Debate presidencial: eufemismo y placebo político

 







 

 






Debate presidencial:

eufemismo y placebo político

 

Por: Luis Fernando Ávila Linzán.

Foto por: www.mprgroup.com

 

I

El campo político y la naturalización del orden colonial

Charles Dickens en “Tiempos Difíciles” dibujaba a los estudiantes del sistema educativo en la sociedad pre industrial inglesa de la segunda mitad del siglo XIX, como tacitas dispuestas a que los profesores viertan sobre ellos contenido. Lo presentaba, así, como un régimen de control y etiquetamiento social. Parece que eso sucede en América Latina con sus matices, donde la educación funciona con pocos cambios esenciales. Así, cuando fuimos niños las técnicas de aprendizaje eran la memorización mecánica que habíamos heredado de la iglesia española, tardíamente barroca, cuando clavó sus garras sobre Abya-Yala; y, lo que llamaban “composición”, que era una descripción libre sobre tópicos generales y, la mayoría de las veces, escrito en términos de la poesía ibérica del Siglo de Oro.

Las composiciones eran odas interminables, ampulosas descripciones y elogiosas de la ciudad, la naturaleza y los valores socialmente aceptables. En medio de esto, aparecía la “sabatina” que hoy tiene otros significados en el contexto ecuatoriano. Pero en aquella época era una especie de demostración de conocimientos del último año ante toda la escuela, compañeros, autoridades, padres de familia, familiares y amigos que realizaban los alumnos del plantel sobre lo aprendido. En mi niñez se levantaba esta sabatina, que se llamaba así porque se realizaba los sábados, como un gólem exterminador de estudiantes.

Pero este no era un evento para demostrar las destrezas de los estudiantes, sino, más bien, del éxito de la escuela en educarnos y así justificar el funcionamiento del engranaje sobre el cual descansa todo el sistema educativo. Nunca pude ver una sabatina ni participar en alguna, pues se decidió, afortunadamente, que era vejatorio e innecesario. De este monstruo, quedó lo que se denomina, incluso, hoy “la lección”, que es una exposición oral sobre los contenidos de cada curso y la contestación de preguntas del profesor, privilegiando la memoria y, en el mejor de los casos, la compresión de los conceptos. Se evalúa la memoria, rapidez y solvencia de las respuestas, y el ingenio -a veces, rayando en lo que se denomina viveza criolla- ante preguntas capciosas o rebuscadas. Dentro del campo político educativo, si seguimos el modelo analítico de Bourdieu, la acumulación de capital simbólico y la reproducción del habitus, aquellos que permiten la dominación y el control de las reglas del juego, se dan por la aprensión de conceptos incuestionables, el cumplimiento de normas de disciplina canónicas y la apropiación de tradición social y ética impuestas por la clase dominante.

Dentro de este campo político, oponerse a los conceptos encapsulados en los libros de texto estandarizados, los clichés y anécdotas de los profesores, mucho menos, a esas reglas opera como actos subversivos y fuera de lugar. Son el imperialismo y la dependencia interna de Ruy Marini el límite formal de este campo y donde funciona la colonialidad del actuar y del saber. Así, el sistema educativo funciona como un aparato de reproducción del orden colonial en cada una de los mecanismos de enseñanza y disciplina, donde la evaluación del conocimiento, oral o escrito, se mueve entre la amenaza del castigo y el premio por memorizar y no dejarse descubrir haciendo trampa. Aquí es uno de los principales espacios donde, discretamente, se estructura la colonialidad del poder de Quijano, y donde se fijan los valores de la comprensión ciudadana sobre la democracia y los derechos. El orden estamental, racial, patriarcal, de clase y de economía precapitalista de las sociedades latinoamericanas se convierte en un habitus blindado por la disciplina, el castigo y la memorización.

Por ello, el “debate”, que existía formalmente desde la “La Retórica” de Aristóteles (contra el sofismo emotivo e irracional), que se funda en la crítica de las ideas, la argumentación, la construcción analítica del discurso y la capacidad de convencer y conmover aparece dentro de este campo, simplemente, como un verso de Nostradamus. Aparece como una herramienta ajena y que termina siendo secuestrada por las mismas reglas del campo político colonial del sistema educativo, por lo cual, la “composición”, “la sabatina” y la “lección” se mimetizan en el debate cuando se vuelve inevitable debatir, y el habitus colonial naturalizado lo deforma como una forma de devolverlo al orden y de legítima defensa.

Entender esto tiene radical importancia en el contexto de la obligatoriedad del debate en el actual proceso electoral para la elección de nuevo presidente den 2021, un arreglo institucional que se implementó en las últimas reformas electorales, supuestamente, con el fin de mejorar la calidad de la participación democrática, pues la historia reciente evidencia el uso tramposo y evasivo de los candidatos al debate. De esta manera, quien tiene más opciones en las encuestas, no ponen en riesgo su capital político, y quien está al final de la intención del voto trata de confrontar y hacer algo de show y ridiculeces para poder ser, al menos, conocido por el electorado. Por supuesto, este no es rasgo exclusivo de nuestra Región o del llamado mundo en desarrollo, sino parte del ejercicio de la política real y la estrategia política en un mundo donde las elecciones se ganan más la mesa de los publicistas y en la propaganda que en el clasicismo romántico de la tertulia política del Senado Romano, la Asamblea Nacional de la Revolución Francesa o la Cámara de los Lores. Diríamos en la realidad nacional, en la tarima y el meeting político de masas.

Tampoco hay que desconocer que existe un fenómeno global de degradación de la representación política que afecta la calidad de la participación y de regímenes democráticos, donde lo menos se hace es debatir. Sin embargo, el “debate obligatorio” de nuestros días adquiere ribetes dramáticos y de pobreza política de los candidatos, que luego se convierte en comentarios superficiales y burlas materializados en el pasquín y el grafiti de los nuevos tiempos: el meme y los comentarios en las redes sociales. Quiero postular que el orden colonial naturalizado por el habitus político deforma el debate presidencial de cara a las elecciones presidenciales de 2021, por lo cual es un simple placebo político, un espejismo de racionalidad política que esconde los intereses políticos de dominación y de conservación coyuntural del poder de las oligarquías nacionales.

En este sentido, el debate presidencial resulta ser un eufemismo político que esconde la mediocridad general del sistema, con la misma función de las preguntas que se les hace a las candidatas en un concurso de belleza. Su función no es calificar su inteligencia, sino esconder la cosificación de sus cuerpos. De manera parecida, el debate presidencial no busca demostrar las capacidades de los candidatos, sino encubrir una sociedad colonial, desigual y de privilegios. No busca que el candadito demuestre sus conocimientos, experiencia, liderazgos o propuestas; sino magnificar las supuestas bondades del sistema político.

 

II

Banalización y polaridad política en la nueva normalidad

Resulta evidente la intención de los adeptos y de los grupos de poder alrededor de Guillermo Lasso de organizar un debate paralelo bajo sus reglas y con el fin de detener la caída de apoyo y el estancamiento del voto a su favor. Por ello, el Diario El Comercio organizó un debate e invitó a los 16 postulantes a la presidencia de la República. Otras corporaciones realizaron debates de menor trascendencia, total llegamos a un deslucido debate montado por el Consejo Nacional Electoral (CNE). Todo este tiempo entre los debates profanos y el obligatorio por mandato legal fue una odisea pantanosa de burlas que se difundían por los zaguanes de hoy: las redes sociales. ¿Cómo se explica este fenómeno nuevo en la política nacional? Recordemos que la tradición ecuatoriana no distaba mucho de la de los países modernos: el político racional weberiano, una especie de héroe entre apolíneo y lo dionisiaco que fue destacado por Nietzsche. En la política y, más en la estética política, el modelo del político moderno es apolíneo, un guerrero perfecto y dirigente cuerdo y sobrio; mientras que el pueblo es dionisiaco, por lo tanto, proclive a la fiesta y la celebración, el goce y los excesos.

En América Latina, además, el modelo llega al paroxismo, puesto que la ausencia de instituciones y las estructuras coloniales a las cuales ya me referí moldean la imagen de un caudillo, prácticamente indestructible que, sin embargo, con el tiempo debió descender del Olimpo y enamorar a los simples mortales. Posiblemente, esto puede explicar en parte la emergencia de ese cliché con el que somo estudiados los países den vías de desarrollo, el populismo.

Sin embargo, con la crisis de los presupuestos referenciales sobre los que descansa la modernidad, la humanidad, la certeza política, el ideal del progreso sin fin y el control social, toda el arca global de la civilización actual comienza hacer agua por todas partes. Ante el vacío, surgen la destrucción del ser humano, la incertidumbre, la muerte de la naturaleza y la violencia. Vivimos un mundo que cabalga sobre un orden psiquiátrico a punto estallar. La cuestión es que si esto sucede en este vacío la el conflicto se da en términos directos y sin el disfraz de la ideología y las instituciones. Se transforma en linchamiento esquizoide y sin sentido, como ocurre en la película de El Joker que ya comenté hace varios meses atrás.

Sobre aquel vacío se apoya el capitalismo y el neoliberalismo, castrando al ser humano de toda pretensión de reformar ese orden mediante metadiscursos de cambio social, que era un rasgo de la modernidad, y haciéndolo explotador de sí mismo. Para Byung-Chul Han lo resume sobre la égida de una programación psicopolítica por medio de la inteligencia artificial y el control mutuo y digital: “hoy cada uno es un trabajador que se explota a sí mismo en su propia empresa…Quien fracasa en la sociedad neoliberal se hace a sí mismo responsable y se avergüenza, en lugar de poner en duda a la sociedad o al sistema.” Por ello, vivimos hoy en un panóptico digital donde todos mansamente nos autocontrolamos por medio de la polarización y la banalización del otro, y por una fuga social al miedo de fracasar o ser excluido, una sociedad del miedo como lo postula Bunde. Por esto, la burla y la descalificación del otro es una manifestación de ese miedo e instrumentos para polarizar y banalizar como mecanismos de legítima defensa.

El llamado panóptico foucaultiano ya no busca vigilar ni castigar (la big data, la inteligencia artificial), sino polarizar y banalizar, ya sea para favorecer la emergencia de nuevos autoritarismos, mecanismos automáticos de reproducción de la sociedad capitalista o la dictadura del autocontrol de nuestras propias libertades. Trump y los supremacistas blancos, la irrupción de manifestantes por la muerte de George Floyd en los Estados Unidos. Pero aún más grave aún, es el uso que esta polarización y banalización tienen en la coyuntura política. Miremos lo que pasó en las protestas de Bolivia, Chile y Ecuador en 2019, donde el papel de las redes sociales y los mensajes, y el fake news fueron el combustible que llevó la violencia a niveles impensables y justificó una respuesta policial más violenta aún. Esta polaridad y banalización permitieron encasillar a los manifestantes como violentos y sus muertes como necesarias, y a las fuerzas del orden como adalides del mundo libre y chamanes para exorcizar el miedo.

La radicalización de esta condición de dominación ocurre con fuerza con la crisis global provocada por la pandemia del covid-19. La nueva normalidad justifica todo y que en su nombre se cierre el círculo del miedo que presenta a la supervivencia como la tarea más importante de cada ciudadano en nuestros días. Dictadura digital podemos comenzar a llamar a este régimen de dominación que transforma al capital en bytes que estandariza patrones de consumo, elecciones vitales y nuevos paradigmas de estética y relación social. El like, el selfie, el meme, el post, la etiqueta, y el baneo son sólo algunos de los nuevos juicios de valor de esta nueva ética digital aún con contornos y límites poco claros.

Es a partir de esto que debe entenderse la agresiva polaridad y banalidad de la campaña política en tiempos de la “nueva normalidad” en 2021. En medio de ello, el debate presidencial apunta en dirección a fortalecer este orden psicopolítico. Así, si un candidato se equivoca en las fechas, o brinda con un vaso con agua, o si saluda a su esposa por su cumpleaños, o llama a su ex empleado “muchachito malcriado”, o considera que existe un “error catastral”, todos son placebos políticos, que no ponen en jaque al sistema, sino que justifican la existencia del miedo al fracaso social en el imaginario político de la población (todos estamos convencidos que nada va a cambiar y que los políticos no sirven para nada), y a partir de esto, avalar en favor de las clases dominantes, el uso de la violencia, material o institucional, para mantener el sistema capitalista y neoliberal en el caso de que surjan programas políticos progresistas.

 


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