entera se encuentra
transversalizada por complejas relaciones de poder, entendido éste como la
capacidad de decidir por otros, quienes se encuentran subordinados de manera
asimétrica e invisible. “Biopoder” le llamaba Foucault a este fenómeno de
controlar el cuerpo de los demás. Así, una mujer es controlada por su pareja y
su familia respecto de los roles reproductivos y de cuidado de la prole que se
le imponen como naturales y propios de su condición. Su sexualidad está
controlada por los prejuicios sociales y se utiliza la violencia en un sentido
amplio para retornarla a su condición de opresión naturalizada y normalizada.
¿Pero qué sucede si este uso del poder de
control anula al otro? Nos encontramos ante lo que pasa a menudo en la
interrelación social: la cosificación o reificación de Lukács. Una persona,
mediante este fenómeno, pasa de tener un valor intrínseco y ontológico propio a
ser un ser inerte y apropiable. Ocurre, materialmente, en una violación sexual,
en la esclavitud moderna llamada trata de personas y toda forma de
transfiguración simbólica de persona en cosa: publicidad sexista, maltrato
infantil, por citar algunos ejemplos. Sin embargo, en esta perspectiva, este
estadio puede ser revertido e, igual que el control social, es posible
reapropiarlo para la reconstrucción de una sociedad más justa y equitativa.
A pesar de esto, es posible que esta anulación
sea irreversible, con lo cual se crea una sociedad de muertos vivientes,
nutrida de muertes reales y simbólicas. Aquello incluye a los muertos que,
efectivamente, fueron ordenadas por los dictadores y los gobernantes en nombre
de la seguridad en una democracia formal, ya sea porque son opositores al
régimen o por motivos bélicos o de control del poder; y, a todas las formas de
aniquilación total de los individuos promulgadas por las normas, las
instituciones o los actos sociales cotidianos. En estos casos, nos hallamos
ante lo que el camerunés Mbembe identificó como necropolítica.
Existen, de esta manera, millones de muertos
sin posibilidad de la resurrección o reencarnación que prometen las religiones
y sin las oportunidades que pregonan los políticos en todas las latitudes del
planeta. Su sentencia de muerte la dictan los ciudadanos en uso de su poder de
muerte a diario cuando le arrebatamos a los demás su propia condición de
humanos. #LadyVereda cree ver fantasmas y no ciudadanos en el espacio público y
#LadyVeci considera a los indígenas como muertos sin lápida en la fosa común de
la colonialidad de la que ella también es víctima. Para ninguna, se trata de
seres humanos, sino de muertos sin nombre, cadáveres que no serán identificados
ni reclamados por nadie, como los que no aparecen por la negligencia de la
burocracia indolente de los hospitales guayaquileños durante la pandemia.
Tampoco los comentarios burlones ni el morbo de los Sócrates ni las Artemisas
de las redes sociales lograrán revivirlos.
Y el desenlace final es que #LadyVereda y
#LadyVeci son también muertos vivientes de cara a un apocalipsis zombi y a un
Armagedón ambiental, anulados por el necropoder de un sociedad alienada y
colonial que las educó para matar a otros como un mecanismo de supervivencia en
la “normalidad” de siempre y, ahora para llegar a la tierra prometida de la
“nueva normalidad” luego de la pandemia; y, dispuestos a comerse a los otros a
cualquier precio. Esta condición hace de que el miedo a los pobres se convierta
en un instrumento de muerte y que se proyecte como una necesidad, socialmente
inducida, para matar a los otros.
En este juego de muerte, hay unos muertos que
importan y otros no. Así, la mujer que debe someterse a un aborto clandestino
que le deja secuelas de por vida, el migrante sin documentos que debe dormir
con sus hijos a la vera del desarrollo y limosneando las migajas, los
campesinos que llevan 50 años esperando que le reconozcan la propiedad de sus
tierras que se van comiendo las florícolas con el agua y su propia vida, las
mujeres que deben vender su cuerpo por necesidad dentro de un círculo de
violencia y sin oportunidades…son algunas de las muertes políticas y sociales
que a nadie importa.
A pesar de esto, el miedo a las hordas de
pobreza quita el sueño a las élites, pues saben que, tarde o temprano, ello
puede volverse contra su dominación de manera violenta; y, el necropoder puede
ser un instrumento que simplemente cambie de manos en otras condiciones
sociales en el futuro.
Que buen artículo
ResponderEliminarMuchas gracias. Saludos cordiales
ResponderEliminarBuen blog mi estimado Dr. Saludos
ResponderEliminarGracias. Un abrazo
ResponderEliminarLa educación de la clase de abajo o pobre, logrará romper a la clase dominante del poder político y económico. , gracias Luis por compatrir tu blog
ResponderEliminarPor eso el remedio es la multiplicación de la riqueza zlas no la satanizacion de la riqueza cuando es obtenida por medio legal , ni tampoco la Santiago a ikb d ella pobreza que eso ha Sido instrumento de dominación colonial eclesiástica
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