¿Una nueva normalidad o una nueva humanidad? Discurso para la post pandemia

 








 

 

¿Una nueva normalidad o una nueva humanidad? Discurso para la post pandemia

 

Por: Luis Fernando Ávila Linzán.

Foto por: www.huffingtonpost.es

 

Luchadoras y luchadores, por ello, hermanas y hermanos del Mundo entero:

 

Vivimos uno de los momentos más difíciles que ha experimentado el Mundo en toda su historia. No es la cantidad de muertos, puesto que, en otros tiempos, las guerras y las pestes han provocados más daños humanos y materiales que hoy. Tampoco es la globalidad de esta crisis, puesto que el Planeta ha enfrentado cataclismos que exterminaron totalmente civilizaciones y especies animales y vegetales. El rasgo de nuestra pandemia es que se transmite con facilidad y de manera global, lo cual afecta la base misma sobre la cual funcionan las sociedades actuales: la presencia de los seres humanos en el espacio público para el trabajo y consumo sin fin. Aquello profundiza la crisis del capitalismo global y desnuda el misterioso mecanismo sobre el cual existe. Nos vendieron el cuento de que la libertad hace indispensable tragarnos las mercancías y servicios que no necesitamos, aunque eso signifique devorarnos a la naturaleza, al prójimo y a nosotros mismos.

Por primera vez, es visible claramente el canibalismo que sustenta el espejismo de la competencia y el libre mercado en un Mundo donde el 1% de los ciudadanos tiene el 82% de la riqueza, más de 10 millones de niños menores de 5 años mueren por año por enfermedades que se pudieron prevenir, 1000 millones de personas viven con menos de 1 dólar diario, y el proceso de glaciación por el efecto invernadero desde hace más de una década se volvió irreversible. Por primera vez, el mundo dejó abruptamente de acumular y consumir, y nos dimos cuenta que, a pesar de ello, sigue girando y que detrás de ello, hay lazos familiares, de amistad y solidaridad en medio de la arrogancia, corrupción y perversión de los débiles sistema de protección social y de los políticos parásitos y los tentáculos de la mafia mercantil que defienden un orden político inmoral, antinatural y asesino. Esta lumpen plutocracia, hoy más que nunca, debe ser combatida y eliminada por medios que no nos conviertan en algo peor que ellos.

La pandemia legitimó, al mismo tiempo, el sueño de los políticos aristotélicos y del iluminismo anacrónico de la modernidad de controlar mansamente a las personas por la dócil política del apestado y el látigo invisible del miedo. Confinamiento, asepsia y distanciamiento social, y la comunicación telemática son las herramientas que perfeccionan la dominación de rebaño y la inmunidad salubrista que hoy justifica el trato discriminador abiertamente de unos respecto de otros. Retrocedimos 2000 años de civilización. Los locales públicos imponen requisitos de acceso que no esconden el racismo, el clasismo y cualquier otro prejuicio; los Estados eliminan todas las políticas sociales para justificar el nuevo reparto en favor de una aristocracia flatulenta, obesa y ociosa que debe crear más empleos precarios, evadir impuestos y guardar sus botines en paraísos fiscales; y, las clases dominantes focalizan el control ideológico y el lucro en el uso de los medios telemáticos, las medidas sanitarias y la nueva democracia nacionalsocialista de las farmacéuticas.

Ahora, esta misma chusma fascistoide, mediante sus medios de comunicación, pensadores asalariados y toda su bazofia de vividores nos convocan a lo que llaman una “nueva normalidad”. Tanto añoran el libertinaje opresor y la decadencia cultural y ética que sustentaban a la civilización antes del coronavirus, que están convencidos que debemos quedarnos de brazos cruzados ante un orden político global igual o peor que el anterior. ¿A cuál normalidad nos convidan? A la normalidad de la maquinaria mortal de control geocida de los energéticos. A la de los millones de seres humanos condenados a la periferia del desarrollo y el bienestar; a las de los pueblos desplazados y asesinados por las empresas transnacionales; a las de los cientos de miles de niñas y niños, mujeres, ancianos y defensores de derechos que mueren bajo los misiles por cruzarse en medio de los intereses geopolíticos y militares de las potencias; a la de los miles de millones de mujeres pisoteadas por el patriarcado; a la de los cientos de millones de personas discriminadas por ser o actuar diferente.

¿Queremos volver a esa normalidad? ¡No!, ¡Nuestra respuesta como generación y en nombre de nuestra civilización es un rotundo no! Un “no” que debe escucharse desde Alaska al Estrecho de Magallanes, desde la Antártida hasta el Ártico, desde el Cabo de las Agujas hasta Kamchatka. Un “no” que debe despertar y elevar las consciencias de nuestro tiempo e inspirar el carácter insurgente de la lucha necesaria contra la opresión y la barbarie de los poderosos, pues donde quiera que ocurra debemos sentirnos hermanados y gozosos de dar la vida por una nueva historia y orden político renovado. ¡No necesitamos una nueva normalidad; necesitamos una nueva humanidad! Hoy un espectro se cierne sobre el Planeta, el de una revolución silenciosa sobre la base de la fragua permanente de nuevos liderazgos e innovadores procesos de transformación social.

No necesitamos esa normalidad inmoral que ha eliminado al individuo convirtiéndolo en un frío dato de litio dentro de un ordenador y en una estadística de consumo y muerte. No la necesitamos, pues no queremos que desaparezca el ideal de lo colectivo que se resiste a ser una mercancía y un servicio para el consumo voraz del espurio clan de matones de billetes, banqueros y forajidos al servicio de la explotación y privilegios de unos pocos. No la queremos, pues aquello no va a alejar los tanques y metralletas que permiten la usurpación, el saqueo y el exterminio de los nuevos conquistadores coloniales. No la deseamos, toda vez que ello no llevará el pan a la mesa de los más pobres ni calmará el llanto de los eliminados por la inseguridad de las calles o que fueron acribillados por los aparatos de seguridad por su origen, forma de vida, identidad sexual, ideología o el color de su piel. La repudiamos profundamente. Ella no llevará oportunidades a las familias que deben decidir quién de sus hijos van a estudiar en un sistema educativo banal y disciplinario, o sobrevivir vendiéndose.

¡No necesitamos una nueva normalidad, necesitamos una nueva humanidad!

Si uno de los problemas de nuestro tiempo era el prejuicio social, finamente domesticado y disimulado por las formas hipócritas de las normas jurídicas, ¿qué le espera a nuestro Mundo, ahora que el virus nos aleja más y justifica el trato agresivo hacia los demás?, ¿cómo podremos mantener nuestra dignidad humana si ahora más que nunca la culpa del contagio siempre será de los otros? Ahora que hay que protegerse de un enemigo invisible que vive en el otro, ¿cómo podremos preservar la ya famélica solidaridad de nuestra civilización? Si antes, los abrazos fraternos, los besos y caricias de amor tenían un valor comercial en medio de los intereses y la superficialidad de los convencionalismos sociales, ¿cuál será la dirección que tomemos si todo esto estará, además, por mucho tiempo intermediado por tela, látex y papel cubriendo nuestras bocas, rostros, manos y cuerpos? Si avanzábamos hacia el control social de todos nuestros actos y a la falsa disciplina del mercado, ¿qué pasará con nuestra identidad, ahora que los medios telemáticos son el único instrumento que permite el más cercano contacto humano?, ¿Qué sucederá con nuestra capacidad de sentir el dolor ajeno si a la enorme distancia entre pobre y ricos, entre extranjeros y nacionales, ahora le debemos aumentar el “distanciamiento social”? Si la distancia entre la calidad educativa, los profesores y las capacidades reales de los niños y niñas era enorme, ¿vamos a aumentar, en este contexto, esta brecha de mediocridad tutelar y de adiestramiento? ¡Qué decir del trabajo, de por sí, precario! Hoy el teletrabajo no sólo aumenta cosificación del trabajo, sino que usa el escaso acceso a la tecnología de los trabajadores y trabajadoras para explotarse a sí mismo sin límite de tiempo.

¡Necesitamos, con urgencia y sin titubear, una nueva humanidad!

Una nueva humanidad que asuma el aprendizaje de lo esencial que es la vida familiar y el aprender a hacer por nosotros mismos lo que le hemos entregado a la concupiscencia del mercado. ¡Algo debemos aprender de la pandemia! Que la disciplina social es necesaria si tiene como fin la solidaridad y para tolerar a quienes son o actúan distinto, es una lección de la que debemos de aprender del covid-19-, para alcanzar metas sociales en beneficio de todos. Nuestro tiempo en la Tierra es corto y debemos cultivar nuestras verdaderas necesidades y no las que nos impone el consumo sin fin que ha flagelado al Planeta hoy que muchas especies de animales vuelven a su hábitat, extrañados, de nuestra ausencia después de siglos de expoliación. Alguien me dijo que el Mundo no volverá a ser el mismo. En este punto, espero que tenga razón.

¡Una nueva humanidad debe surgir ahora! Un Mundo enfermo lo exige, uno donde la salud no sólo es un bien de unos pocos, sino que hoy representa el tránsito hacia una política de seguridad velada para controlar a los ciudadanos; y, donde el consumo de alcohol está lejos de la tertulia y la jarana, y más cerca de ser el elíxir para protegernos de la maldad y la peste ajenas. ¡No necesitamos una nueva normalidad, sino una nueva humanidad! No tenemos nada, absolutamente nada que perder, sólo un futuro por ganar.

 

Gracias,

 
















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