La Justicia en el Banquillo de los Acusados









La Justicia en el Banquillo de los Acusados

 

“Es bastante más preferible para un pueblo tener malas leyes con buenos jueces, que malos jueces con buenas leyes

(Francesco Carnelutti)

 

Por: Paolo Vega.

Foto por:  ceeypp.blogspot.com

Todos sabemos a manera general que la Función Judicial está encargada de aplicar las leyes y administrar justicia. Talvez, hemos tenido alguna experiencia en un juicio sea como actor, demandado o testigo, o por lo menos conocemos a una persona que lo haya sido.

Sabemos que estar inmiscuido en un problema legal no es placentero, pues te agota emocionalmente y tienes que invertir tiempo, dinero y energías para continuar hasta el final; peor si la persona se encuentra en calidad de accionada, quienes han tenido que estar frente a un juez o un tribunal, los cuales, “administrando justicia, en nombre del pueblo soberano del Ecuador, y por autoridad de la constitución y las leyes de la república”, sentencian y deciden sobre el futuro de las vidas de quienes juzgan.

Bueno, en este breve artículo, seremos nosotros los que nos colocaremos la toga y los jueces serán los juzgados.

En mi corta experiencia como abogado, he llegado a la conclusión que existen jueces que padecen de dos falencias: una moral y una intelectual.

 

I

La falencia moral

No hay que ser genio para suponer cual es esa falencia. Si la sociedad en general es corrupta, no hay que sorprenderse que la justicia -como institución-, se encuentre enlodada en ese fango.

La corrupción es el mayor problema de la justicia ecuatoriana. Todo tiene un precio, desde el impulso de la citación hasta la sentencia, y los precios varían, desde un pavo navideño hasta miles de dólares. Por más que una de las partes procesales tenga la razón en Derecho, tienen que pagar un tributo a su majestad, el juez, para que falle a su favor; de lo contrario, puede demorar meses en dictar sentencia.

Lastimosamente, esa es la práctica de algunos jueces; son mercenarios de la justicia y asesinos de derechos. Es irónico que quienes están llamados a administrar justicia (valor social), terminan destruyéndola conforme a sus intereses.

Ahora, el único problema no es pedigüeñería, también están las llamadas de “superiores” dando órdenes, cual monarcas, de cómo deben fallar en un caso, so pena de destitución, o en el peor de los casos, denuncias por “prevaricar”.

En el Correato esa fue una práctica muy común; incluso iban a intimidar a las audiencias para que sepan con quienes se estaban metiendo.

Ciertos jueces, penosamente, agachaban cabeza y fallaban como se les había ordenado. Otros en cambio, por no obedecer, fueron sometidos a procesos sancionatorios bajo la discutidísima figura del error inexcusable, y otros fueron perseguidos penalmente.

Bien señaló John Grisham en su novela El Soborno:

 

“La integridad de nuestros jueces es la base sobre la que se asienta el sistema judicial. Confiamos en que presidan juicios justos, castiguen a los malhechores y supervisen el discurrir de la justicia”.

 

II

La falencia intelectual

Por intelectual quiero abarcar dos aristas: la vaguería contumaz, y la falta de preparación académica e incapacidad para razonar adecuadamente.

Son muchas las sentencias de jueces que bordean entre lo patético y lo desfachatado, y es que muchas veces no son ellos quienes las realizan, sino que ponen al secretario o al ayudante judicial a que redacten la sentencia.

Son sentencias que parecen “copia y pega” de otras sentencias, pues muchas veces se mencionan personas que jamás participaron en un juicio, hacen referencia a hechos y medios probatorios jamás escuchados o practicados, citas de normas impertinentes para el caso, entre otros errores.

Eso revela una cosa: los jueces de ese tipo de sentencias son vagos.

Por otro lado, es menester recordar que vivimos en un estado constitucional de derechos y justicia, donde todas las resoluciones deben estar motivadas, y los jueces en especial deben aplicar la argumentación jurídica para fallar conforme a Derecho.

En ese sentido, hay sentencias donde su motivación es absurda. Esto se debe a dos razones que son sincrónicas: la falta de preparación académica conjunto a la incapacidad de razonar adecuadamente.

No es suficiente que un juez posea títulos de cuarto nivel. Conozco abogados que no merecían graduarse como tales. El juez en especial debe prepararse a diario; debe leer las sentencias que expiden la Corte Constitucional, actualizarse con cursos, leer artículos y libros. Deben ser ávidos lectores, pero junto a eso, deben poseer otro don: el del razonamiento. Esto ocurre frecuentemente en jurisdicción constitucional, donde ciertos jueces razonan inadecuadamente y utilizan como comodín el argumento de que existe la vía adecuada y eficaz en la justicia ordinaria, para evitar ejercitar su cerebro y no fundamentar en caso de que a lo mejor sí haya considerado que debió conceder una acción de protección, por ejemplo.

Tampoco basta con que sean un almanaque de conocimientos jurídicos; deben saber aplicarlos a través de métodos de razonamientos, y en eso es algo que muchos fallan, sea por pereza a querer razonar o por falta de capacidad.

Hay sentencias en que los jueces no han podido concatenar las premisas con las conclusiones, incapaces de realizar un ejercicio lógico.

 

III

Conclusión

Por esta clase de jueces, el gran perjudicado es el ciudadano. Los jueces no solamente deben ser probos, sino también intelectuales y máquinas de razonamiento.

Si no es la corrupción, es la vagancia, o la falta de preparación en conjunto el inadecuado razonamiento.

De nada sirve que sea honesto, pero vago o incapaz; o preparado e inteligente, pero corrupto.

La fórmula adecuada es probidad + inteligencia = sentencias justas.

¿Sería ingenuo de mi parte creer que puedan existir jueces probos e inteligentes que imparta justicia en todo el sentido de su palabra?

Los hay, no sé si muchos o pocos, pero los hay; eso ya es una esperanza para una justicia que se encuentra vituperada, y que necesita purgarse de esos malos jueces.

Los futuros jueces son los ahora estudiantes de las facultades de Derecho. Desde ya pueden irse examinando, y tal vez viendo la clase de estudiantes que son, sabrán qué clase de jueces serán.

Las personas cuando acuden a instancias judiciales, necesitan de justicia. Debemos ser nosotros quienes fomentemos con nuestra buena conducta, tanto moral como intelectual, una justicia que, en virtud de la verdad y la misericordia, cobre sentido y valor para una sociedad que tiene el peor concepto del sistema de justicia.


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